La construcció de l' 'homo democraticus'.
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Para realizarse la hipótesis democrática ha recorrido un camino largo y
atormentado. Cerrándole el paso no había solamente factores materiales sino
además una maraña de ideas profundamente arraigadas y tenaces. Una de ellas
pretendía que los ciudadanos no pudieran ser admitidos a votar, por su
incapacidad para decidir y escoger. Precisamente por eso la democracia, si bien
es una invención liberal, es un régimen mal visto por los Poderes Duros: da la
palabra a lo que no cuentan, a las mayorías inermes que, sin embargo, tienen el
peso de una minoría, a los marginados y a los pobres. Ello le confiere un
inconfundible olor socialista que ni
siguiera las mayorías más reaccionarias han conseguido atenuar. (…)
La democracia, observaba Tocqueville,
estimula el individualismo, el sentido de la igualdad y el deseo de bienes
materiales. Por eso la mentalidad democrática ha arraigado y se ha extendido
capilarmente, produciendo efectos incluso muy distantes de su punto de origen.
Ha hecho presa, además, en personas en absoluto democráticas: por ejemplo, hoy
es raro ya que quien es de derechas esté en contra de la institución del
divorcio, de la instrucción obligatoria, de la tolerancia, aunque se trate, en
efecto, de conquistas de las izquierdas radicales y democráticas.
Junto a la mentalidad, e acumuló una densa estratificación de relatos y de “parábolas”
sobre las ventajas y los méritos de la democracia para los ciudadanos. Estos
relatos –que en su conjunto forman la mitología democrática- sirven para
difundir la idea de que en la democracia se reúne los mejor (paz, libertad,
instrucción, bienestar, tolerancia, fortuna personal, etcétera) y que por ello
es necesario cualquier esfuerzo para modificar a los hombres y hacer que surja
de ellos el Homo democraticus. Todo
régimen crea sus mitos, sus historias y sus héroes, es más: tiene una necesidad
vital de asegurarse la confianza y el crédito de los ciudadanos, sobre todo
entre las clases menos críticas (…).
El término “democracia”, en suma, ha acabado por designar no sólo un
régimen con sus instituciones sino también una mentalidad compartida y una
densa mitología. Esos tres pilares, en parte inmateriales y en parte
materiales, sostienen todavía hoy la arquitectura de los regímenes democráticos
y tienen dinámicas coordinadas, cuando no coincidentes. De ese admirable
complejo de recursos y de las protecciones que ofrece se han beneficiado todos,
incluso aquellos que no creían en la democracia.
Raffaele Simone, El hada
democrática: Por qué la democracia fracasa en su búsqueda de ideales,
Taurus, Madrid 2016
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