El càlcul hedonista de Bentham.
Bentham definía la utilidad como “aquella propiedad de
cualquier objeto por medio de la cual tiende a producir placer, bien o
felicidad, o a evitar el daño, el dolor, el mal y la desdicha”. Su lema, que
fue adoptado de distintas formas por los utilitaristas posteriores, era “la
mayor felicidad para el mayor número posible”. (…)
El ideal utilitarista conquistó la imaginación de los estadistas. Pero el
método exacto de Bentham para
llevarlo a cabo era tan excéntrico como su panóptico. Tanto la legislación como
las acciones de los individuos debían estar sujetas al “cálculo hedonista”. Se
cuantificaba la felicidad o desdicha que le causaban a un individuo y luego se
multiplicaba por el número de personas que disfrutaban o sufrían estas
consecuencias. Si los resultados globales eran más buenos que malos y no se
podía obtener un resultado mejor por otros medios, la ley o la acción era
correcta y justa. El cálculo hedonista era un método que servía para solucionar
todos los dilemas morales mediante una simple suma o resta.
El único dios del sistema moral de Bentham
era la utilidad. La rectitud moral consistía en hacer que las cosas fueran de
un modo determinado, en maximizar el predominio de ciertas cualidades. No tenía
que ver con cumplir obligaciones u obedecer a deidades. La propia utilidad sin
embargo podía definirse de distintas formas. La definición que Bentham daba de la utilidad era de tipo
hedonista: felicidad es igual a placer. Pensaba que todos los seres humanos
buscaban el placer y evitar el dolor. Por lo tanto, aquello que hace feliz a la
mayoría de la gente, o les proporciona más placer, es moralmente correcto. (…) John Stuart Mill (1806-1873), hijo de James Mill, discípulo de Bentham, dio una definición más verosímil
de utilidad: mantuvo los conceptos de felicidad y placer. Pero hizo una
distinción entre las formas de placer mayores y las menores. (…)
El cálculo de Bentham es un simple proceso mecánico que sirve para sopesar
los pros y los contras. Él pensaba que serviría para que nadie se sintiera
perdido ante un dilema moral. Está claro que predecir las consecuencias que las
leyes y acciones podrán tener puede resultar difícil, pero nadie ha dicho nunca
que la moralidad fuera fácil. (…) Desde el punto de vista utilitarista la
situación óptima –aquella en la que todos los ciudadanos serían sumamente
felices. Quizá no es alcanzable para los enclenques seres humanos, pero no por
eso deja de ser la mejor. (…) Siempre que una acción produzca una mayor
utilidad –o menos dolor- que cualquier otra cosa que podamos hacer, estamos
obligados a hacerlo para conservar y mejorar el bien común.
Nicholas Fearn, Zenón y la
tortuga, Grijalbo, Barna 2003
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