Llull i la seva màquina de pensar.
Como ya hemos expuesto en alguna entrada, entre los posibles candidatos a ser
considerados los creadores de la ciencia y técnica que conocemos como
informática, podemos considerar a Alan Turing como el mejor posicionado a
recibir dicha calificación. También, con motivo de su artículo de 1950 sobre
pensamiento y máquinas de cómputo podemos considerarlo pionero de la rama
conocida hoy como Inteligencia Artificial; si bien dicho nombre fue acuñado
oficialmente en 1956, durante la Conferencia de Darmouth; donde estaban grandes
figuras como John McCarthy, creador del lenguaje de programación LISP; Marvin
Minsky y Claude Shannon, entre muchos otros.
No obstante, también
podemos encontrar trabajos pioneros en lo referente a la formalización del
proceso del razonamiento o de la automatización de procesos, que podemos
considerar que son los objetos típicos de estudio de esta ciencia. Aparecen ya
en épocas tan tempranas como la Grecia clásica, con el propio Aristóteles, que
intentó describir el funcionamiento racional de la mente, o incluso, el menos
conocido Ctesibio de Alejandría, que describió una máquina automática que
regulaba el flujo de agua, y que podemos clasificar como un hito en la búsqueda
de los procesos automatizados. También en la oscura edad media, en sus inicios,
encontramos al matemático persa Mohammed Ibn Musa Al-Jwarizmi, nacido hacia el
año 780 en lo que hoy es Uzbekistán, introductor del concepto de algoritmo y del
sistema de numeración actual.
Raimon Llull |
Ya
en la alta Edad Media, en una época algo más tardía, nos encontramos al filósofo
mallorquín Ramon Llull, nacido en 1232 en la ciudad de Palma de Mallorca, que
entonces, según Umberto Eco, era una «encrucijada en la época de las tres
culturas, cristiana, islámica y judía, hasta el punto de que la mayor parte de
sus 280 obras reconocidas fueron escritas inicialmente en árabe y en catalán».
En la corte de Jaime I, Llull fue preceptor de su hijo, el príncipe, y también
ocupó diversos cargos de importancia, llevando una vida alegre, pues incluso fue
trovador y compositor de canciones, hasta que tuvo lugar una gran
transformación, tras la que pasó a llevar una vida monacal y donde produjo su
gran obra filosófica y literaria, que le llevó a recibir en su tiempo los
títulos de Arabicus Christianus, Doctor Inspiratus o
Doctor Illuminatus.
Fue declarado beato de la Iglesia Católica en el siglo XVI, e incluso se
inició un proceso de canonización que quedó truncado ante la duda de la
ortodoxia de algunos de sus postulados. También está considerado como el patrono
de los ingenieros informáticos, y aunque este pretendido patronazgo se trate de
un simbolismo algo obsoleto en nuestros tiempos actuales, de ser considerado
necesario, es cierto que en Llull recaen los méritos suficientes para hacerse
acreedor a esa mención.
Gran parte de su obra tiene carácter religioso, debido a su propia vocación,
vinculada a la fe cristiana. Y también está considerado como uno de los padres
de la lengua catalana, lengua que usó profusamente, junto al árabe, como ya se
ha indicado en la cita previa.
Hacia el año 1275, inspirado por Roger Bacon, comenzó a trabajar en una obra cumbre del
razonamiento metódico, el Ars Magna, que apareció publicado en 1315, y
que puede considerarse un claro precursor del razonamiento automático, ya
entendido como un procedimiento mecánico que razona por sí mismo. En ella
sostenía que el razonamiento podía realizarse de dicha manera mecanizada,
mediante un proceso secuencial, en una especie de artefacto automático, con el
que pretendía demostrar que las verdades de la fe cristiana eran correctas, con
el objetivo de zanjar de una manera definitiva toda posible discusión, e
incluso, demostrar también que las tesis contrarias eran erradas, entre ellas,
las sostenidas por racionalistas como Averroes de tal forma que incluso los
musulmanes o judíos más fanáticos consiguieran apreciarlo sin posibilidad de
error.
Este artefacto fue denominado por el propio Llull como Ars Magna y
supuso un punto de inflexión en su vida, convirtiéndose en uno de sus trabajos
más importantes al que dedicaría gran parte de su obra, fundamentalmente para
explicar su funcionamiento, que combinaba la filosofía y la teología llegando,
incluso, a contradecir a la propia Iglesia Católica.
Así pues, en dicha obra, Llull diseñó y planteó construir una máquina lógica
de naturaleza mecánica, en la cual, las sentencias, los sujetos y los predicados
teológicos estaban organizados en figuras geométricas de las que, en la
tradición aristotélica imperante, se consideraban perfectas, tales como
círculos, cuadrados y triángulos. Para su operación, se disponía de diales,
palancas, y unas manivelas giratorias que movían las diferentes proposiciones y
tesis a lo largo de unas guías, y que se detenían finalmente en una de las dos
posibles posiciones que indicaban la respuesta bien afirmativa que indicaba la
certeza de la proposición, o bien negativa que correspondía a la falsedad de la
misma. Así, según Llull, la máquina podía probar por sí misma la verdad o
falsedad de cualquier postulado que se le introdujese. Un verdadero cálculo
lógico automatizado.
Podemos
destacar dos aspectos muy interesantes del Ars de Llull, que son, en
primer lugar, una auténtica teoría del conocimiento que aparece, por primera
vez, formalizada en su sistema, y por otra la mecanización formal del
conocimiento, dando una forma operativa a la lógica aristotélica; usando para
ello conceptos abstractos generalizados con los cuales poder operar, y que
podían representar cada uno de ellos, para cada operación particular, diferentes
términos y que, mediante un proceso de asignación pasaban a ser las diferentes
figuras móviles, las cuales seguían, a su vez, los patrones de movimiento que
representaban los procedimientos combinatorios lógicos-algebraicos de
argumentación que tenía implementados.
Así pues, Ramón Llull inventó, anticipándose más de 600 años a Turing, una
máquina que pretendía pensar, y que usaba para ello un lenguaje propio, con un
alfabeto de nueve letras (BCDEFGHIK) y unos discos de pergamino que
representaban la memoria de su máquina. Diez de ellos, situados a la derecha,
para las preguntas, y otros diez a la izquierda para las respuestas. Para la
gestión del conocimiento, Llull, de una forma excesivamente simplificada, lo
consideraba como la yustaposición de una serie de ideas simples, que denominó
raíces, de las que definió 54 tipos, un tercio de las cuales estaban vinculadas
a la religión cristiana. La combinación organizada de estas ideas básicas, de
acuerdo a los diferentes procedimientos establecidos, era la que debía conducir
a cualquier conocimiento científico (scientia generalis).
En su funcionamiento, mediante el alfabeto de su lenguaje, Llull pretendía
almacenar términos de validez universal, como podían ser bondad, grandeza,
eternidad, poder, sabiduría, voluntad, virtud, verdad, gloria, etc, que eran
codificados en uno de los elementos del alfabeto, que, evidentemente, también
albergaba otros significados. Por ejemplo, B puede significar bondad,
diferencia, Dios, justicia y avaricia, y lo mismo para el resto de letras hasta
llegar a la K. Posteriormente, en relación con estas letras, se forman distintas
"figuras" en las que se organizan, de forma combinatoria, todas las diferentes
posibilidades, aplicando una serie de principios distintos, cada vez más
complejos, hasta formar tablas con cápsulas de tres y cuatro letras, del tipo:
"la bondad es grande", o "el poder es eterno", "la sabiduría es buena", "la
verdad es inteligible", "la eternidad es gloriosa", etc. En general, en sus
exposiciones, siempre trata de proposiciones de naturaleza teológica, su
principal preocupación.
El Ars Magna así definido era, por tanto, lo que hoy denominaríamos
un autómata finito, y no excesivamente complicado, por lo que estamos en
disposición de saber que el planteamiento era incorrecto y que la cantidad de
información así manipulable es muy limitada, en realidad, un subconjunto de lo
que denominamos "lenguajes regulares". No obstante, es remarcable el propio
planteamiento de intentar, por vez primera, usar medios lógicos de forma
exhaustiva para producir nuevo conocimiento. Ciertamente, ni la llevó a la
práctica, ni tampoco hubiese podido hacerlo, de acuerdo a los resultados que
posteriormente alcanzaría el propio Turing, pero eso no quita que debamos
reconocerle el gran mérito de dicho planteamiento, sobre todo en la época y
circunstancias en que lo hizo.
La
realidad teórica subyacente en el artefacto diseñado por el filósofo mallorquín
era una fusión o identificación de la teología con la filosofía, orientada a
explicar las verdades de ambas disciplinas como si fueran una única. Su objetivo
era demostrar, con esta máquina, la veracidad de las doctrinas cristianas,
trabajo que fue continuado en el siglo XVI por Giordano Bruno, y por Leibniz en
el XVII que perfeccionó la máquina en su obra De Ars Combinatoria.
Llull, en su planteamiento, creía que, por medio de la codificación en los
caracteres del Ars, de ciertas verdades básicas de carácter universal,
así como de su manipulación por medio de unos mecanismos de carácter
combinatorio, no tendríamos más remedio que aceptar la certeza de los postulados
obtenidos, so pena de incurrir en un contrasentido lógico. Y entre los mismos se
encontrarían todos los dogmas del cristianismo. En esencia, pretendía que a
partir de unos pocos axiomas y por medio de un procedimiento ordenado y lógico
podía demostrar la existencia de Dios. No obstante, Alan Turing, algunos cientos
de años después, lo que demostró es que, a partir de algunos axiomas y por medio
de un procedimiento ordenado y lógico, había casos en donde a lo más a que podía
llegar es a estar dando vueltas sin parar en un eterno camino sin fin.
Fernando Cuartero, Ramon Llull, el Ars Magna y la informática, El año de Turing, 11/10/2012
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