Dret il·limitat a desinformar.







La supresión de las ma­trícu­las en los automóviles no mejoraría el tráfico. A muchos les fascinaría saltarse los semáforos y aparcar en las esquinas, pero la civilización ha venido consistiendo precisamente en controlar los instintos primarios en aras de una libertad más reducida pero de mejor calidad, porque eso nos permite defendernos de la libertad de los otros.

Con las normas de circulación comprendemos que los derechos irrenunciables necesitan precisamente ciertas renuncias. Si no existieran éstas, muchos preferirían ahorrarse el riesgo de conducir un coche. Y, por tanto, no serviría de nada el derecho ilimitado de conducir si al final no condujéramos.

Ese requisito que nos parece saludable en la circulación de vehículos se ha obviado en la circulación de mensajes por las redes sociales, a pesar de que tanto un coche como una frase pueden causar daños irreparables, sobre todo en estos tiempos de pandemia y de bulos interesados.

En las nuevas formas de comunicación, una parte de los artefactos peligrosos circula sin matrícula, otra porción lleva placas falsas y, por si fuera poco, no faltan los coches robotizados, sin conductor responsable. Y casi todos ellos se dedican a chocar contra los que van identificados y con gente pacífica dentro.

Las suplantaciones de personalidad constituirían en cualquier otro ámbito de la civilización un delito en sí mismas. Pero el mundo virtual, que no por virtual deja de producir efectos, se ha convertido en imitación de aquellas ciudades sin ley en cuyas calles abundaban los pistoleros y se escondían los comerciantes.

Se nos pide el DNI en el banco, al entrar en un edificio público, al matricular una moto, al publicar una carta en un diario, al contratar un servicio, al alquilar una vivienda. Y está bien, porque así se nos hace responsables de nuestros actos en cualquier terreno. Pero eso debe incluir a quien miente interesadamente en público y a quien alimenta con falsedades el descrédito de alguien.

Los partidarios de la supresión de los semáforos informativos suelen delatarse por su violencia verbal. Están en su derecho cuando emiten opiniones, siempre que no lleguen al insulto. Lo que no pueden hacer es atribuir a alguien acciones o intenciones que no son suyas, ni transmitir informaciones mendaces.

Álex Grijelmo, Contra el anonimato difamador en las redes, El País 08/11/2020

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