En què consisteix l'era postmoralista?



La cultura de la obligación moral ha dejado paso a la de la gestión integral de uno mismo, el reino del pragmatismo individualista ha reemplazado al del idealismo categórico, los criterios de respeto hacia sí mismo han entrado en el ciclo móvil e indeterminado de la personalización, de la psicologización,de la operacionalización. El proceso posmoralista ha transformado los deberes hacia uno mismo en derechos subjetivos y las máximas obligatorias de la virtud en opciones y consejos técnicos con miras al mayor bienestar de las personas. Se ha pasado una página de la historia de la moral moderna: la moral individual se ha convertido en una moral desustancializada, inencontrable para mayor provecho de la dinámica histórica de la autonomía individualista en adelante liberada de una forma de obligación interna que determinaba imperativamente las conductas.

Cuidémonos de la cantinela decadente: la expansión de los derechos subjetivos y la defección de los deberes individuales no deben servir para dar validez al paradigma del nihilismo, definido como anarquía generalizada, ausencia de toda legitimidad, «incertidumbre, diletantismo y escepticismo» por utilizar expresiones caras a Nietzsche. La era posmoralista reserva más de una sorpresa: las obligaciones morales respecto de uno mismo periclitan pero se establecen nuevos consensos sobre la vida, la muerte y el cuerpo; los imperativos absolutos relativos a uno mismo se disgregan pero la cultura individualista contemporánea no justifica todas las prácticas, aunque se basen en el consentimiento libre de los sujetos; se reafirman éticas prohibidas que ya no están moldeadas por el marco de la moral individual. Así, el momento posmoralista lanza una especie de desafío social a los presuntos kantianos: sí, podemos reconocernos obligados uno hacia el otro sin por eso sentirnos obligados hacia nosotros mismos, las legitimidades humanistas se refuerzan mientras que la cultura de la moral individual se aleja. Nada más inexacto que asimilar el neoindividualismo como un «dejarse ir» sin freno: por todas partes se exigen límites y reglas, por todas partes los grandes referentes en otra época transmitidos por la moral personal -el trabajo, la higiene, el respeto y el desarrollo personal- resurgen de otra manera, movilizan las pasiones y las preocupaciones subjetivas. Él respeto a la humanidad mediante el respeto al propio yo no es ya una norma clara y precisa de la razón práctica, pero más que nunca dominan las preocupaciones de higiene y de desarrollo personal. Si la salida de la era perentoria del deber significa menos autocontrol «ideal», no por eso significa también desregulación caótica de los comportamientos individuales y sociales: las obligaciones internas categóricas están obsoletas, pero la nueva cultura sanitaria y profesional no deja de fortalecer la interiorización de las normas colectivas. No cabe duda de que el de| crédito de la moral individual no significa un paso suplementario en la lógica histórica del individualismo, si se añade que el poder social de encuadramiento de los comportamientos no hace sino proseguir su carrera de otra manera; sólo hay una ganancia de autonomía subjetiva si está acompañada por un incremento de control social heterónomo que, al actuar en nombre del interés de los individuos, puede reglamentar cada vez más estrechamente, con el consenso social y sin conminación autoritaria, la existencia cotidiana. 

Gilles Lipovetsky, El crepúsculo del deber, Barcelona, Editorial Anagrama, 1994, págs. 83-84



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