Com alliberar-se d'un maltractador?
¿Qué frena a romper con un maltratador? La psicoanalista Mariela
Michelena cita el miedo al cambio y el empeño por sacar adelante una relación
cuyo fin se vivirá como un fracaso: “Por no dar por perdida esa inversión,
seguimos sosteniendo la ilusión de que si nos esforzamos lograremos
transformarlo. Nos aferramos a cosas por las que 'vale la pena luchar' y
minimizamos las agresiones diciéndonos que está estresado, que ha sufrido
mucho...” La terapeuta, autora de los libros 'Mujeres malqueridas' y 'Me cuesta
tanto olvidarte', apunta que se predispone a las mujeres a olvidarse de sí
mismas para cuidar a los otros. “Y pensar que él no podrá vivir sin mí también
engancha”, dice.
Silvia (nombre ficticio) apenas llevaba dos o tres meses casada
cuando su marido empezó a maltratarla. La faltaba al respeto, la controlaba, se
ponía agresivo, rompía objetos delante de ella... “Yo atribuía su comportamiento
a sus problemas personales, así que me volqué en apoyarle, renunciando a mi
bienestar, pensando erróneamente que así conseguiría liberarlo de su malestar”,
cuenta.
El miedo a que la violencia se recrudezca tras la ruptura influye
en algunos casos, pero no en la mayoría, afirma Michelena. También descarta que
la dependencia económica o la preocupación por los hijos sean elementos
centrales: “Hasta ahora eran la gran excusa, pero vemos muchos casos de chicas
jóvenes, independientes, que siguen aferradas a relaciones destructivas”.
Reconocer el maltrato
El sistema de protección para mujeres víctimas de malos tratos se
inicia habitualmente cuando ellas deciden irse de casa o denunciar. Es decir, se
asume que den el gran paso sin apoyo institucional. Por ello, el Servicio de
Mujer e Intervención Familiar de la Diputación de Bizkaia lanzó en 2006 un programa
que apoya y acompaña a las mujeres para que abandonen las relaciones
violentas.
Uno de los primeros objetivos es que la mujer reconozca que vive en
una situación de violencia. A partir de ahí, se trata de que identifique las
agresiones (por ejemplo, cuesta reconocer como tales las relaciones sexuales no
consentidas), los mecanismos que utiliza el agresor para controlarla y
dominarla, y cómo funciona la escalada de violencia. “Pocas llegan expresando
que son víctimas: quieren sacar a la luz su situación, pero necesitan ayuda para
verbalizarlo”, cuenta Elda Uribelarrea, responsable del equipo profesional del
programa.
Muchas acuden al Servicio para informarse sobre recursos de
viviendas y ayudas sociales, o para pedir orientación sobre el divorcio. La
máxima es atender sus demandas sin presionarlas. “Si de entrada les decimos que
abandonen la relación, estamos provocando la reacción contraria: 'Yo haré lo que
yo quiera'. Nuestro papel es acompañarlas en la toma de decisiones”, abunda
Uribelarrea. Esto puede incluir apoyo en procesos de divorcio o de denuncia,
pero la prioridad es fortalecer su autonomía.
Apoyo en la separación
El programa ha atendido a un total de 177 mujeres de perfiles muy
diversos desde su inicio en 2006 hasta junio del 2012. La mayoría llevaba más de
diez años viviendo la situación de violencia. La intervención, a cargo de
psicólogas, educadoras sociales y el apoyo de una abogada, suele durar unos 18
meses. Se trabaja también con las hijas e hijos de las usuarias (en estos seis
años se ha atendido a 135 menores) a quienes también se considera víctimas por
haber sido testigos de la violencia.
De las 39 mujeres que iniciaron la intervención en 2011, al
finalizar ese año 13 habían iniciado una vida independiente del agresor. Pocas
abandonan el programa, pero incluso en ese caso vuelven a la relación desde otro
punto de partida, afirma Mariví Cubillas, coordinadora del programa: “Entienden
por qué se da el maltrato y no se culpan por él”. El programa atiende también a
las mujeres que, después de separarse de sus agresores, están pensando en volver
con ellos. En ningún caso ha ocurrido que el maltratador se reconozca como tal y
pida ayuda, como hacía Luis Tosar en la película 'Te doy mis ojos'.
Los procesos de separarse y de denunciar son muy delicados, aunque
Cubillas matiza que las mujeres “tienen sus propios mecanismos de defensa, de
control del agresor”. En todo caso, el equipo de la Diputación acompaña a las
mujeres en cada paso, y si detecta que la seguridad de la mujer o de sus
criaturas está en riesgo, se lo comunica a Fiscalía. “Los hombres suelen
achantarse cuando saben que hay profesionales apoyando a la mujer”, afirma la
coordinadora.
No todo es denunciar
Psiquiatras que le dijeron que lo suyo era un problema de pareja,
comisarías en las que no había especialistas en violencia de género, Servicios
Sociales que se negaron a atenderla sin cita previa... Silvia cuenta que el
proceso de buscar ayuda para enfrentar los malos tratos primero y el acoso de su
marido después de separarse de él “fue agotador y frustrante”. Decidió no
denunciarle: “Suponía justificar las faltas en el trabajo, encararme a él en el
juicio, sentir la incredulidad del juez sobre mi testimonio... ¿Qué pruebas
podía aportar? Ninguna además de mi angustia y mi miedo”.
Uno de los aspectos singulares de la iniciativa vizcaína es que
denunciar se considera algo deseable, pero no se plantea como un requisito o un
fin en sí mismo. Cubillas y Uribelarrea citan infinidad de motivos que frenan a
las mujeres a recurrir a la justicia: la complejidad del proceso, no querer
perjudicar a los hijos o incluso al marido, la situación administrativa en el
caso de las inmigrantes, la influencia de las familias... “Y enfrentarse a la
etiqueta social de mujer víctima de violencia es duro”, recuerdan. Así, en cada
caso se sopesa junto con una abogada las consecuencias positivas y negativas de
denunciar o no hacerlo, teniendo en cuenta tanto lo que aportaría a la mujer,
como el desgaste emocional que supone.
Eso sí, si la mujer tomase una decisión que pone en riesgo su
integridad, como incumplir una medida de alejamiento, la educadora le explicaría
las consecuencias de su decisión y su obligación de denunciar el quebrantamiento
de la orden de protección ante el juzgado. Hasta el momento, después de ese
trabajo, ninguna ha renunciado a medidas de protección.
Un problema social
Además de la atención individual, las participantes en el programa
trabajan en grupo para tomar conciencia de que la violencia machista no es una
circunstancia privada, sino un problema social que les ha tocado vivir por ser
mujeres. En esos espacios reflexionan entre otras cosas sobre los roles y
estereotipos sexistas, y sobre los modelos de amor y de familia aprendidos.
Desde 2011, también disponen de un programa de ocio y tiempo libre. “El éxito no
es sólo que la mujer rompa con su pareja, sino que se sienta más capaz, empoderada, que
vea que puede vivir sola, para que no vuelva a repetir ese modelo de relación”,
expone Cubillas.
Silvia, quien considera fundamental combinar la terapia psicológica
con esos espacios de empoderamiento, cuenta que descubrir los estudios
feministas le permitió situar su experiencia de malos tratos en el contexto de
una sociedad machista: “Ser consciente de ello me hizo sentir mucho más dueña de
mí misma”.
La psicóloga Mariela Michelena recalca la necesidad de sensibilizar
a las jóvenes para que comprendan “que la violencia se inicia cuando empezamos a
renunciar a pequeñas parcelas de autonomía, como salir con las amigas o vestir
como queremos”. Elda Uribelarrea, por su parte, critica que la prensa destaque
que la
víctima no había interpuesto o había retirado la denuncia, o que alimente el
mito
de las denuncias falsas: “Hay que explicar cómo los maltratadores van
minando con estrategias sutiles la autonomía y la autoestima de las mujeres. De
lo contrario, parece que somos tontas”.
June Fernández, Si la maltrata, ¿por qué no le denuncia?, eldiario.es, 02/10(2012
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