Quimerisme.
Quimera de Arezzo. Fotografía: Alex Berger (CC). |
En la mitología griega, quimera (Χίμαιρα) significa «animal fabuloso» y era un ser feroz que vagaba por las regiones de Asia Menor aterrorizando a las gentes y devorando sus rebaños. Era un monstruo híbrido del que hay descripciones diferentes, la más común dice que tenía la cabeza de un león, el cuerpo de una cabra y la cola de serpiente o de dragón. A veces tenía también alas o escupía fuego por la boca pero siempre era un mal fario y, si no fuera suficiente con los estragos que causaba por su cuenta, solía ser avistada antes de naufragios, tormentas y erupciones volcánicas. Afortunadamente, el héroe Belerofonte montado en Pegaso acabó con ella metiéndole una flecha con plomo por la garganta que, al derretirse por su fuego bucal, obstruyó sus vías respiratorias y la asfixió.
Lydia Fairchild aprendió sobre las quimeras muy a su pesar. Esta mujer estaba embarazada de su tercer hijo cuando ella y su marido, Jamie Townsend, se separaron. Cuando ella le reclamó una pensión alimenticia en 2002 para sus hijos, Townsend pidió una prueba de ADN que demostrara que era el padre. Los resultados de los test confirmaron que sin duda él era el padre de los dos muchachos, pero indicaban también algo sorprendente: que ella no era la madre. Inmediatamente el juez tomó cartas en el asunto y acusó a la Sra. Fairchild de buscar beneficios usando a los hijos de otra persona o de participar en un engaño usando falsos embarazos o madres de alquiler. Aunque las historias clínicas de sus visitas al hospital recogían las revisiones ginecológicas durante los embarazos, no fueron tenidas en cuenta. La fiscalía pidió que la custodia de sus dos hijos mayores pasase a los servicios sociales y el juez ordenó que un testigo independiente estuviera presente cuando diera a luz al tercer niño y cogiera en ese momento muestras de sangre del bebé y de la madre. Dos semanas después del parto los test de ADN indicaban algo aún más sorprendente: que tampoco era la madre de ese niño al que había dado a luz bajo vigilancia judicial.
En 1998, Karen Keegan, una mujer de cincuenta y dos años, fue a ver a su médico, la Dra. Margot Kruskall, con su vida patas arriba. Necesitaba un trasplante de riñón y sus familiares más cercanos se habían hecho pruebas para ver si había algún donante compatible. Los test de ADN mostraban que su marido era sin duda el padre de sus tres hijos pero ella no era la madre de dos de ellos. Las primeras posibilidades pensadas fueron un error en los test, que rápidamente fueron repetidos y los resultados confirmados, o algo aún más aterrador cuando tus hijos son mayores: que fueron cambiados en el hospital por el hijo de otra mujer. Sin embargo, la probabilidad de que eso sucediera dos veces en la misma familia parecía ínfima. Pero es que además los muchachos eran hijos de su marido, con lo que ya la pobre mujer no sabía qué pensar. Los médicos examinaron otros tejidos, incluyendo folículos pilosos, células epiteliales del interior de la boca e incluso analizaron muestras archivadas de pequeñas operaciones quirúrgicas anteriores pero nada parecía encajar. Kruskall envió los datos a varios colegas y las explicaciones planteadas fueron pintorescas: uno propuso que Keegan había tenido un tratamiento de fertilidad a escondidas con una donante de óvulos; otro proponía que ella y su marido habían pactado con una hermana de ella que tuviera hijos con esperma de él y ahora les hacían pasar por suyos. El matrimonio negaba con rotundidad todas estas conspiraciones y los médicos, que conocían bien a la paciente, no creían en esas explicaciones retorcidas, pero había un problema básico, el ADN de ella no encajaba con el ADN de sus dos hijos.
Finalmente, los médicos encontraron la explicación: Karen Keegan era un quimera. En biología, una quimera es un organismo que presenta células procedentes de dos o más zigotos; es también por tanto una mezcla, un ser híbrido procedente de al menos dos seres. Una quimera es el resultado normal de una transfusión de sangre o de un trasplante de órgano, pero también puede producirse de forma congénita, por ejemplo por la fertilización de dos óvulos por dos espermatozoides y la agregación de los dos cuando son zigotos o blastocistos. El resultado es un organismo aparentemente normal pero constituido por células mezcladas que varían en su genética, una mezcla. Las quimeras parecen ser especialmente abundantes en los tratamientos contra la infertilidad.
En la mayoría de los casos, una persona quimérica puede vivir toda la vida sin saberlo ya que las diferencias pueden ser muy sutiles —ojos de diferente tono o tener más vello en un lado del cuerpo que en otro—, o ni siquiera eso y no mostrarían ninguna diferencia observable. No obstante, si los dos zigotos son de diferentes sexos y las proporciones entre las dos líneas se mantienen equilibradas, cosa que muchas veces no es así, pueden producirse anomalías en los órganos sexuales o cambios en la pigmentación de la piel.
En el caso de Keegan parte de sus células tenían unos genes y otras tenían otros. Todas sus células sanguíneas eran de la misma línea celular pero en otros tejidos había dos líneas mezcladas. La explicación es que en realidad su cuerpo era un híbrido de dos hermanas gemelas, concebidas simultáneamente pero que se habían fusionado muy pronto en el útero y se habían desarrollado y crecido como un solo organismo.
Uno de los miembros de la fiscalía en el juicio de Lydia Fairchild se enteró del caso de Keegan y se lo comunicó al abogado defensor de esta. Inmediatamente invitaron a los investigadores de Boston a que estudiaran su caso y tras las pruebas necesarias y los análisis de ADN vieron que esa era también la explicación, ella era también una quimera. Fairchild era la madre pero sus hijos provenían de óvulos de uno de los gemelos iniciales y su sangre o el epitelio bucal, lo que usaban para el análisis genético, del otro, y por eso no coincidían. Aquello fue un golpe al uso jurídico de las técnicas de ADN que se consideraban de una fiabilidad del 100% y son de amplio uso en los juzgados. «¡El ADN no miente!». De hecho, rompía con uno de los principios milenarios del derecho romano, «Mater semper certa est» («la madre siempre es segura»), algo que las técnicas de fertilización ya habían complicado pues ahora podía una mujer ser la donante del óvulo, otra la propietaria del útero donde se había desarrollado y una tercera la que había planificado y pagado todos los procedimientos y era la destinataria final del niño.
Lo más llamativo es que el quimerismo podría ser muy abundante, aunque no lo sepamos. Las quimeras al parecer no son raras sino que raramente se descubren. Sin contar con que la gran mayoría o quizá todos llevamos mezclada entre las nuestras alguna célula de nuestra madre, se calcula que una de cada ocho concepciones son gemelares, dos espermatozoides se fusionan con dos óvulos, pero el número de gemelos que nacen es mucho menor por lo que mucha gente llevaría incorporado a su gemelo en las células de su cuerpo sin tener ni idea. Además, la proporción de las células en el organismo adulto no tiene por qué ser 50%-50%, sino que en muchos casos una de las dos líneas domina sobre la otra. Un estudio holandés decidió hacer una prueba sencilla: buscar células masculinas —fáciles de identificar por la presencia del cromosoma Y— en el organismo de mujeres que no hubiesen tenido un trasplante. Los resultados fueron sorprendentemente altos: en veintitrés mujeres estudiadas se encontraron células masculinas quiméricas en los riñones de trece, en los hígados de diez y en los corazones de cuatro.
No sabemos qué hacen estas células, pero aun así es un tema importante. El quimerismo podría ser un factor a considerar en las transfusiones de sangre o en los trasplantes para evitar riesgos. Es posible que en algunos momentos pueda ser la causa de las enfermedades autoinmunes, cuando el cuerpo ataca a parte de sus células como si fueran extrañas, o que pueda ser un factor que determine el éxito o el rechazo de un trasplante. También puede causar problemas al fusionarse dos programas celulares diferentes en un organismo único y podría estar implicada en algunas asimetrías cerebrales, defectos en el tubo neural, defectos congénitos de corazón o en los paladares hendidos. Otra hipótesis planteada es que las células madre fetales presentes en la médula ósea podrían servir como una reserva a largo plazo de células jóvenes, útiles para reparar órganos dañados e incluso ser la explicación a una de esas incógnitas importantes que no hemos conseguido desvelar: ¿por qué las mujeres viven más que los hombres?
El quimerismo ha llegado a las dos grandes pasiones de las últimas décadas: la televisión y el deporte. En CSI hay un episodio donde Grissom y sus chicos consiguen en el último momento evitar que un violador escape impune cuando se dan cuenta de que es una quimera y que por eso no encaja el ADN de su boca con el del semen encontrado en la víctima. En House, un muchacho que cree haber sido abducido por extraterrestres tiene que enfrentase a algo más mundano y realista: es una quimera con distintas líneas celulares en su organismo. El quimerismo aparece en novelas, películas, series de manga e incluso en juegos para ordenador.
Con respecto al deporte, en un control antidopaje fuera de temporada se encontró que Tyler Hamilton, un ciclista norteamericano que había ganado la medalla de oro olímpica en la contrarreloj individual en Atenas 2004 y compañero de Lance Armstrong durante los Tours de 1999, 2000 y 2001, presentaba pruebas de transfusión sanguínea, un método básico de aumentar el transporte de oxígeno y que está prohibido por la legislación deportiva. Desgraciadamente, la muestra sanguínea de reserva había sido congelada por la oficina antidopaje griega, por lo que ya no era fiable, y el Comité Olímpico Internacional le permitió quedarse la medalla a pesar de las protestas de los rusos de que la medalla correspondía al medalla de plata Viatcheslav Ekimov. Sin embargo, Hamilton corrió la Vuelta a España de 2004 y los laboratorios antidopaje detectaron de nuevo poblaciones mezcladas en su sangre, y la agencia antidopaje americana le acusó de juego sucio. Hamilton se defendió diciendo que era una quimera, pero encargaron un estudio a Ross Brown, un científico australiano que analizó las muestras del ciclista concluyendo que no era cierto: si fuera una quimera no tendría sentido que Hamilton mostrase unas veces células mezcladas y otras no. Las células transfundidas desaparecen al cabo de un tiempo, por lo que todo encajaba con haber hecho trampas. Los jueces del tribunal antidopaje le condenaron, en una votación 2:1, con una prohibición para correr durante dos años, la máxima condena para un primer positivo. Mientras los científicos discutían las posibilidades de un quimerismo, con algún investigador de su parte, y sugerían que habría que analizar a su madre y a otros familiares, El País publicó que Hamilton había pagado a Eufemiano Fuentes por las transfusiones de sangre según se desvelaba en la Operación Puerto. En 2009 Hamilton volvió a dar positivo, en este caso por esteroides, y fue condenado a ocho años de suspensión, lo que fue la fea manera de terminar su carrera. En 2012 publicó un libro titulado The Secret Race donde admitía que él era el cliente 4142 en los documentos de Fuentes, lo que fue la palada de tierra final en la tumba de su supuesto quimerismo.
José Ramón Alonso, El sorprendente caso de Quimera, jot down 20/03/2016
Para leer más:
Ainsworth C. (2003) «The Stranger Within». New Scientist 180 (2421): 34-37.
K. Koopmans M., Kremer Hovinga I. C., Baelde H. J., Fernandes R. J., de Heer E., Bruijn J. A., Bajema I. M.(2005) «Chimerism in kidneys, livers and hearts of normal women: implications for transplantation studies». Am J Transplant 5: 1495–1502.
Wolinsky H (2007) «A mythical beast. Increased attention highlights the hidden wonders of chimeras». EMBO Rep8(3): 212–214.
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