'The Bell curve' i la problemàtica heredabilitat del QI.
En el artículo anterior
pudimos ver algunas de las líneas de tensión entre las ciencias
sociales y naturales y las dificultades con las que se han encontrado
los científicos de ambas disciplinas, y vimos que el debate suele
evolucionar en un contexto politizado debido a que la naturalización de
ciertos problemas suele verse como un intento de defender una
determinada agenda política. En este artículo nos inclinaremos sobre la
que probablemente haya sido la obra más polémica sobre naturaleza y
política.
Ciencia con consecuencias políticas
The Bell curve publicado por Charles Murray y Richard Herrnstein
(HM a partir de ahora) en 1994 es posiblemente el mejor ejemplo de las
consecuencias desagradables que pueden tener los hallazgos de la
genética y las ciencias naturales. Se trata de una obra cuyo debate
ha hecho correr ríos de tinta y reacciones airadas de académicos de
todas las disciplinas. Debido a ello, una revisión exhaustiva del debate
que haga justicia al libro y a sus críticos no solo sería demasiado
ambiciosa, sino también tediosa para el lector. Las líneas que siguen
tendrán una naturaleza selectiva para ilustrar algunos problemas
interesantes.
El objeto del libro es el estudio de la
evolución de la sociedad americana basándose en las diferencias en
habilidades cognitivas —esencialmente la inteligencia—. En concreto,
intenta demostrar que 1) la inteligencia es un factor que se puede medir
correctamente gracias a los tests estandarizados de cociente
intelectual (CI); 2) que esta es hereditaria en una proporción que varía
entre el 40% y el 80% y que esto cuestiona la posibilidad de mejorarlo
mediante la educación; 3) que la inteligencia está asimétricamente
distribuida entre la población y permite predecir muchos aspectos
cruciales de la vida en sociedad, como el éxito social, la criminalidad,
las diferencias salariales y que la inteligencia será, por razones
económicas y tecnológicas, cada vez más importante en el futuro; y 4)
Que las tres conclusiones anteriores tienen un impacto sobre las
políticas públicas.
Para entender lo controvertido de la
tesis del libro conviene detenerse en este último punto. En primer
lugar, HM analizan distintas políticas y llegan a la conclusión de que,
en parte debido a su carácter hereditario, los esfuerzos por mejorar la
igualdad han tenido un éxito modesto en el mejor de los casos. En
segundo lugar, el hecho de que las personas más inteligentes tengan
menos hijos plantea un grave problema demográfico dado que amenaza el «stock de CI»
de la sociedad americana. En particular, el hecho de que sean
precisamente las mujeres más inteligentes las que se incorporan al mundo
del trabajo y tienen menos hijos supone un reto importante para la
demografía. Finalmente, argumentan contra de las políticas de
discriminación positiva dado que estas estarían guiadas por la creencia,
equivocada según su argumento de que las desigualdades sociales no
están justificadas por diferencias de habilidad y, además, fomentarían
que «los menos buenos» se reproduzcan socialmente con más éxito.
La polémica era inevitable. Las
conclusiones políticas del último punto son una consecuencia lógica de
las tres conclusiones anteriores, de forma que una cantidad sustancial
de ideas recibidas parecían puestas en entredicho. A lo que el lector no
prevenido se enfrenta leyendo The Bell Curve es a un volumen
de más de 900 páginas de análisis estadísticos aparentemente sólidos,
argumentos matizados expresados en un lenguaje equilibrado y amable que,
prescindiendo de juicios de valor o de motivaciones políticas
aparentes, llevaban a conclusiones extravagantemente conservadoras que
en la mayoría de los círculos se calificarían de «darwinismo social».
El impacto mediático del libro fue
particularmente importante, lo suficiente como para la reacción
académica y política fuera significativa. Este debate que nos servirá de
excusa para recorrer el problema de la importancia de la genética para
los debates públicos.
Una parte de las reacciones al libro de
HM fue particularmente agria, rechazando la totalidad de la obra
partiendo de la falta de crédito de sus autores y recurriendo a
descalificaciones personales, a sus motivaciones políticas o sus
filiaciones académicas.
Entre las críticas que abordaron el
fondo, el problema del papel del CI para medir la inteligencia fue
suficientemente sonado como para que la American Psychological Association
(APA) pidiera la elaboración de un informe a un grupo de trabajo en el
que se encontraban algunos de sus afiliados con más renombre. El informe llegó a conclusiones matizadas
que, reconociendo el impacto de la biología, la heredabilidad y la
naturaleza sobre la inteligencia, sugería que las afirmaciones más
rotundas y especialmente las recomendaciones políticas no estaban bien
fundamentadas. Este diagnóstico crítico fue extendido por un artículo publicado el año pasado por parte del grupo de trabajo que destacan que hoy la importancia de la heredabilidad es menor.
Además de distintas críticas que
cuestionaban el análisis estadístico o los métodos de medición, las dos
que tienen un interés mayor para el problema de la relación de la
genética con la política son la que cuestiona la relevancia del CI para
explicar el grueso de las desigualdades y la que cuestiona la ineficacia
de las políticas públicas para modificar resultados atribuidos a la
genética.
Los críticos y sus críticas: James Heckman y la importancia de la primera infancia
El estadístico de la Universidad de Chicago y premio Nobel de Economía James Heckman escribió una reseña del libro en el Journal of Political Economy
donde, aun reconociendo la importancia del libro al poner de relieve el
papel de las habilidades explicando la estratificación social,
cuestionaba varias de sus tesis centrales. En primer lugar, ponía en
duda que un único factor, como el CI, pudiera medir los distintos
aspectos de las habilidades cognitivas. Heckman se unía así a los
distintos académicos que, como Sternberg,
defendían que la inteligencia es una realidad con distintas facetas que
no puede expresarse en una única dimensión (una perspectiva también documentada por el informe de la APA ) y el artículo escrito en 2012 por parte de sus autores.
En segundo lugar, Heckman cuestionaba igualmente que la educación careciera de poder para modificar el CI. En un artículo posterior,
Heckman muestra con sus coautores que los años adicionales de educación
tienen un impacto sustancial sobre los resultados obtenidos en los
tests de aptitudes cognitivas.
En tercer lugar, Heckman ponía en un
segundo plano la importancia de la inteligencia explicando el éxito
social, destacando especialmente lo que ha venido a llamarse las habilidades no cognitivas o socioemocionales.
Heckman ha dedicado una buena parte de su carrera a demostrar que para
explicar la productividad de un trabajador, incluso en actividades con
un alto contenido intelectual, habilidades no estrictamente
intelectuales como la perseverancia, la paciencia, la capacidad para
organizarse, la estabilidad emocional, la empatía o la capacidad para
trabajar en una organización sujeto a una jerarquía y dentro de un
equipo juegan un papel crucial; habilidades estas que no son medidas por
los test de inteligencia.
En Giving kids a fair chance,
un pequeño libro dirigido al público en general publicado este año,
Heckman explica como se relacionan estas ideas. Mientras que es cierto
que el IQ es en alguna medida hereditario, las habilidades no cognitivas
son mejorables, especialmente mediante políticas de gasto en primera
infancia. Esto explica, en palabras del propio Heckman, por qué los resultados de HM difieren tanto de los suyos:
[El libro]
no presentaba ninguna evidencia dura sobre genética. La persona mas
joven en la muestra de Herrnstein – Murray tenía 14 años al principio de
la muestra. A la edad de 14 años las personas están ya muy formadas y
sus entornos ya han tenido un papel muy importante sobre lo que son. La
idea de que el resultado de un test medido a la edad de catorce años
puede medir el determinismo genético es absurda.
Heckman ha abogado enérgicamente a favor
de las inversiones en primera infancia, destacando que cada euro
gastado en edades tempranas tiene un impacto sobre las habilidades y la
igualdad mucho mayor que a edades mayores.
Sin embargo, la relevancia de las
experiencias en la primera infancia no debe interpretarse como un
argumento en contra de la importancia de la biología. El propio Heckman
apoya su investigación en estudios neurológicos de cómo los primeros
años de vida afectan al desarrollo del cerebro. Precisamente la
interacción entre el desarrollo cognitivo y el estatus socioeconómico es un ejemplo de colaboración exitosa entre las ciencias sociales y naturales. Así, la revista The Economist documentaba una serie de estudios recientes
que vinculaban el nivel de estrés que sufren los niños en sus primeros
años al desarrollo de su memoria de trabajo y, a su vez, que mostraba
que la pobreza infantil afecta directamente al nivel de estrés.
Es fácil ver que en este caso, donde la pobreza infantil afecta a las
habilidades cognitivas a través del desarrollo neuronal, los hallazgos
de las ciencias sociales y las naturales no solamente no se contradicen,
sino que se complementan.
Los críticos y sus críticas: Goldberger, Manski y la interpretación de la heredabilidad
Desde el punto de vista del interés de la genética para las políticas públicas, probablemente sea de mayor interés el artículo que en 1995 publicaron en el Journal of Economic Literature los estadísticos Charles Manski y Arthur Goldberger
(G&M). En unos términos mucho más duros que los de Heckman, G&M
atacan la idea misma de que la forma en que se mide la heredabilidad
tenga alguna relevancia para las políticas públicas.
En The Bell Curve, para
explicar la inefectividad de las políticas públicas, HM proponen el
siguiente experimento mental (entre otros argumentos). Partiendo de que
alrededor de un 60% de las diferencias de CI viene explicado por
aspectos hereditarios, invitan a pensar en un escenario en el cual todo
el mundo se viera enfrentado a los mismos condicionantes ambientales
(que ellos estiman como la política más igualitaria posible). En estas
circunstancias de «igualdad radical», sugieren, solamente un 40% de las
diferencias de CI se reducirían lo que, es cierto, sería bastante
modesto.
G&M explican por qué este
razonamiento es en esencia incorrecto. Si lo que se busca es mejorar la
situación de aquellos que están, por razones «genéticas», en desventaja,
sería necesario enfrentarlos a un entorno distinto del de los más
aventajados.
En un artículo reciente, Manski alude a este mismo párrafo refiriéndose a un artículo del año 79 del propio Goldberger
(fallecido en 2009) donde explica esta idea de otra forma con un
ejemplo. Supongamos, nos dice, que existiera un estudio que encontrara
que la miopía es un rasgo cien por cien hereditario y que actúa de forma
determinista. Sin embargo, este hallazgo no nos dice nada sobre la
eficacia de una política que proporcione gratuitamente lentes de
contacto. Igualmente que el hallazgo de que el nivel de precipitaciones
es un fenómeno natural no nos dice nada sobre la eficacia de llevar
paraguas. Pues bien, la idea de que el CI es un rasgo hereditario
tampoco nos dice nada sobre el papel potencial de las políticas
públicas.
A un nivel más técnico, G&M explican
que los errores en la interpretación de estos resultados viene de los
métodos estadísticos que se utilizan para medir los componentes
«hereditarios» y «ambientales». Generalmente, estos modelos intentan
explotar las diferencias en el grado de parentesco (típicamente con
estudios con gemelos idénticos, mellizos y otros familiares) para
examinar como estas evolucionan con las diferencias en otros rasgos —en
este caso el CI—. Sin embargo, por la estructura del modelo estadístico,
se considera que la varianza en el CI es una suma de los aspectos
ambientales y genéticos, pero no se considera la posibilidad de que
ambos interactúen de una forma no aditiva.
La irrelevancia de los estudios de
heredabilidad para las políticas públicas defendida por H&M no va
necesariamente en contra del consenso en los estudios en psicometría y
genética. El libro de texto de Defries et al
subraya este punto (página 110) «la heredabilidad describe lo que
ocurre en una población concreta en un momento determinado de tiempo más
que lo que podría ocurrir. Es decir, si varía cualquier influencia
genética (p. ej. Cambios debidos a la migración) o ambiental (p.ej.
cambios en el acceso a la educación), entonces el impacto relativo de
los genes y el ambiente cambiará». En la misma línea el informe del grupo de trabajo de la APA
mencionado hacía explícito (página 86) que la utilidad de los
coeficientes de heredabilidad es estrictamente descriptiva y no implican
nada sobre la causalidad o que un rasgo que sea heredable en una
proporción importante sea inmutable.
De otra forma, sería difícil explicar la aparente paradoja de que la heredabilidad sea mayor para las familias más ricas que para las más pobres. Como señala el artículo de 2012
de los autores del informe de la APA, una posible de este hecho es
precisamente que los niños de familias socialmente desfavorecidas no
desarrollan todo su potencial genético, lo que conforta el argumento de
Heckman a favor de la lucha contra la pobreza infantil.
La heredabilidad y las interacciones entre el ambiente y el genotipo
Para entender lo que se esconde detrás
de la aparente paradoja de que, aunque la heredabilidad de ciertos
rasgos sea alta, la relevancia de esta información para las políticas
públicas es por sí sola prácticamente nula, es importante interiorizar
que el impacto que tienen los genes no es uno determinista. Al
contrario, nuestros genes nos afectan mucho más a menudo como
propensiones y actúan como factores de riesgo, especialmente en los
aspectos relacionados con el comportamiento y capacidades cognitivas.
Pensemos hipotéticamente en la
probabilidad de desarrollar miopía (un ejemplo inventado) y supongamos
que estuviera genéticamente determinada. Sin embargo, la miopía solo se
desarrollaría bajo circunstancias en la que una persona lee
sistemáticamente con poca luz. Desde el punto de vista causal, dos
personas que sean genéticamente muy distintas, tienen el mismo potencial
de desarrollar miopía si ambas trabajan habitualmente con luz; pero en
un ambiente en el que ambas trabajen con poca luz una de ellas tendrá
una probabilidad mucho mayor. El riesgo de desarrollar la miopía tiene
un origen totalmente genético, pero que este riesgo llegue a realizarse o
no depende al 100% de ser expuesto la falta de luz.
Otra forma de interacción entre los
aspectos ambientales y los genéticos es un genotipo que genera una
propensión a seleccionar determinados entornos. Pensemos, por ejemplo,
en que por razones genéticas una persona tienda a rehuir situaciones de
conflicto mientras que para otra ocurra lo contrario. ¿Un rasgo que se
desarrolle a raíz de la exposición a esta situaciones de conflicto,
tendrá un origen ambiental o genético? En este ejemplo de interacción
entre el ambiente y la genética, el investigador se enfrenta un problema de identificación, el al tema que ha dedicado su carrera Charles Manski.
En los dos ejemplos anteriores,
interpretar un modelo que dé niveles de heredabilidad del CI altos como
algo inmutable sería un error: aparecería un nivel de heredabilidad
importante y en ambos casos actuar sobre el ambiente puede modificar los
resultados.
Finalmente, como ilustra el ejemplo de
los paraguas o las gafas, que un rasgo sea hereditario, incluso con
carácter determinista, no significa que sus consecuencias deban
traducirse en desigualdades si la sociedad es suficientemente inclusiva.
Por ejemplo, es posible que la probabilidad de llegar a ser un
deportista de élite dependa con fuerza de factores genéticos, pero una
sociedad inclusiva es una en la que no llegar a ser un deportista de
élite no tiene consecuencias graves.
Biología y política(s)
The Bell Curve fue una obra
polémica por articular algunas ideas controvertidas basadas en lo que
aparentemente era un análisis riguroso. Puso de manifiesto lo peligroso
de una interpretación incorrecta de los resultados empíricos y su
utilización para defender una agenda política. Como hemos visto, el
análisis de G&M sugiere que el interés de la genética para las
políticas públicas es muy pequeño.
Parece oportuno resaltar que nada de lo
reseñado hasta ahora apoya la idea de que el estudio de los
condicionantes biológicos sea irrelevante para las ciencias sociales.
Negar que los seres humanos son seres biológicos y que todos los
fenómenos sociales tienen una biológica relevante sería absurdo. El
estudio del reverso biológico de estos fenómenos es un área
potencialmente muy fértil. El error está, sin embargo, en pensar que la
intervención de una causa biológica en algún aspecto social debe
llevarnos a aceptarlo como una parte inmutable de la naturaleza humana
en el cual las políticas públicas no tendrían nada que decir: no
solamente la influencia genética actúa únicamente como predisposiciones,
sino que el desarrollo biológico se produce en interacción constante
con los factores ambientales. Para integrar los aspectos psicológicos,
biológicos (no únicamente genéticos). La psicóloga Diane Halpern ha sintentizado estas interacciones en lo que llama la hipótesis biopsicosocial que se muestra el diagrama inferior propuesto:
La escasa relevancia del análisis de
heredabilidad es una restricción propia del tipo de análisis estadístico
que se ha usado para medir la importancia de los factores genéticos.
Estos intentan explotar el porcentaje de genes compartidos para explicar
sus diferencias. Se trata, no obstante, de análisis que dejan en una
«caja negra» como actúan los genes. No hay ninguna implicación causal el
análisis es puramente descriptivo. Esto es una consecuencia de que
hasta un momento muy reciente no ha sido posible mirar sobre el efecto
de distintas configuraciones de genes. En otras palabras, no se medían
variaciones en las configuraciones genéticas para buscar la relación con
determinados rasgos, sino variaciones en el parentesco. En un artículo reciente
Manski sugiere que, si bien el análisis de heredabilidad es casi
totalmente irrelevante, la medición de datos genéticos concretos podría
utilizarse para entender rasgos concretos y esto sí podría tener alguna
implicación para las políticas públicas si, por ejemplo, se averiguara
que la presencia de un determinado gen afecta a la capacidad de
aprendizaje o a otros aspectos de la conducta. Sin embargo, éeste es un
trabajo que todavía está naciendo y en el que no existen todavía
conclusiones bien definidas.
Los encuentros y desencuentros que hemos
explicado en este artículo entre las ciencias naturales y las sociales
ponen de manifiesto la dificultad, no ya de encajar muchos hallazgos de
las primeras dentro de las segundas, sino de que un diálogo fructífero
pueda tener lugar en un ambiente tan marcado por preconcepciones
ideológicas. Especialmente en el debate público, son frecuentes las
acusaciones mutuas de que el adversario está guiado por motivaciones
políticas.
La reseña de G&M ilustra este
problema. En los párrafos finales, G&M reprochan a HM que un libro
con la ambición y la amplitud de la temática de The Bell Curve
no fuera la síntesis de un gran número de trabajos previamente debatidos
en la academia, ni el libro fue sometido a revisión por pares por parte
de la editorial. Precisamente, la función del debate académico es la de
apuntar y remediar el tipo de errores que cometieron HM y matizar los
argumentos, algo que típicamente desvirtúa las tesis provocativas como
la serie de conclusiones a las que llegaron. Sin embargo, durante todo
el libro, HM manifiestan la preocupación constante de que sus ideas son
«políticamente incorrectas”», a pesar de que serían acertadas. Aplicar
con generosidad el principio caridad daría para pensar que HM
precisamente saltaron los cauces académicos normales porque no creían
que un debate real pudiera llevarse a cabo en un contexto demasiado
marcado por la corrección política.
Más en general, ilustra el problema de
mantener debates en términos técnicos cuando el resultado de esos
debates tiene consecuencias políticas importantes. ¿Es útil que el
público crea en el mito de la tabla rasa si eso supone un tabú para las
actitudes reaccionarias? ¿O somos lo suficientemente maduros en tanto
que sociedad para vivir con la idea de que existen diferencias
importantes en las que intervienen causas biológicas y entenderlas en
toda su complejidad?
Luis Abenza, Genes y política: dos décadas después de la publicación de The Bell Curve, jot down.es, 27/07/2013
Comentaris