Ensenyar filosofia
¿Cuál sería, pues, la especificidad de este acto de transmisión del saber? La especificidad radica, de entrada, en el hecho de admitir – es decir, una consideración ética – que uno no es maestro de un alumno si no es reconocido como tal para este. Inversión, pues, de la aproximación actual donde el profesorado como colectivo es instituido de entrada como trabajador con una función a ejecutar. Esto es válido desde un prisma legal, pero no desde la pedagogía. ¿Cómo se produce, entonces, este proceso de reconocimiento por parte de cada alumno y que se reconoce en el maestro? La respuesta no es ni unívoca ni con pretensión de universalidad: encontrar en el discurso que encarna el docente un saber que le concierne, que impacta en su subjetividad, la que se encuentra en un momento de desestabilización profunda fruto de la salida del periodo de latencia sexual analizado por el psicoanalista vienés Sigmund Freud (1856-1939), al tiempo que se produce toda una resignificación y caída de los ideales familiares transmitidos a lo largo de la infancia . En medio de esta sacudida subjetiva, ¿qué saber puede encarnar el docente en el acto de transmisión dentro del aula? Un saber que haga pregunta, que plantee un enigma que anime, precisamente, la dimensión del sujeto que, tal como ya apuntó el filósofo GWF Hegel (1770-1831) y Lacan teorizó con todo detalle, es siempre insatisfecho por estructura: el deseo.
Tal como se puede apreciar, estoy planteando una paradoja: el docente puede encarnar, en su acto de transmisión de un saber, algo que despierte la atención del motor subjetivo que empuja hacia la vida, el cual, sin embargo, se ve siempre insatisfecho. ¿Por qué? La respuesta, a nivel sintético, es simple: si el deseo encontrara un objeto final que el saciado, se autodestruye, viéndose aniquilado por esta satisfacción que no permitiría continuar con su recorrido. Así pues, ningún docente no tiene ninguna garantía previa de poder encarnar este saber, elemento para el que hay un paso lógico y temporal previo: situar al alumnado en la pregunta, no en la certeza ni en la pura afirmación. He aquí el papel de la mayéutica socrática: a través de la pregunta movida por una dialéctica continua sin fin, hacer emerger un elemento que la mayoría de los alumnos ignoran: no saben que ya saben algo previo al trabajo conceptual de una cuestión. No saben que saben algo, es decir, se trata de un saber in-consciente. Es precisamente en este gesto mayéutico que se puede propiciar una conexión de cada alumno con su saber inconsciente donde el maestro puede adquirir una función primordial: renunciando a encarnar una versión estandarizada, enciclopédica o escolástica del saber, lo presenta como un enigma atractivo que puede operar de manera que interpele la singularidad de cada alumno. Se trata, pues, de presentar el saber como objeto agalmático, elemento que permite que se instaure el elemento fundamental para toda pedagogía y educación: un vínculo transferencial entre maestro y alumno.
Si se entiende que la Filosofía es, ante todo, la apertura de una pregunta que se sustrae a un supuesto sentido común y presuntos certezas, transmitir un saber filosófico es, ante todo, hacer un acto de amor (aquí encontramos el Philos griego) hacia rozar lo interroga y que no dispone de una respuesta definitiva. En este sentido, deploró el hipotético desprecio del alumnado de secundaria y bachillerato hacia la Filosofía es no querer hacerse cargo de que, para que un cambio tenga lugar, también hay que cambiar las reglas del juego que estructuran el vínculo entre maestro y alumno. No me refiero a una estéril disputa por la normativa curricular, sino a un viraje subjetivo de aquellos que encarnamos la figura del docente, lo cual, a su vez, es condición de posibilidad (sin garantía de necesidad) para que el alumnado entre en un deseo de saber que, para desplegarse,
¿Qué es, pues, transmitir la Filosofía? Subjetivar aquella máxima paulina que se encuentra en una de sus epístolas, el título de la que he (sintomáticamente) olvidado: «No soy yo, sino Cristo en mí» que, en términos laicos, se convierte en un «No soy yo el dueño del saber, sino mero canal para la pregunta que te permita pedirte quién eres tú «.
Andrés Armengol, La transmisión de la Filosofía desde el deseo de saber, catalunyaplural.cat 22/11/2020
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