La construcció d'una ciència política, segons Plató.
Si todas las cosas se hallan
sujetas a un flujo incesante, entonces no será posible decir nada definido
acerca de ellas. Jamás tendremos un conocimiento real de las mismas, sino, en
el mejor de los casos, unas cuantas «opiniones” vagas y engañosas. Este aspecto
de! problema, según sabemos por Platón
y Aristóteles, preocupó a muchos
discípulos de Heráclito. Parménides, uno de los precursores de Platón que mayor influencia tuvo sobre
él, había enseñado que el conocimiento puro de la razón, a diferencia de la engañosa
opinión basada en la experiencia, sólo podía tener por objeto un mundo libre de
todo cambio, y que e! conocimiento puro de la razón revelaba, de hecho, dicho
mundo. Pero la realidad inmutable e indivisa que Parménides creía haber
descubierto detrás de! mundo de los objetos perecederos carecía de toda
relación con este mundo en que transcurre nuestra vida. No era capaz, por
consiguiente, de explicarlo.
Claro está que Platón no podía declararse satisfecho
con eso. Pese al disgusto y e! desprecio que le inspiraba el mundo empírico
sujeto al cambio, guardaba en e! fondo un profundo interés por el mismo, y así,
anhelaba correr el velo que ocultaba el secreto de su decadencia, de sus
cambios violentos y de sus infortunios. Platón
tenía esperanzas de descubrir los medios para su salvación, y si bien le había
impresionado la doctrina de Parménides
de la existencia de un mundo inalterable, real, sólido y perfecto detrás de
este mundo espectral en el que padece la raza humana, esta concepción no
resolvía los problemas planteados, puesto que no postulaba ninguna relación
entre ambos mundos. Lo que Platón
buscaba era conocimiento, no opinión; el conocimiento racional puro de un mundo
libre de cambios; pero, al mismo tiempo, un conocimiento que pudiera ser
utilizado para investigar este mudable mundo en que vivimos y, especialmente,
nuestra cambiante sociedad y las transformaciones políticas con sus extrañas
leyes históricas. Platón aspiraba a descubrir el secreto de la ciencia regia de
la política, del arte de gobernar a los hombres. Pero cualquier ciencia exacta
de la política parecía ser tan imposible como todo conocimiento exacto de un
mundo en perpetua transformación; era pues, el político, un terreno donde no
había ningún objeto fijo o estable. ¿Cómo podría discutirse cuestión política
alguna, siendo que el significado de palabras tales como «gobierno», «Estado» o
«ciudad» cambiaba con cada nueva fase del desarrollo histórico? La teoría
política debe haberle parecido a Platón,
en su período heraclíteo, tan engañosa, fluctuante e insondable como la
práctica política.
Karl R. Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Primera Parte, Ediciones Orbis, Barna, págs. 42-43
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