L'origen de la intel.ligència.
¿Dónde reside la inteligencia? Esta es, sin duda, la
pregunta del millón. A lo largo de la historia de la humanidad infinidad de
investigadores han tratado de dar respuesta a esta incógnita sin,
lamentablemente, demasiado éxito. Tampoco se ha encontrado una respuesta
satisfactoria a lo que origina que una persona sea más inteligente que otra.
Algunos científicos pensaban que el tamaño de ciertas áreas del cerebro
(incluso el de dicho órgano) era la solución a la ecuación; otros, sin embargo,
creían que la clave radicaba en el número de neuronas. Y así hasta el infinito.
A día de hoy, parece que está claro que ni una cosa ni la otra, en esencia,
explicarían el origen de la inteligencia del ser humano. Durante
mucho tiempo se intentó categorizar: ‘tener más neuronas es mejor’, ‘tener más
conexiones es mejor’... Pero, posteriormente, se ha demostrado, por ejemplo,
que el cerebro de Einstein, al menos lo poco que se sabe de él, no tenía más
neuronas que los demás.
“De hecho, algunos trabajos mostraron que tenía menos neuronas que células
gliales [éstas se ubican alrededor de las neuronas proporcionándoles soporte
estructural y metabólico] en algunas regiones de la corteza cerebral comparado
con personas normales. En términos cuantitativos, es muy difícil establecer una
causa-consecuencia en número de neuronas, conexiones…”, explica a LaVanguardia.com
Mara Dierssen, neurobióloga del Centro de Regulación Genómica de Barcelona
(CRG).
Para empezar, ya plantea serias dificultades encontrar una definición de
inteligencia que se ajuste al término en toda su amplitud. Si tomamos la
definición del diccionario, la inteligencia vendría a ser la capacidad de
entender, asimilar, y elaborar la información y utilizarla para resolver
problemas. “En realidad, es como no decir nada”, señala Dierssen, “porque esa
definición está compuesta de muchas funciones subyacentes: la memoria, la
capacidad de abstracción, la capacidad de síntesis, etc.”.
El concepto, incluso, tiene una vertiente cultural innegable, lo que vendría a
complicar más la cuestión en lo referente a definir el fenómeno con exactitud.
“Para una persona que viva en un lugar remoto del planeta, quizás su
inteligencia consista en saber cazar bien; pero esto, para un occidental, es
algo bastante irrelevante”, recuerda Gustavo Deco, director del Centro
Cognición y Cerebro de la Universitat Pompeu Fabra.
Lo que parece encontrar cierto consenso entre los científicos es que ahora, más
que de inteligencia, se debe hablar de inteligencias múltiples. “Esta teoría
viene a decir que cada proceso puede ser diferente, puede estar sujeto a una
variabilidad individual que seguramente depende de una variabilidad genómica”,
recuerda Dierssen. Eso significa que hay personas que, por ejemplo, pueden ser
más hábiles para escribir, pero puede haber otras con más aptitudes para la
música, o para la pintura, o para la arquitectura…
Para ejecutar dichas tareas, además, entrarían en funcionamiento no una, sino
varias áreas cerebrales casi al unísono. “No creo que la inteligencia resida en
una parte concreta de nuestro cerebro, sino que es una función que requiere de
una abstracción bastante general”, esgrime Dierssen. “Para tareas creativas,
reclutamos un número muy elevado de áreas. Para nosotros, por ejemplo, que
trabajamos con modelos de alteraciones cognitivas, las regiones estrella de
nuestros estudios son el hipocampo y la corteza cerebral. Eso no quiere decir
que, cuando uno está realizando una tarea compleja, no requiera de la
participación de muchas más regiones”, añade.
“Cuando hablamos de tareas concretas (atención visual, memoria, toma de
decisiones) sabemos, a través de infinidad de trabajos realizados, que éstas
van asociadas a la actividad de ciertas áreas del cerebro, de una red neuronal”,
recuerda el director del Centro Cognición y Cerebro de la UPF. “Y esto pasa
tanto en animales como en humanos. Dependiendo de la tarea, se activan redes
totalmente diferentes a lo largo de todo el cerebro. Si son tareas de memoria
se activa, generalmente, la parte frontal; si son tareas más visuales sería la
parte posterior visual; si son de toma de decisiones suelen ser áreas más
frontoparietales”, agrega.
Pero, ¿qué determina que una persona sea más inteligente que otra?
La ciencia, a día de hoy, no tiene una respuesta clara al respecto. Lo que
sí tiene son pistas. “En nuestros estudios, no sabemos qué hace a un ratón
mejor. Sabemos que, a lo mejor, hay unas vías intracelulares, redes
moleculares, que cuando se activan producen una mejor consolidación de la
información”, relata Mara Dierssen. “Y de hecho se han creado ratones más
inteligentes capaces de resolver mejor laberintos”, añade la neurobióloga del
CRG.
Gustavo Deco, por su parte, ve en las conexiones neuronales la posible
explicación. “Si hablamos de funciones específicas cognitivas (por qué una
persona tiene mejor atención visual que otra; por qué una persona tiene mejor
memoria a corto plazo que otra; por qué una persona hace mejor una tarea de
toma de decisiones que otra…) en general se pueden correlacionar con la
actividad cerebral”, esgrime. “Y en general, se puede correlacionar la
actividad cerebral con la estructura subyacente. Es decir, ya sea por
cuestiones genéticas o de entrenamiento, una persona ha podido desarrollar más
una red, y las conexiones de dentro de dicha red, que otro individuo”, señala.
La herencia genética no es definitiva
Es verdad que parte de las capacidades que posee un individuo vienen marcadas
por los genes heredados. Pero no hay que menospreciar, ni mucho menos, lo que
la inteligencia de una persona puede avanzar gracias al entrenamiento. El
cerebro, y en concreto la corteza cerebral, está prácticamente por desarrollar
cuando nacemos. Su desarrollo definitivo se va gestando gracias a los estímulos
y la información que una persona va recibiendo paulatinamente del entorno. Es
lo que los científicos identifican con el nombre de dependiente de actividad.
“Según la información que tú introduzcas en el sistema, éste modifica incluso
su estructura”, apunta Mara Dierssen. “Yo siempre les digo a mis alumnos, ‘en
este momento estáis aprendiendo algo en clase y vuestro cerebro está cambiando
un poco su mapa de conexiones’. Esta capacidad de cambio depende de una
propiedad que se llama plasticidad neuronal. Y ésta la podemos favorecer
mediante el entrenamiento”, añade.
Eso quiere decir que uno no está sentenciado (hablamos de casos que no sean
extremos) por la herencia genética que haya recibido. Ni al contrario: uno no
se tiene que sentir un privilegiado, en toda la extensión de la palabra, por
los genes heredados.
“La suerte que tenemos es que la influencia genética sobre las capacidades
cognitivas no suele ser global, salvo en el caso de la discapacidad
intelectual, e incluso en esos casos es más pronunciada en algunos dominios
cognitivos”, señala Dierssen. “De igual manera, la ventaja genética suele estar
concentrada en un determinado dominio cognitivo. Hay gente que tiene muy buena
memoria, hay gente que tiene muy buena capacidad de abstracción… Cada uno tiene
sus habilidades, sus dominios de competencia”, agrega.
¿Tiene sentido cuantificar la inteligencia?
Teniendo en cuenta que ahora hablamos más de inteligencias múltiples que no de
un concepto global del término, quizás las herramientas convencionales de
medición del intelecto de una persona no tengan actualmente mucha razón de ser.
“El problema que presentan los test psicométricos para medir el coeficiente
intelectual, o incluso algunos test neuropsicológicos, es que se basan en
medidas excesivamente sustentadas en conocimiento adquirido”, advierte la
neurobióloga del CRG.
“Nosotros, que trabajamos con discapacidad intelectual, nos encontramos con
el problema de que estamos con personas con los dominios cognitivos muy bien
conservados, pero que no son capaces de mostrarlo en los test porque éstos son
demasiado dependientes del lenguaje, que es justamente el dominio que tienen
menos desarrollado”, concluye.
Lo que más usan los científicos en la actualidad son baterías de pruebas
neuropsicológicas que tienen como objetivo evitar o sortear esos elementos de
confusión.
La respuesta definitiva, más cerca
Lo que parece evidente es que, cada vez más, los avances en el campo de la
neurobiología permiten a los científicos estar cada día más cerca de obtener
una respuesta definitiva a la pregunta: ¿dónde reside la inteligencia? Sabemos
que parte es heredada, que parte viene dada por el entrenamiento del
individuo y que, quizás, ciertas redes moleculares, como apuntaba Mara
Dierssen, tengan también algo que decir. Lo que sí parece claro es que la
cuenta atrás para la detección definitiva del origen de la inteligencia
humana ya ha empezado.
Josep Fita, ¿Dónde reside la inteligencia?, La Vanguardia, 24/10/2012
Comentaris