Independentisme possibilista.


... al independentismo emocional, fundado en cuestiones de identidad, lengua o cultura, se le une un independentismo de corte posibilista, de adscripción identitaria difusa, en base a un cálculo de oportunidad, de coste-beneficio. Este es un fenómeno nuevo, aunque ya observado hace años en Quebec. Por ello, la determinación de Artur Mas y del catalanismo no deja de ir al compás de la creciente centralidad social de este pensamiento, que, como se vio en la manifestación del 11-S, se halla copado por una clase media muy castigada por la crisis y que enarbola el estandarte. Además, las nuevas generaciones no se alimentan ya de las “glorias catalanas” ni están atrapadas en la atávica dialéctica Cataluña-España. Los hijos de la vieja inmigración, muchos castellanohablantes, tienen hoy 50 años y no solo se sienten plenamente catalanes, sino que desean lo mejor para ellos y sus hijos, y creen que un Estado que posterga el eje mediterráneo, ejecuta el 35% de lo que dice invertir o tolera un déficit fiscal del 8% del PIB es un lastre para su progreso.

Y lo que antes podía parecer un movimiento reactivo o testimonial ahora se ha convertido en un movimiento transversal, interclasista e intergeneracional. Y ese es, precisamente, el principal antídoto contra cualquier atisbo de fractura social. Hoy el objetivo del Estado no es visto como un capricho de unas élites políticas autóctonas. Es algo ampliamente compartido, nada excluyente. Incorpora a aquellos que en Cataluña viven en una esfera social o mediática más impermeable a la tradición del catalanismo, con independencia de la lengua que hablen o de sus vínculos familiares o emocionales con España.

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