Sadisme polític i sanitat pública.











En la sanidad pública estadounidense, de la misma manera que en la vida pública, el racismo es lo que hace posible la desigualdad económica. Como sostenía el gran sociólogo W. E. Burghardt Du Bois en Black Reconstruction [La Reconstrucción negra] (1935), el tribalismo fundamentado en el color de la piel y el recuerdo de la esclavitud permite que los blancos pobres estén dispuestos a sacrificarse por los blancos ricos. La consiguiente política del dolor es visible en la atención médica y en los servicios públicos, o más bien en la falta de estos.

La política estadounidense del dolor tiene tres niveles: el sádico, el sadomasoquista, y el sadopopulista. Nuestra medicina comercial es sádica. Se supone que todo el mundo tiene un seguro privado, pero alrededor de 30 millones de compatriotas no tienen seguro de ninguna clase. Las personas que están aseguradas esperan que se les dé preferencia sobre las que no lo están. Los que tienen seguros más caros esperan un tratamiento mejor que el de los que tienen un seguro menos caro. Los estadounidenses no pueden evitar sentirse complacidos cuando reciben, o imaginan que están recibiendo, un tratamiento mejor que el de otros estadounidenses. Este deleitarse en el dolor de los demás sofoca la crítica. El privilegio relativo ciega a los estadounidenses más ricos a la realidad de que todo el sistema de salud es caótico, que ellos también pueden morir tontamente, como estuvo a punto de ocurrirme a mí. Atrapados en la economía del dolor, no se les ocurre que el nivel de cuidado de todos, incluidos ellos mismos, debería y podría ser mucho más alto.

Cuando la atención sanitaria y los servicios públicos se encuentran, algunos americanos asumen el dolor con tal de infligir un dolor mayor a otros. El sadismo se convierte en sadomasoquismo. En la década de 1980, Ronald Reagan popularizó la crítica racista al Estado del bienestar argumentando que los parásitos de piel oscura se aprovecharían de las ayudas. La crítica conlleva un llamamiento al orgullo blanco: nosotros, los verdaderos estadounidenses, somos rudos individualistas que no necesitamos las limosnas del Gobierno. Los estadounidenses blancos que aceptan este razonamiento eligen sufrir por la placentera idea de que otros sufrirán más. El sufrimiento es real: el retroceso del Estado del bienestar desde el Gobierno de Reagan perjudica principalmente a los blancos, y el descenso de la esperanza de vida de estos ha sido el causante de que la esperanza de vida estadounidense —78,6 años— se haya estancado.

El dolor que hay en el sistema solo se puede aliviar cambiando el sistema. En Estados Unidos, las desigualdades son tan abrumadoras que, con o sin Trump, pronto imposibilitarán cualquier cosa parecida a una democracia. Desde Platón hasta George Orwell pasando por Raymond Aron, los pensadores políticos han advertido de que la desigualdad radical hace imposible una república. Para recuperarnos de nuestra epidemia de tribalismo vamos a necesitar algo nuevo, una política de responsabilidad, un verdadero intento de nombrar y resolver simultáneamente la desigualdad racial y la económica. La sanidad universal podría ser el punto de partida.










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