El geocentrisme inconscient.
La observación del universo es imprescindible, y las distintas formas que el ser humano ha dado a dicha mirada, en algún sentido conforman o condicionan incluso nuestra percepción más objetiva. El universo observable posiblemente fue una de las primeras herramientas que auxilió al ser humano en su búsqueda del orden que necesitaba para encauzar y gobernar su vida con el propósito de volverla algo más llevadera y menos errática en el sentido más amplio del término; o expresado de otra manera, estructurarla mejor, hacerla menos imprevisible, más ajustada y regulada y en definitiva con menos sobresaltos.
Los ciclos astronómicos en todas las culturas fueron más pronto que
tarde detectados (probablemente con sorpresa y admiración) y, en ese
sentido, fueron observados cuidadosamente, e interpretados. Dichas
vueltas anuales a las mismas condiciones celestes se celebraban siempre alrededor[1]
de nuestro planeta y propiciaban (por coincidencia observable) la
previsión de la llegada de las estaciones y otros fenómenos de capital
interés para la supervivencia humana con alguna tranquilidad.
Nada de lo que sucede en el universo es ajeno al ser humano y, de ese
hecho, la especie se apercibió posiblemente a edad muy temprana. Casi
como una consecuencia inmediata llegó su interés por comprender, la
necesidad de satisfacer su curiosidad y la profundización en su
capacidad de inventar y de inventarse.
Así, el geocentrismo antiguo (no el primitivo), rotundo, físico,
realista, explicativo y muy valioso desde el punto de vista tanto
teórico como práctico, dio paso a una especie suave de geocentrismo (el
actual) que consiste esencialmente en buscar las analogías más profundas
entre el mundo tal como el ser humano lo comprende; tal vez
geocentrismo heurístico y de conveniencia (en el sentido más noble y
elevado), útil y muy práctico.
Este geocentrismo cómodo como soporte, pero no explícito[2],
que ejercemos casi inconscientemente en la actualidad, no está dotado
de la robustez ni de la consistencia que caracterizó nuestra antigua
visión del cosmos, que se derivaba de la convicción, que en aquellas
cosmogonías es un hecho probado, de que nuestro planeta es un punto
central en el espacio sideral.
Y aquí no me queda más remedio que recordar que esta visión no supone
un error científico ni a la altura de sus conocimientos ni, en sentido
más amplio, a la altura de los nuestros: esto es debido a que un planeta
o cualquier otro objeto astronómico se ve desde otro cuerpo
celeste, tal y como los primeros observadores describían, los epiciclos y
los deferentes de la época antigua más avanzada no son producto de la
construcción descabellada de visionarios con pocos datos y mucha
fantasía operando. El lenguaje actual, al estudiar la figura geométrica
que se observa desde cualquier cuerpo del sistema solar, que
consideramos fijo, se refiere a los toros invariantes que, claro, proporciona una información más refinada y completa.
El problema que origina esta visión, una vez se enquista en sí misma,
posiblemente no es una consecuencia de suyo directa o inevitable, sino
que deriva de la teorización acerca del mundo que le viene dada por
añadidura o que produce la reflexión filosófico-moral de los pensadores
que, sin otros referentes ni conocimientos, afianzaron, y que poco más
tarde los ámbitos de poder hicieron suya para usarla en provecho propio.
No obstante, casi todas las circunstancias interesantes suelen ser
origen de pensamiento heterodoxo, y en definitiva las voces críticas
seguramente existieron desde el principio, algunas de las cuales es muy
posible que fuesen de gran valor y de hecho quedaron como germen de los
avances que llegarían más tarde.
A los ojos del pensamiento más común en la actualidad el asunto del
geocentrismo deriva del practicismo y la pura pericia: somos
geocéntricos porque es más fácil empezar por lo que conocemos y no nos
resulta ni estéticamente ni éticamente necesario adornar este hecho con
implicaciones filosóficas o, en general, trascendentes. No se trata de
un caso especialmente extraño. El conocimiento analógico y metafórico
nos es consustancial; y si bien nadie de nuestro ambiente cultural
concebiría una Tierra estática y centralizada en el universo, tampoco
nadie con una formación sólida y con una inteligencia aceptable buscaría
en el exterior algo que no se pareciera a lo que conocemos en el
interior. Es la manera de empezar menos arriesgada. Otras opciones quizá
se corresponderían con fases más avanzadas del conocimiento y de la
evolución del espíritu que, de momento, nos son ajenas.
Buscamos vida de química similar a la habitual y conocida, nos
reconforta que las leyes de la física sean idénticas en todo el
universo, etcétera. Es bastante complaciente hallar verdaderos sistemas
solares, a semejanza del nuestro. Nos gustaría encontrar agua y, en fin,
nuestra primera tarea es vislumbrar en el exterior algo reconocible. En
definitiva, en mi opinión, nuestro geocentrismo es la forma iniciática
de abordar un estudio serio y profundo del universo.
No es mal asunto mientras sirve de guía, es una senda por la que
empezar a caminar y a pensar. No es seguramente la única, y por eso no
hay que tener miedo a abandonarla si la realidad de los hechos y la
prudencia así nos lo aconseja.
Buscando Tierras, el ser humano ha hallado también
super-Tierras. Asimismo ha encontrado otros tipos de objetos planetarios
que, por sus semejanzas con nuestros planetas más grandes y alejados,
cabría no esperar que estuvieran situados tan cerca de sus estrellas. Se
encuentran constantemente cuerpos que no son ni estrellas ni planetas,
pero que reúnen características de ambos. Así, nos vemos con las enanas marrones,
objetos que, careciendo de las condiciones críticas para funcionar como
estrellas, se quedan por debajo en requerimientos (en expresión un poco
tosca, aunque intuitiva), pero que sobrepasan los datos físicos que han
de verificarse para que su estructura, funciones y relaciones les
permitan configurarse como planetas y eso con todas las implicaciones dinámicas y termodinámicas
que conlleva. También cabe considerar los planetas que no forman parte
de ningún sistema planetario, y en ese sentido parecen no verse
obligados gravitatoriamente a seguir un trazado alrededor de ningún sol.
La cuestión de la física de fuerzas centrales, crucial en la
comprensión dinámica de nuestro entorno solar, aquí se despista un poco.
De manera un poco más estricta, cabe señalar que esto son solo ejemplos propios de exploradores principiantes: según evolucionen los trabajos de investigación y en consecuencia la comprensión, veremos lo que nos depara el porvenir.
La búsqueda por analogía permite hallazgos sorprendentes, pero
coherentes, y posibilita nuevas concepciones, nuevas formas de
pensamiento e invita a heurísticas de nuevo cuño a las que los
astrónomos se entregan con ahínco y entusiasmo. Incluso las ideas más
básicas sobre la estructura de la materia y el vacío cosmológico van
mutando. Casi ningún logro es baladí.
Para el modo de entendimiento que es propiamente humano quedan las
partes más controvertidas del universo, las que están en una fase tan
delicada de estudio que pueden hacernos cambiar la visión cosmológica
que hemos logrado construir no sin gran esfuerzo, y por tanto nuestra
concepción total de lo que somos y el marco en el cual nos podemos
encuadrar...
En este sentido, de una clara visión del universo (o al menos su
intuición) incluso se puede derivar la creación de nuevos modelos
científicos de alto valor explicativo, similar a algunos de los que en
la actualidad están funcionando a pleno rendimiento generando
conocimiento y comprensión científica. Bastantes de los cuales, por
cierto, también tienen su origen en una rama de la astronomía (la
mecánica celeste). Estoy pensando mientras redacto este texto en el
oscilador armónico, como ejemplo paradigmático.
Retomando el hilo inicial del discurso, es posible discernir dos
tipos básicos de geocentrismo, al menos desde mi punto de vista:
a) El geocentrismo antiguo o dinámico: de
mirada esencialmente volcada hacia el interior (expresado de otra
manera, hacia la Tierra). Debido a la consideración de nuestro planeta, y
por añadidura de todos los organismos que lo pueblan (el ser humano,
quizá la mayor parte de las veces tratado en posición de personaje
principal) como elemento fijo, objeto principal del mismo, ubicado
espacialmente en su centro, como un punto de referencia. En esta
concepción, todos los demás objetos, estrellas, planetas, asteroides, en
cierto sentido le reconocen implícitamente una especie de actitud
reverencial. Este geocentrismo dinámico, intimista y de naturaleza mecánica fue el que vertebró la visión del cosmos de nuestros antepasados. El universo cerrado[3]
y de índole perfecta, es decir esférica... (entiéndase la forma y su
estructura, que en este contexto tienen el mismo carácter).
b) El geocentrismo dinámico y termodinámico
actual: de carácter expansivo, no centralizado en el planeta y de
consistencia práctica sin más connotaciones trascendentes que las que se
deriven del puro conocimiento científico y de la estética que le es
afín. En cierto aspecto de un talante mucho más complejo que el
primitivo o el antiguo, porque sus implicaciones no están unívocamente
determinadas. Veamos, como inciso, un ejemplo de este estilo de
pensamiento propio, de este geocentrismo, consistente en la
consideración de que el mundo sublunar y el mundo supralunar son de
similar naturaleza (una idea subyacente –pero transformada- en Newton,
en la formulación de sus leyes[4]
del movimiento y la ampliación consiguiente a todas las leyes que
describen nuestra comprensión de la naturaleza a cualquier parte del
universo).
Haciendo una proyección de futuro, al medio-largo plazo, cabe pensar
en la posible colonización humana de otros planetas, satélites o
distintos objetos astronómicos viables. En mi opinión, la idea emana de
la tendencia natural humana a adaptar el medio ambiente a las propias
necesidades de supervivencia de sus sociedades (al menos la estrategia
vital desarrollada en este planeta hasta el momento), el camino inicial
será el de la búsqueda de algún cuerpo astronómico, entre los
candidatos, con mayor capacidad de adaptación a los requisitos
imprescindibles para hacer viable nuestra existencia como organismos
individuales y como seres sociales.
Este planteamiento, tal vez demasiado esquemático e ingenuo,
se debería completar en la misma línea teniendo presente la complejidad
derivada de la globalización por una parte y de las tecnologías de la
sociedad de la información, por otra. Para no entrar en el campo de la
ciencia ficción, que no procede en este contexto, no conviene llevar al
extremo esta línea de razonamiento; pero si bien yo no me lo permito
aquí, invito a la imaginación del lector. Cabría pensar en el
surgimiento de problemas territoriales y de nacionalidades, si el código
ético no se elaborase previamente y la supuesta colonización humana no
resultase ordenada, como debería corresponder a una futura mentalidad
humana de mayor calidad que la actual.
Bibliografía y fuentes de información
Copernico, N. Sobre las revoluciones (de los orbes celestes). Madrid, Tecnos, 2009.
Herrera, R. M. Ancient Geocentrism vs Current Geocentrism, work in progress. Madrid, Conference Proceeding, 2012.
Koyré, A. Del mundo cerrado al univeso infinito. Madrid, Siglo XXI de España editores, 1984 (From the closed world to the infinite universe, 1957).
Lions, J-L. El planeta Tierra. El papel de las matemáticas y de los superodenadores. Madrid, Instituto de España, Espasa Calpe, 1990.
Poincaré, H. Les méthodes nouvelles de la mécanique celeste, París, 1899.
Rosa María Herrera, El geocentrismo 'inevitable', fronteraD, 04/04/2013
Notas
[1]
El geocentrismo primitivo (todo lo externo al planeta se mueve a su
alrededor) es absolutamente espontáneo y, si no imprescindible, muy
relevante para la supervivencia de la especie.
[2]
Las sociedades humanas avanzadas viven de espaldas al cielo, en una
postura algo distinta a la de nuestros antepasados, pero esa cotidiana
ignorancia de nuestro entorno (salvo en el caso de los especialistas e
interesados) no interfiere ni modifica nuestra condición en el cosmos.
[3] En el sentido de Koyré.
[4] En realidad Newton no las denominó leyes, esta nomenclatura es posterior.
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