Aportacions de Maquiavel a la teoria de la democràcia.
Maquiavelo by Eulogia Merle |
Maquiavelo tenía las manos sucias, no hay duda. Su papel como
político e intelectual florentino no siempre fue digno de admirar desde
el punto de vista democrático. A lo largo de su vida podríamos encontrar
algo de imperialismo, autoritarismo, apología de la violencia,
pragmatismo radical, desprecio a los valores éticos y morales, defensa
de la pauperización de la sociedad como medio de adoctrinamiento y,
obviamente, machismo. Eso sí, estoy seguro de que no era un
“protofascista”. La caracterización que María José Villaverde realizó de
Maquiavelo en su artículo Las manos sucias de Maquiavelo, publicado
en EL PAÍS el sábado 6 de julio de 2013, apunta a algunos lugares del
pensamiento maquiavélico, pero, desde mi punto de vista, no completa
todo el paisaje de su trabajo. Los mejores intérpretes de la obra de
Maquiavelo (desde Skinner, Pocock y Baron hasta Gramsci, Lefort y
Althusser) no necesitaron negar totalmente esta representación del
maquiavelismo para reconocer que, dentro de las ambivalencias del autor,
podían encontrarse aportaciones revolucionarias para la teoría de la
democracia. Una teoría que, por cierto, necesita en la actualidad del
aire libre de unas ciudades que Maquiavelo, sin ningún lugar a dudas,
puso en primer lugar.
Lo interesante de un autor como Maquiavelo no es que sea un “ejemplo a
seguir”, sino lo que nos dice de las ciudades donde habitó y lo que nos
puede decir de lo que estamos haciendo con las nuestras. De hecho los
autores que movilizan nuestro pensamiento no lo hacen por su
ejemplaridad sino por la fuerza intelectual a la hora de significarnos
el espacio social en el que moraron. Y Maquiavelo vivió en ese
“torbellino de las ciudades-Estado de la Italia del Renacimiento” donde
se fraguó el pensamiento político moderno (Arendt). La historia de estas
ciudades fue, fundamentalmente, la del movimiento municipalista entre
los siglos XI y XVI, la de la lucha por la libertad, la autonomía y el
autogobierno de algunas de las comunas que salpicaron el territorio
europeo. Esta historia hay que interpretarla en la vieja encrucijada del
Mediterráneo, en el cruce de caminos entre las diversas culturas y
civilizaciones que se encontraban en sus orillas y donde las ciudades
bajomedievales y renacentistas tuvieron un papel decisivo. Entre ellas
destacó Florencia, el espacio donde Maquiavelo (1469-1527) vivió el
final de este largo recorrido de las ciudades-república, con un
escenario de enfrentamientos entre las tendencias populares y
aristocráticas de la ciudad y de esta con las potencias extranjeras que
la amenazaban (los Estados modernos de España y Francia,
fundamentalmente). De hecho, la obra de Maquiavelo se presenta con las
ambivalencias propias de una ciudad dividida. Autor de El príncipe fue también el ciudadano republicano que redactó los Discursos sobre la primera década de Tito Livio.
Esta última fue escrita en plena crisis de la ciudad y acabaría siendo
un texto capital para la teoría moderna de la democracia. Parece ser
que, en esta ocasión, el búho de Minerva sí voló al caer la noche.
Siguiendo las lecciones de los autores que he destacado
anteriormente, me gustaría subrayar algunas aportaciones revolucionarias
que Maquiavelo hizo a la teoría de la democracia y que nos pueden
resultar útiles en la actualidad. Maquiavelo fue, para empezar, el
fundador de la “actitud crítica” moderna (Foucault). Ese “manifiesto
revolucionario” (Gramsci) que fue El príncipe no pensaba en los
principados tradicionales que se sustentaban fácilmente según el mundo
de la costumbre. A Maquiavelo le interesaban los “principados nuevos”
porque en ellos es donde se encontraban las “dificultades”. Es decir,
para pensar la política Maquiavelo construyó el telón de fondo de la
crisis. Resultado: la política se convirtió en un mecanismo de
innovación, en una práctica de construir “órdenes políticos nuevos” para
hacerle frente a situaciones críticas y problemáticas. Al estilo del
mejor Baudelaire, Maquiavelo abrió la puerta a buscar “lo eterno y lo
inmutable” de la política en la crisis de la ciudad, precisamente cuando
en esta reinaba “lo efímero, lo veloz, lo contingente”. Fundador de la
“maestría de la sospecha” (Ricoeur), alteró siempre las condiciones
desde donde la política debía ser pensada y buscó la otra cara de la
ciudad para producir un concepto radicalmente moderno del poder.
Con ello, la aportación decisiva de Maquiavelo fue, desde mi punto de
vista, poner a “las ciudades primero” (Jacobs, Soja) en su reflexión
sobre los proyectos históricos de la sociedad. Maquiavelo defendió en
los capítulos más importantes de los Discursos una noción
sumamente moderna de la misión histórica de las sociedades. Negó que el
objetivo de estas fuera mantenerse inalterables a lo largo del tiempo ya
que “las cosas de los hombres están siempre en movimiento y no pueden
permanecer estables”. Ante ello apostó por ciudades preparadas para
acometer grandes cambios en el presente que acabarían dejando huella en
la memoria histórica de lo social. La condición de posibilidad de este
poder en la historia era, para Maquiavelo, un espacio urbano que
garantizara la autonomía y libertad de todos los ciudadanos. Solo en
aquellas ciudades donde el pluralismo social estuviese garantizado
habría el poder suficiente para realizar mutaciones decisivas.
Y ello a pesar de o precisamente por las disputas y enfrentamientos
que en una sociedad libre y plural pudieran producirse. Maquiavelo
pensaba (y esto alarmó a los espíritus de su tiempo y, concretamente, a
su colega Guicciardini) que la pugna entre los ciudadanos era un síntoma
positivo de vitalidad urbana, de una ciudadanía “fuerte” y en “aumento”
que era motor del devenir de la sociedad. Es esta defensa de la
libertad y el pluralismo, de la energía positiva del conflicto para la
constitución de la ciudad y del compromiso histórico de las sociedades
con el cambio la que haría de Maquiavelo un pensador revolucionario para
la teoría de la democracia.
Maquiavelo se puede convertir en un pensador útil para defender la
primacía de la política, la democracia y las ciudades a la hora de
definir los cambios de nuestras sociedades. Esto puede resultar decisivo
precisamente cuando el ritmo y sentido de los acontecimientos actuales
están derivando en una auténtica “terapia de shock” (Klein)
contra la ciudadanía. El discurso moderno sobre el cambio social se está
convirtiendo en la actualidad en una peligrosa herramienta de
“destrucción creativa” de la democracia, del tempo necesario que exige
el debate y la deliberación dentro de sociedades libres y plurales. Al
olvidar las ciudades que le sirven de fundamento, el mundo moderno está
transformando el discurso sobre el cambio social en una ideología al
servicio de peligrosas tendencias antidemocráticas que desplazan y
desarraigan a la ciudadanía de los espacios públicos de decisión.
En este contexto, para muchos hoy no es una alternativa dar la
espalda al mundo de la política, ni mucho menos ir en pos de un
conocimiento abstraído de la arena pública o un activismo débil que haga
caso omiso de los grandes dilemas que vive nuestra sociedad. Sin duda
debemos aprender de Cicerón que no todo está permitido por el bien de la
república y que existen barreras éticas infranqueables en la actuación
de la política. Pero, también, que “nada hay, de lo que se hace en la
tierra, que tenga mayor favor cerca de aquel dios sumo que gobierna el
mundo entero que las agrupaciones de hombres unidos por el vínculo del
derecho, que son las llamadas ciudades” (Cicerón). Para ello el acutissimus Machiavellus
(Spinoza) puede ser un autor que, fascinado por las fuerzas de cambio
social que ponía en marcha el mundo moderno, seguía pensando la ciudad,
la política y la democracia como origen y fundamento.
Álvaro Moral García, Las ciudades de Maquiavelo, El País, 03/08/2013
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