Història, aleatorietat i soroll.
C. P. Cavafy |
El hombre sabio escucha el significado, el idiota sólo percibe el ruido. El
moderno poeta griego C. P. Cavafy escribió una pieza en 1915 siguiendo el adagio
de Filostrato: “Pues los dioses
perciben cosas en el futuro, la gente ordinaria cosas en el presente, pero los
sabios perciben cosas que están por ocurrir” Cavafy escribió:
(…) en su intensa meditación les alcanza el oculto sonido de las cosas y escuchan reverentemente mientras que fuera en la calle la gente no oye nada en absoluto.
Hay un aspecto importante y nada trivial del pensamiento histórico que, tal
vez, se puede aplicar más a los mercados que a ninguna otra cosa: a diferencia
de muchas ciencias “puras”, la historia no se presta a experimentación. Pero,
de alguna manera, en general, la historia es suficientemente potente como para
dar lugar, con el tiempo, a medio-largo plazo, a la mayoría de los escenarios
posibles y, al final, enterrar al malo. Al final siempre te pillan las malas
transacciones, se dice con frecuencia en los mercados. Los matemáticos
especializados en probabilidad tienen para ello un nombre resultón: ergodicidad. Significa, a grandes
rasgos, que, en determinadas condiciones, las trayectorias muestrales muy
largas terminarán pareciéndose entre sí. (…) No se puede esperar que el
conserje que ganó la lotería vuelva a ganarla si viviera 1.000 años. Los que
tuvieron mala suerte en la vida, a pesar de sus habilidades, terminarán
saliendo adelante. El idiota afortunado puede haber disfrutado de cierta suerte
en la vida; a más largo plazo convergerá lentamente al estado de un idiota
menos afortunado. Cada uno reverterá a sus propiedades en el largo plazo.
Un rendimiento del 15% con una volatilidad (o incertidumbre) del 10% al año
se traduce en una probabilidad de éxito del 93% un año cualquiera. Pero si se
ve en una escala temporal reducida, esto se traduce en una probabilidad de un
mero 50,02 % de éxito en un segundo cualquiera. En un incremento temporal muy
reducido, la observación resultará muy cercana a nada. Sin embargo, la
intuición del inversor felizmente jubilado, que se ha construido en su ático un
bonito despacho, con la intención de pasar todos los días laborales observando
el mercado, no le dice eso. Al ser sensible, siente una punzada con cada
pérdida que se muestra en color rojo en su pantalla. Siento cierto placer
cuando el rendimiento es positivo, pero no en una cuantía equivalente al dolor
que experimenta cuando el rendimiento es negativo.
Al final de cada día el inversor se siente emocionalmente agotado. El
examen minuto a minuto de su rendimiento significa que cada día (suponiendo
ocho horas al día) tendrá 241 minutos de placer frente a 239 minutos desagradables.
Esto asciende a 60.688 y 60.271, respectivamente, al año. Ahora bien, observe
que si el dolor del minuto desagradable es mayor que el placer del minuto
agradable, el inversor está incurriendo en un elevado déficit cuando analiza su
rendimiento con una frecuencia elevada.
Analice la situación en la que el inversor examina su cartera tan sólo
cuando recibe el extracto mensual de su Agencia de Cambio y Bolsa. Puesto que
el 67% de los meses estará en positivo, sólo incurre en cuatro punzadas de
dolor al año y disfruta de ocho experiencias que levantan el ánimo. Es el mismo
inversor aplicando la misma estrategia. Ahora analice el caso de ese inversor
cuando sólo mira el rendimiento una vez al año. Durante los próximos 20 años
que espera vivir, ¡tendrá 19 sorpresas agradables por sólo una desagradable! (…)
Unas pocas conclusiones:
1. En un breve incremento de tiempo, uno observa la variabilidad de la
cartera, no los rendimientos. En otras palabras, uno observa la varianza, poco
más.
2. Nuestras emociones no están diseñadas para comprender las cosas. Al
inversor jubilado le iba mejor cuando observaba extractos mensuales en vez de
extractos más frecuentes. Tal vez sería todavía mejor que se limitara a
extractos anuales. (Si piensa que puede controlar sus emociones, piense que
algunas personas también creen que pueden controlar el latido de su corazón o
el ritmo de crecimiento del pelo.)
3. Cuando veo a un inversor siguiendo su cartera con precios al segundo por
su teléfono móvil o su PalmPilot, sonrío, sonrío y sonrío. (…)
La misma metodología puede explicar por qué las noticias (la escala alta)
están llenas de ruido y por qué la historia (la escala baja) está desprovista,
en gran medida, de ruido (aunque cargada de problemas de interpretación). Esto
explica por qué prefiero no leer el periódico, por qué nunca charlo sobre los
mercados y por qué, cuando estoy en la Bolsa, me junto con los matemáticos u
las secretarias, no con los operadores. (…)
Finalmente, explica por qué se quema la gente que se fija demasiado de
cerca en el azar, agotándose emocionalmente por la serie de punzadas de dolor
que padece. Independientemente de lo que diga la gente, una punzada negativa no
se compensa con una positiva (algunos psicólogos estiman que el efecto negativo de
una pérdida media es hasta 2,5 veces mayor que el de un resultado positivo);
generará un déficit emocional. Que yo sepa, no hay ningún estudio que analice
las propiedades exactas del queme de los operadores bursátiles, pero una
exposición diaria a grados tan elevados de aleatoriedad sin mucho control
tendrán efectos psicológicos sobre los humanos (nadie ha estudiado el efecto de
esa exposición sobre el riesgo de cáncer). (…)
Mi problema es que no soy racional y soy extremadamente propenso a ahogarme
en el azar e incurrir en una tortura emocional. Soy consciente de mi necesidad
de rumiar en bancos de parques y cafeterías alejado de la información, pero
sólo lo consigo si estoy desprovisto de alguna manera de ella. Mi única ventaja
en la vida es que soy consciente de algunas de mis debilidades,
fundamentalmente que soy incapaz de controlar mis emociones ante las noticias e
incapaz de ver un rendimiento con una cabez despejada. El silencio es mucho
mejor.
Nassim Nicholas Taleb, ¿Existe la
suerte? Las trampas del azar, Booket, Barna 2009
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