És l'hora del federalisme.


Es la hora del federalismo. Pero no de un federalismo rotundo y eficaz, capaz de convencer y aplicar sus fórmulas a nuestros numerosos problemas, sino de un federalismo de difícil comprensión, que requiera explicaciones y adjetivos. En Cataluña, por ejemplo, estamos en el federalismo cansado, que pronto se puede convertir en escéptico y fácilmente desemboca en un federalismo arrepentido. En Madrid, en cambio, vemos cómo crece otro federalismo de signo contrario al que podemos considerar sobrevenido, converso o directamente oportunista.

Hay otras adjetivaciones opuestas que se declinan con talante diverso entre las dos ciudades. En Madrid suele espantar tanto el federalismo asimétrico como agrada el simétrico, cuanto más simétrico mejor, mientras que en Barcelona sucede exactamente lo contrario. Los mismos adjetivos suelen tener orientaciones semánticas contradictorias. Hay quien asegura con todo el aplomo que el estado de las autonomías ya es un sistema federal e incluso que posee asimetrías muy profundas, donde muchos otros ven mecanismos centralizadores e incapacidad para una federalización efectiva. Otros más ven por el contrario que solo una rigurosa simetría podría franquear la vía federal, para no vulnerar el principio castellano de que nadie sea más que nadie en que se basan el café para todos, los agravios comparativos, las quejas victimistas y toda la fatigante federación de conceptos que ha acompañado al Estado de las autonomías.

Aún hay un caso más sofisticado como es el vaciamiento de la idea federal gracias al desgaste de la palabra. Este es el caso del PSOE, que utiliza la denominación federal para buen número de sus organismos sin que signifique absolutamente nada, y solo mantiene una relación ambigua y polémica como se suele dar en las federaciones en su tensa relación con los socialistas catalanes. Se llama federal, pero su alma es jacobina, y por eso solo se pronuncia con la boca pequeña en favor de una salida federal a la actual crisis de caballo del Estado de las Autonomías. Tiene una explicación que poco explica de la racionalidad política y mucho del populismo ambiental: lo que vende fuera de Cataluña es la defensa de la unidad de la patria amenazada y no un federalismo que no se sabe qué esconde, ni que adjetivo requiere o incluso si exige prefijo, como es el caso de la confederación, denostada como grado de disgregación mayor, próxima a la secesión.

Hay casos más drásticos todavía, en los que no hacen falta adjetivos porque es el sustantivo federal entero el que se tira al vertedero de la historia. Para cierta derecha española es un concepto próximo al separatismo, que reconoce la existencia de soberanías separadas que luego, solo hipotéticamente, se unen en la federación. Exactamente lo mismo, aunque en dirección contraria, sostienen históricamente el nacionalismo conservador vasco y catalán: sus naciones no deben unirse a las otras sino mantener una relación lo más bilateral posible con el Estado.

Ahora en Cataluña se está ampliando a ojos vista la corriente soberanista que exige esta relación bilateral y el reconocimiento de la soberanía. El resultado reactivo es que el federalismo deviene la formulación imprecisa y angustiada de quienes no quieren ni la unidad indivisible de la nación española ni la independencia de Cataluña. Electoralmente se verá el 25 de noviembre qué vale esta tercera vía, esa opción tachada en un lado de separatista y en el otro de españolista.

Después de las elecciones, cuando llegue la hora de la negociación, que llegará, el federalismo actualmente nebuloso y evanescente volverá a ponerse de moda y deberá convertirse en todo lo rotundo y eficaz que no es ahora, probablemente con la concreción de adjetivos asimétricos y matices bilaterales, hasta constituirse en la denominación para la salida a la crisis institucional del Estado de las autonomías. Mucho más probable e incluso deseable que la brusca separación o la regresión centralizadora es la unión libre entre iguales, que exige el reconocimiento previo de la personalidad de los estados federados, es decir, la federación. De momento española, ojalá que también europea.

(Escribí este artículo por encargo de la redacción de El País en Valencia para su publicación hoy en el suplemento especial con motivo del '9 d'octubre', Día de la Comunidad Valencia, dedicado al federalismo.)

Lluís Bassets, Adjetivación federal, Del alfiler al elefante, 09/10/2012

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