Eric Hobsbawn, historiador marxista.


“La crítica de la retórica de los mitos históricos es una tarea de
los historiadores de hoy, sobre todo en casos donde hay nacionalismos”
Eric Hobsbawm,  El País, 12 de abril de 2003

“Lo que encontramos hoy en día no es que ya no exista clase obrera alguna,
sino que la conciencia de clase ya no tiene su capacidad de unir”
Eric Hobsbawm (1988)

Leíamos a Hobsbawm. Era un paso de frontera obligado. Queríamos asaltar los cielos de la razón y la razón, vestida con las sedas del turbocapitalismo, ha creado el actual estado de excepción permanente. Arranco esta necrológica, subgénero periodístico, con un libro en la mano. Se trata de Las revoluciones burguesas, 11ª edición, Labor, Punto Omega, 1987. En realidad, licencias editoriales al margen, es el primer volumen de las Eras, La Era de la Revolución (1798-1848), obra que consagró -si no lo estaba ya- a Eric Hobsbawm, en 1962, como uno de los historiadores más importantes del siglo XX. Junto con La Era del Capital (1848-1875) y La Era del Imperio (1875-1914), aparecieron en 1975 y 1987, constituyen el fresco más detallado sobre la evolución política, social y cultural del siglo XIX, hasta la I Guerra Mundial. Leer estos tres volúmenes, hoy, pulcramente editados por Crítica, junto con el resto de sus trabajos, es la forma más sencilla, rápida y directa para entender cómo hemos llegado hasta aquí, cómo nos han conducido, burbujas inmobiliarias al margen, al abismo. Muchos advenedizos, cabalgan por doquier, aprovecharán su muerte, 1 de octubre de 2012, y repetirán la letanía: era un historiador marxista, es decir, de poco fiar o, en el mejor de los casos, lastrado por su errónea metodología. “Marxista” ha pasado de ser un término descriptivo, lo era en el siglo XIX, a un insulto -salvo excepciones- durante el XX: ahora es solo arqueología. “Historiador marxista” debe ser una categoría especial, se entiende que menor (o diferente), de historiador. Algo así como un historiador prisionero de su gulag ideológico totalitario. Será por aquello de la objetividad demócrata-liberal. Esta visto que no se han enterado, a estas alturas, del método marxista como forma de análisis de la realidad social. Da igual. Han ganado.

Eric Hobsbawm, judío no practicante, nació (1917) en un sitio imposible y mágico del protectorado colonial británico, Alejandría (Egipto), y ha muerto, sabio, en otro sitio igualmente fantasmagórico, un hospital de Hampstead, en el Londres virtual, la sociedad líquida del consumo y los JJ. OO., donde nada es lo que parece: ni un anuncio es un anuncio. Educado en Viena, Berlín y en el King´s College de Cambridge, formó parte del grupo de marxistas ingleses que tanto lustre dieron al pensamiento anglosajón, teoría y acción práctica, durante décadas. Incluso más de una generación de españoles (mirarán hacia otro lado, no son tiempos de reivindicaciones) se ha nutrido con las lecturas de E. Hobsbawm, E. P. Thompson, Christopher Hill, Maurice H. Dobb, Rodney Hilton o Raymond Williams, por citar nombres esenciales. Past & Present fue una de sus principales revistas. Estaban levantando la bandera de la Historia social: la historia desde abajo. “Me hice comunista en 1932, aunque en realidad no ingresé en el Partido hasta mi llegada a Cambridge en otoño de 1936”. Así arranca el capítulo 9, “Ser comunista” de Años interesantes. Una vida en el siglo XX (2003).

Prolífico escritor, por su inteligencia crítica han desfilado cuestiones tan variadas como los primeros revolucionarios, bandoleros y ludistas, o el jazz (escribió docenas de artículos para el New Statesman con el pseudónimo de Frankie Newton, trompetista negro y comunista de Billie Holliday), pasando por la revolución industrial, el olvido de la mujer en la Historia, el bolchevismo, los sindicatos de clase, la dinámica de Vietnam y las guerras imperialistas; mayo del 68, Marx, Lenin o Karl Korsch y las vanguardias artísticas del siglo XX. Nada le parecía ajeno. Aunque quizá sea Trabajadores. Estudios de historia de la clase obrera (Crítica, 1979), uno de sus libros más rotundos: la guía imprescindible. Con Historia del siglo XX (Crítica, 1995), titulado Age of Extremes. The short Twentieth Century (1914-1991), puso colofón a sus Eras. Este trabajo de síntesis le dio fama mundial (al tiempo, Giovanni Arrighi, publicaba, 1994, El largo siglo XX, Akal, 1999), consiguiendo llegar a miles lectores. Me alegré -en silencio- por el éxito del viejo combatiente. En 2003, con motivo de uno de sus viajes a España (era un apasionado de nuestra historia contemporánea), declaraba a El País (12/04/2003), ante la pregunta, “¿Qué significa el comunismo en el siglo XXI”? “En primer lugar, crítica al capitalismo, crítica de una sociedad injusta que está desarrollando sus contradicciones. El ideal de una sociedad de mayor igualdad, libertad y fraternidad. La pasión por la acción política, el reconocimiento de la necesidad de la acción colectiva. La defensa de la causa de los pobres y los oprimidos. Lo que ya no significa es un orden social como el tipo soviético, un orden económico de planificación total y colectiva: me parece que ese experimento ha fallecido. El comunismo como motivación continúa vigente; como programa, no.”  

Con la muerte del profesor Hobsbawm desaparece uno de los pilares de la memoria individual y colectiva del siglo XX. Conocía los recodos del siglo XIX y ha vivido el XX, cambalache de guerras, pasiones revolucionarias e ilusiones perdidas. La muerte de E.H. nos deja ateridos de frío, la sensación de una espada en la piel, arrancando otoño, mientras avanza la destrucción implacable del Estado de Bienestar. La “Era de Hobsbawm” toca a su fin. Quedarán los libros, centenares de artículos y conferencias. Es posible que alguien, por vez primera, se acerque a sus textos. Los mayores pasarán el plumero por las estanterías y recordarán qué pensaban, illo tempore, cuando leyeron a E.H. Los nuevos lectores disfrutarán. A otros muchos, este gentleman comunista les seguirá dando pavor. O quizá sea su propia sombra, ahora gris marengo.   

Manuel Fernández-Cuesta, Eric Hobsbawm, el otro gentleman comunista, eldiario.es, 02/10/2012

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