Federalisme, l'horitzó raonable per a una nació de nacions.
España es, de hecho, el único país del mundo en el que para buena parte de la
opinión la federación no implica la construcción de una Unión federal, sino la
“balcanización” y la “fractura” del Estado. Habrá que sospechar, sin embargo,
que alguna suerte de virtualidad política tendrá el federalismo cuando más del
55% de la población mundial (65% del PIB global), vive bajo distintos arreglos
federales. En segundo lugar, ha impedido que los españoles nos reconozcamos como
ciudadanos de un sistema que ha llegado a ser de hecho —a saltos y con déficits—
un sistema político federal. La federalización del Estado de las autonomías es
innegable, y así se reconoce en las investigaciones de política comparada, pues
posee el núcleo esencial de toda federación: niveles sustantivos de autogobierno
y Gobierno compartido garantizados constitucionalmente. En tercer lugar, tan
reiterada ambigüedad ha impedido asimismo no solo entender cabalmente el
funcionamiento del sistema, sino disponer de un proyecto de futuro que,
basándose en un análisis riguroso de sus principales problemas, señale un
horizonte de reformas preciso y contrastado en otros países federales.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de federalismo? En primer lugar, al
abandono del concepto y vocabulario de la soberanía, que implica la
exorbitante exigencia de un centro monopolizador del poder político, indelegable
e indivisible. La visión federal de la democracia reemplaza la concepción
jerárquica y piramidal del poder político —“mando y control”— por otra bien
diferente: horizontal, de competencias repartidas, en red, pero coordinadas
(federadas). En su propia etimología, el federalismo remite a la construcción
política de la confianza (fides) mediante pacto entre iguales
(foedus). Si la soberanía siempre constituyó un imposible sueño de la
razón en la historia del pensamiento, en el ámbito de nuestro sistema político
multinivel, la Unión Europea, carece simplemente de sentido. Demasiado caro está
pagando Europa haber abandonado el aliento federal originario, para abandonarse
a las resistencias “soberanas” de Estados inanes ante los mercados financieros.
En segundo lugar, el federalismo postula la construcción de un Estado de
Estados, o lo que es lo mismo la articulación de autogobierno y gobierno
compartido. Esto es, un equilibrio negociado y respetado que concilie la
mayor autonomía política de las partes con la inclusión participativa en una
voluntad común. Las evidencias empíricas disponibles en nuestro país contradicen
las percepciones sobre la ruinosa complejidad de este modelo. En lo que respecta
al autogobierno, la proximidad de las autonomías a las preferencias de los
ciudadanos ha permitido aumentar la calidad de las políticas públicas, disminuir
los costes de su provisión, experimentar soluciones diferentes, innovar y
competir. La merma de control en razón de la mayor dificultad en la atribución
de responsabilidades se ha resuelto parcialmente mediante aprendizaje cívico y
voto sofisticado. En lo que atañe al gobierno compartido, los estereotipos sobre
el fracaso de las relaciones intergubernamentales multilaterales tampoco se
sostienen: es constatable un aumento continuo (si bien heterogéneo) de la
actividad de los órganos multilaterales, con predominio de estrategias de
búsqueda de soluciones. Surge también una demanda de no duplicación y
coordinación no jerárquica de la Administración y Gobierno centrales. Se suele
hablar a estos efectos de federalismo cooperativo y es evidente que el sistema
español ha generado mecanismos valiosos de cooperación. Debe, sin embargo,
discutirse muy bien su alcance, porque el “federalismo cooperativo” de impronta
alemana se basa en una peculiar tradición de Gobierno neocorporativo y de
consenso que no solo diluye las responsabilidades políticas de los diferentes
niveles, sino que genera continuas trampas de decisión conjunta y alberga una
innegable recentralización de las competencias estatutarias.
En tercer lugar, federalismo implica unidad en la diversidad cultural y
nacional, un concepto pluralista, no nacionalista de nación. El
federalismo, en contra de lo que se suele creer no concierne solo al “Estado”,
no deja a la nación como campo libre a los nacionalismos de varia índole, sino
que posee su propia alternativa. Especialmente cuestiona la vieja ecuación: “Un
Estado, una nación” (Estado nacional), o su mímesis: “Una nación, un Estado”
(Principio de las nacionalidades). El federalismo defiende abiertamente la neta
superioridad ético-política de la convivencia de varias naciones en el seno del
mismo sistema en un proyecto de tolerancia, lealtad, confianza y respeto mutuo.
Supera el vocabulario de las esencias nacionales, de la cosificación defensiva
de las identidades, no las blinda ni las aísla volviéndolas excluyentes.
Atendiendo el (muy desigual y plural) valor político y cultural de la nación
para los ciudadanos, propone una perspectiva de identidades superpuestas, una
federación plurinacional, una nación de naciones.
En cuarto lugar, el federalismo postula, como eje central de su modelo, la
igualdad y la solidaridad interterritorial. La evidencia empírica de la
política comparada muestra con claridad que el federalismo no dificulta la
igualdad entre los territorios. En España también en esto las evidencias
contrastan con las percepciones: los estudios más solventes prueban que la
igualdad no se ha visto dañada por la diversidad cultural y política, que las
distancias entre los diferentes niveles de bienestar entre comunidades autónomas
han disminuido. Pero con un coste y esfuerzo fiscal muy mal repartidos. Propone
el federalismo una igualdad compleja, ajena a la uniformidad, en razón del
autogobierno y experimentación que defiende, pero que sitúa en la base del
proyecto común la cohesión territorial a partir de algunos postulados básicos:
suficiencia financiera, corresponsabilidad fiscal, transparencia y
proporcionalidad (ordinalidad).
El federalismo no es una panacea, sino un programa que defiende una cultura
política, principios y valores propios, así como un eficacísimo diseño
institucional muy adaptativo a contextos cambiantes. Unos y otras pueden ser
reinterpretados desde diversas ideologías democráticas (liberalismo, socialismo,
nacionalismo o ecologismo). Y aporta, además, un espacio de encuentro para una
discusión muy aquilatada y contrastada sobre la ingente experiencia
institucional disponible en muchos países y diferentes contextos económicos y
sociales. Puede proveer de un horizonte razonable a una mayoría de españoles.
Una solución federal explícita a nuestros problemas federales que requiere la
reforma de la Constitución, pues la vía evolutiva a través de los Estatutos ha
sido clausurada por el propio Tribunal Constitucional.
Podría aducirse que no es este el momento, que en estos momentos ni las
buenas razones federales pueden competir con la exaltación política de las
pasiones nacionales, ni la ocasión es propicia para esgrimirlas, dado el
contexto de crisis económica que reclama muy otras prioridades. Todo lo
contrario, es preciso recordar que, por una parte, el federalismo promueve sus
propias pasiones políticas, anteponiendo la empatía al resentimiento entre
comunidades; y que, por otra, en el seno de la crisis presente, el inaplazable
retorno de la política frente a “los mercados” nos reclama la visión federal:
más política y más Europa.
Ramón Maiz, Las razones del federalismo, El País, 17/10/2012
http://elpais.com/elpais/2012/10/08/opinion/1349692622_661786.html
http://elpais.com/elpais/2012/10/08/opinion/1349692622_661786.html
Comentaris