Diàleg entre filosofia i ciència.
En cierto modo, el ser humano es química. Moléculas, tejidos, corazón,
cerebro. Vive en un mundo global acelerado donde el conocimiento del mundo
subatómico rige los avances tecnológicos más importantes de la historia. Pero la
naturaleza humana sigue planteando los mismos interrogantes que ya se hacían los
filósofos presocráticos sobre los fundamentos de la vida. ¿Quiénes somos? ¿De
dónde venimos? ¿Qué es el hombre y cuál es su singularidad? En eso, el mundo no
ha cambiado ni un ápice.
Hoy más que nunca la filosofía y la ciencia tienen que volver a ser como lo fue en la época de Aristóteles y Platón, las dos caras de una misma moneda. ¿Son los científicos los filósofos del siglo XXI? Es una cuestión en la que no hay una opinión unánime. Pero la filosofía, en su lado más práctico, lo que se conoce como la ética, está más viva que nunca porque es ahora, con los avances de la tecnología y la ciencia, cuando se necesita de su mediación en temas como la bioética, la eutanasia o el aborto.
Hoy más que nunca la filosofía y la ciencia tienen que volver a ser como lo fue en la época de Aristóteles y Platón, las dos caras de una misma moneda. ¿Son los científicos los filósofos del siglo XXI? Es una cuestión en la que no hay una opinión unánime. Pero la filosofía, en su lado más práctico, lo que se conoce como la ética, está más viva que nunca porque es ahora, con los avances de la tecnología y la ciencia, cuando se necesita de su mediación en temas como la bioética, la eutanasia o el aborto.
“Hoy en día las cuestiones morales de qué hacer o cómo vivir son tan
acuciantes como siempre. Porque una cosa es lo que técnicamente se puede hacer y
otra lo que moralmente se debe hacer. Se trata de saber cómo administrar el
enorme poder que la ciencia y la tecnología han puesto en manos del ser humano”,
opina Tomás Calvo, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y presidente honorario del
Instituto Internacional de Filosofía.
Los filósofos presocráticos eran observadores de la naturaleza pero los
científicos hoy también lo son. Eran algo así como actualmente entenderíamos la
conjunción entre un filósofo, Daniel Dennet, por ejemplo y un científico como
Anton Zeilinger. Este último, de la Universidad de Viena, ha liderado
recientemente un
experimento en Canarias sobre el teletransporte; la transmisión de un estado
cuántico de unas partículas, normalmente, fotones de luz, entre dos puntos que,
en principio, pueden estar tan lejos como se desee.
Los antiguos filósofos constataban un hecho y luego hacían reflexiones sobre
el mismo. La diferencia es que ahora nos encontramos con planteamientos más
sofisticados como el teletransporte, que suena a ciencia ficción.
En Barcelona se planteó recientemente un debate interesante en el que
participaron Zeilinger y el matemático Simon Kochen. Fue un momento de “unidad
total” entre ciencia y filosofía, reconocen los participantes. El moderador, el
filósofo Ulises Moulines, preguntó: ¿Qué es lo que se teletransporta realmente?
¿Puede haber tal acción a una distancia determinada? “El filósofo hace el
planteamiento porque el experimento es muy espectacular, pero ¿qué es lo que
realmente se teletransporta? La respuesta pudo o no ser clara pero solo con que
se formule ya es importante porque plantea una cuestión de base”, dice un
testigo del debate. Es decir, la teletransportación de Zeilinger obliga al
filósofo a preguntarse si efectivamente se ha modificado la visión que tenemos
de la naturaleza.
Hasta principios del XIX no hubo distinción entre filosofía y ciencia. Los
filósofos eran científicos y los científicos filósofos. En las ágoras se
departía tanto de la naturaleza humana como de astronomía. Después, durante un
tiempo, filosofía y ciencia estuvieron realmente diferenciadas. “Pero ahora
muchos filósofos están justo en el centro del quehacer científico. Estamos
volviendo a los antiguos”, opina el estadounidense Daniel Dennet, uno de los
filósofos de la ciencia más destacados en el ámbito de las ciencias cognitivas,
especialmente en el estudio de la conciencia.
El Congreso Internacional
de Ontología celebrado a primeros de octubre en San Sebastián y
posteriormente en Barcelona, organizado por la UPV, la UAB y la Fundación Paidea
Galiza, entre otros organismos, se convirtió durante unos días en un gran foro
de debate entre la ciencia y la filosofía. El objetivo no era otro que
confrontar las viejas interrogantes anteriores a los griegos entre filósofos
eminentes e interpelando a algunos de los científicos que han sido protagonistas
de los mayores avances en los últimos años en esta aventura filosófica a la que
se ve abocada la ciencia contemporánea tal y como han señalado algunos
expertos.
Hay quienes creen que los científicos les ponen a los filósofos los pies en
la tierra. “A veces los filósofos hablan como eruditos y en ocasiones la
filosofía no se entiende porque peca de erudición. Los presocráticos no eran
eruditos, empezaron de cero. Por eso, los científicos en estos momentos tienen
algo de presocráticos; ellos miran la naturaleza, la condición humana, observan
y sacan sus conclusiones sin citar a nadie. Los científicos nos ayudan a los
filósofos a ser claros y a plantear las cosas casi ingenuamente”, explica Víctor
Gómez, catedrático de Filosofía de la UAB y miembro de la organización del
congreso. “Este encuentro internacional es como le hubiera gustado organizarlo a
Aristóteles”, bromea Gómez.
¿Cuál es el propósito de juntar en un mismo espacio a algunos de los mejores
científicos y filósofos del mundo? “La filosofía siempre se ha apoyado en la
ciencia, pero no se trata de hacer reflexiones sobre la ciencia sino de servirse
de ella para responder viejas cuestiones filosóficas sobre el origen del
hombre”, explica Gómez. En definitiva, se trata de recuperar esa unidad entre
filosofía y ciencia pero no sacrificando esta última. “Jerárquicamente la
pregunta superior es la filosófica. Los científicos son la base que permite a la
filosofía trabajar sobre suelo firme”, añade.
Para los expertos es necesario recordar que la filosofía tiene viejísimas
interrogantes que nunca ha abandonado. Hoy en día, en la emergencia de una nueva
filosofía natural desempeñan un papel determinante otras disciplinas, como la
genética, la paleontología o la neurobiología, imprescindibles según los
argumentos que han aflorado durante el Congreso Internacional de Ontología para
dar respuesta a las eternas interrogantes filosóficas sobre la naturaleza humana
y que complican ecuaciones nuevas en torno a la bioética, por ejemplo.
“Estas disciplinas son indispensables pero no son suficientes”, dice Dennet.
¿Qué falta entonces? “Lo relativo al concepto de cultura. Estas ciencias dan
cuenta de buena parte del comportamiento evolutivo. Pero no van más allá. Dan
cuenta del marco en el que surge la cultura pero no dan cuenta de la evolución
cultural y de los valores existentes en cada país”, cree Dennet.
Se trata de la interacción entre la ciencia y la filosofía. “La jerarquía
está clara; la filosofía legisla y la ciencia le ayuda. Los problemas de la
filosofía son los problemas eternos del hombre, ahora la disciplina que ignora
la ciencia simplemente es ciega, se priva de los instrumentos para abordar los
problemas”, opina otro filósofo.
Francisco J. Ayala, ponente y homenajeado en el congreso por su fructífera
carrera, dice que hoy en día no se puede hacer filosofía sin tener un contexto
científico. “La ciencia nos hace entender lo que somos. Los científicos y los
filósofos deben tener un diálogo a dos bandas; hay muchos científicos que se dan
cuenta ahora de las implicaciones filosóficas de la ciencia, pero a la mayoría
no les interesa”, opina uno de los más prestigiosos científicos españoles en
actividad. “Para hacer filosofía, hoy en día, hay que tener en cuenta los
avances de la ciencia y para ver las implicaciones de la ciencia hay que
filosofar”, opina Ayala.
Para Dennet, la ciencia y la tecnología han avanzado a un ritmo vertiginoso.
A la pregunta de si el hombre es capaz de asimilar estos cambios y a la vez
seguir buscando respuestas sobre la condición humana, cuestiones que ya
preocupaban a Platón, responde: “Sin duda, cada generación empieza unos pasos
más allá. Mis estudiantes, cuando llegaron a la universidad, entendían cosas
sobre el cerebro que nadie entendía cuando yo era un estudiante. Ellos podían
empezar con detalles de la fisiología del cerebro que ni siquiera existían en el
año 65”.
¿Qué es el hombre? ¿Cuál es su singularidad? Actualmente, para responder a
estas cuestiones hay que servirse de la ciencia para avanzar. Los griegos ya se
preguntaban por las leyes del orden natural, pero ellos mismos a la vez que
exploraban tenían un discurso filosófico. “Hoy se ha perdido el lazo pero hay
que recuperarlo. La pregunta fundamental sigue siendo la filosofía, es decir,
cómo es el mundo y cómo es hombre”, plantea Gómez.
Frank Wilczek es un físico estadounidense de origen polaco e italiano, Premio
Nobel de 2004. Desde pequeño una curiosidad insaciable le llevó a interesarse
por la ciencia, la religión, incluso la magia, hasta que se dio cuenta de que
esta última era “fundamentalmente truculenta” y no aportaba “ninguna verdad”.
Encontró en la ciencia fundamental un modo de ir creciendo hasta convertirse en
un científico notable. Es de esos físicos que se apoyan en la filosofía para
encontrar más sentido a sus respuestas. “Ahora hay una gran especialización que
impide apreciar la visión de conjunto y es importante que la gente aprecie como
la ciencia expande la imaginación”, explica Wilczek.
Este científico está convencido de que conocer la opinión de los filósofos
estimula a abrir el horizonte de preguntas que en su caso realiza en el campo de
la física y a cambiar muchas veces de rumbo en sus planteamientos.
Para algunos científicos se podría decir que la imagen de lo que es el ser
humano y el lugar que ocupa en el universo ha cambiado con la ciencia porque
esta ya no toma al ser humano como la medida de las cosas. Lo que impera es un
mundo a escala microscópica y macroscópica.
Isabel Landa López, Donde rayan ciencia y filosofía, El País, 30/10/2012
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