Postveritat i benefici.
Las redes sociales y sus algoritmos de recomendación de contenidos están diseñados para que les prestemos la máxima atención. Cuanto más absorben nuestra atención, más publicidad pueden contratar y más dinero ganan. Por desgracia, el escándalo, las acusaciones y las mentiras procaces venden más que la verdad y los matices. Como he dicho en otra ocasión, dar prioridad a los beneficios a costa del bien público no es ninguna novedad. La gente tala árboles porque valen más dinero muertos que vivos. La gente mata ballenas porque valen más dinero muertas que vivas. Y las redes sociales nos atrapan porque las personas valen más dinero cuando contemplan pantallas que cuando salen a disfrutar de una vida plena.
Mientras las empresas tecnológicas tengan incentivos para buscar el máximo beneficio, producirán unas tecnologías que recompensen a los accionistas en detrimento de la sociedad. Parecerá absurdo, pero tienen una obligación fiduciaria de hacerlo que es legalmente vinculante. Sin una drástica transformación de los incentivos empresariales, las tecnológicas seguirán degradando y poniendo en peligro el futuro de la democracia.
Con respecto a las elecciones, las empresas recurren siempre a echar la culpa a los malos contenidos y los malos usuarios. La desinformación y la manipulación existían mucho antes de que aparecieran las redes sociales, pero la estructura de las redes y sus algoritmos las favorecen, se benefician de ellas y permiten que se hagan virales. En Twitter, las mentiras se difunden seis veces más deprisa que la verdad. En 2016, Facebook reconoció que el 64% del desarrollo de los grupos extremistas se producía debido a su propio algoritmo de recomendaciones. Un estudio hecho en 2020 ha averiguado que la desinformación en Facebook es el triple de popular que en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos. Los dos candidatos han dedicado parte de su dinero a anuncios en las redes sociales. Biden inundó Facebook durante el verano. Trump contrató los espacios en la página de inicio de YouTube para principios de noviembre. Desde junio, entre los dos, han gastado 100 millones de dólares en anuncios en Instagram y Facebook.
Sin embargo, los algoritmos y los incentivos de las redes sociales hacen que lo que se vuelve viral no sean los contenidos electorales legítimos. Son las mentiras, el miedo, las teorías de la conspiración inventadas y las amenazas de violencia. El resultado es el temor a que haya disturbios sociales en la jornada electoral y los días posteriores. Los intentos de Twitter y Facebook para etiquetar los mensajes más escandalosamente falsos y peligrosos van por detrás de las incansables campañas de desinformación que están deteriorando la fe en la democracia.
Justin Rosenstein, Las redes sociales, amenaza para la democracia, El País 27/10/2020
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