Foucault i el govern de la vida..




... para que la economía capitalista funcione, no basta con instituir la propiedad privada y la división del trabajo; son necesarias todo un conjunto de tecnologías para hacer efectiva esa división del trabajo, es necesaria la selección y clasificación de las aptitudes y capacidades de la población, organizar esas formas de producción colectiva. No basta tampoco con que el trabajo dependa de las contingencias empresariales obligando a una enorme masa de gente a desplazarse irremediablemente de un lugar a otro. Además de eso, es necesario hacer que trabajen efectivamente, hay que supervisar las tareas a realizar, establecer mecanismos de rendición de cuentas, hacer rentable el tiempo de trabajo, etc.

Las tecnologías que organizan ese gobierno de la vida fueron fundamentales para el despliegue del capitalismo. Sin embargo, esas estrategias de gobierno no tienen por finalidad última garantizar el adecuado funcionamiento del sistema productivo. El gobierno de la vida constituye un ámbito autónomo de actuación y regulación de la vida misma, sus formas y límites, sus amenazas y defensas. Para ello, la población se constituirá como una categoría que estará en la encrucijada de todo un conjunto de saberes y tecnologías de gobierno a través de la medicina, la sociología, la biología, la psicología, la psiquiatría y, cómo no, la estadística como aproximación transversal a todas ellas. La escala biopolítica permite, en efecto, conocer y gobernar fenómenos considerados hasta entonces como accidentales o azarosos a partir de poder determinar su frecuencia, incidencia o patrones de repetición a lo largo del tiempo. Se desplegarán así todo un conjunto de mecanismos destinados a gestionar la seguridad, detectar situaciones de riesgo o peligrosidad que permitan determinar el modo de intervención política necesaria. Peligrosidad en términos de enfermedad, a través de la higiene pública, el control y gestión de las enfermedades, prevención de las epidemias, políticas de salud tanto en casas y lugares de trabajo como en barrios y ciudades. Peligrosidad también en términos de criminalidad, necesidad de determinar qué riesgos de criminalidad son inherentes a determinados sujetos, lugares o situaciones, el control y vigilancia generalizados de la población como métodos que permitan intervenir en caso necesario.

Esas estrategias de gobierno se despliegan tanto en la escala concreta de los cuerpos (las relaciones que establecen, los espacios que habitan, sus capacidades, conductas o afectos) como de la población (sus movimientos, su volumen, sus afecciones y amenazas). En el seno de esa doble dimensión, la norma se erige el concepto vertebrador que articula la escala del cuerpo y la de la población. En la escala del cuerpo, todo un conjunto de tecnologías destinadas a producir cuerpos y capacidades normales; en la escala de la población, todo un conjunto de tecnologías destinadas a regular las relaciones de unos fenómenos con otros para mantenerlas dentro de los parámetros de la “normalidad”. La biopolítica va, pues, de la mano de la instauración de la norma como un mecanismo de orden y organización social cuya centralidad pone en crisis el orden social que pivotaba en torno a la ley. En efecto, si la ley era concebida como un mecanismo que prohíbe, impidiendo y limitando determinadas acciones, la norma actuará positivamente prescribiendo o regulando qué es lo que debe suceder y cómo. Eso no significa que la ley desaparezca o retroceda en favor de la norma, pero sí quedará resituada a partir de ese nuevo paradigma de gobierno.

A nuestro juicio, y contra ciertas lecturas sobre el autor, una de las críticas políticas fundamentales que se derivan del análisis de la biopolítica como forma de gobierno es, justamente, cómo esta permite impugnar los principios de gobierno enunciados desde posturas liberales y neoliberales. Allí donde tanto el liberalismo como el neoliberalismo se presentan como formas de gobierno que tratan de defender las libertades de los individuos limitando lo máximo posible la acción gubernamental sobre ellos, Foucault muestra cómo, justamente, esa racionalidad de gobierno basada en el cálculo de cuánto es necesario gobernar necesita apoyarse en una multiplicidad de tecnologías y prácticas de observación, vigilancia, registro y monitorización constante de la vida. No se trata, en efecto, de un control coercitivo, de un poder que se ejerce de modo jerárquico o vertical, se trata, por el contrario, de producir permanentemente determinados modos de vida y de relación, intervenir sobre nuestras experiencias, operar movilizando nuestros deseos, inducirnos o disuadirnos de tomar determinadas decisiones. Ese gobierno de la población no deja de apoyarse en mecanismos que se deslizan hasta lo más íntimo de nuestra subjetividad, operando sobre nuestros cuerpos, nuestros pensamientos, nuestras conductas y nuestros afectos. Por tanto, resulta un tanto cínico escuchar a los liberales hablando de la necesidad de preservar la libertad individual de toda injerencia gubernamental mientras no tienen reparos en impulsar prácticas de gobierno que tienen como objetivo operar sobre la conducta, el pensamiento o los afectos de esos sacrosantos sujetos.

Ester Jordana Lluch, Vidas gobernadas: la biopolítica según Foucault, el salto diario 16/04/2019


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