Baruch Spinoza: sobre els espectres (correspondència).
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Baruc Spinoza |
Carta LI
Al agudísimo filósofo
B. d. S.
Hugo Boxel
Doctor en Leyes.
Ilustrísimo señor,
El motivo por el cual le escribo es porque deseo conocer su opinión
sobre las apariciones y los espectros o fantasmas y, si existen, saber
qué piensa usted de ellos, y cuánto tiempo cree que dure su vida; ya que
unos creen que son inmortales, y en cambio otros opinan que están
sujetos a la muerte. Mientras tenga esta duda, me será agradable
continuar hasta que sepa su parecer. Entre tanto, es cierto que los
antiguos han creído en su existencia. Los teólogos y los filósofos
modernos han admitido hoy en día la existencia de criaturas de este
género, aunque sobre su esencia no concuerden. Algunos sostienen que
están compuestos de una materia tenuísima y sutilísima, y otros afirman
que son espirituales. Pero tal vez (como ya lo dije al inicio) nosotros
estemos en gran desacuerdo, ya que dudo que usted admita la existencia
de estos seres; aunque, como usted no ignora, encuentros suyos se
encuentran registrados en toda la antigüedad, y son tantos los casos y
relatos que resulta difícil negarlos o ponerles en duda su existencia.
Sin embargo, una cosa es segura, y es que si usted admitiera su
existencia, usted no diría, como hacen los defensores de la fe romana,
que se tratan de las almas de personas fallecidas. Me detendré aquí y
esperaré su respuesta. No diré nada de la guerra 1, ni de los rumores que corren, de por qué nos ha tocado vivir en estos tiempos, etc. Adiós.
14 de septiembre de 1674.
Carta LII
Al eminentísimo y prudentísimo señor
Hugo Boxel
B. de S.
(Respuesta a la precedente)
Eminentísimo señor,
Su carta, que he recibido ayer, me fue gratísima, tanto porque deseaba
oír alguna noticia de usted, como porque veo que usted no se ha olvidado
completamente de mí. Aunque algunas personas tal vez puedan dar malos
presagios de que los fantasmas hayan sido el motivo por el que usted me
escribiera; para mí es todo lo contrario, yo considero que es cosa
importante; no sólo las cosas verdaderas sino también las menudencias e
imaginaciones pueden serme útiles.
Dejo por el momento de lado la cuestión de si los espectros son parte de
las ilusiones e imaginaciones; ya que, por lo que veo, le parece
extraño negar su existencia, o tan sólo ponerla en duda, contando con
tantas historias antiguas y modernas que los mencionan. La gran
estimación y honor que siempre le he tenido, y que sigo teniendo por
usted, no me permiten contradecirle, aunque bien tampoco pienso
aludirle. Usaré un término medio y le pido de favor que de todas las
historias de espectros que usted conoce, escoja una o dos de ellas; la
que deje menor lugar a dudas y muestre lo más claramente que los
espectros existen. Debo admitir que nunca he leído a un autor digno de
fe que muestre claramente su existencia. Y hasta ahora sigo ignorando lo
que son y ninguna persona me lo ha podido decir: Sin embargo, es cierto
que tenemos que saber lo que es una cosa cuando la experiencia nos la
muestra tan claramente; si no es así, resultará difícil que la
existencia de los espectros surja sólo de meras historias; lo que surge
es la existencia de algo que nadie sabe lo que es. Si los filósofos
quieren nombrar "espectros" a aquello que no conocemos, no negaré su
existencia, porque hay un número infinito de cosas que yo ignoro.
Por último, señor eminentísimo, antes de que me explaye más ampliamente
sobre esta materia: Dígame qué son esos espectros o espíritus. ¿Son
acaso niños, tontos o locos? Porque, por todo lo que he oído acerca de
ellos, parecen ser más apropiados a los seres privados de razón que a
los de buen sentido, y para decirlo de la mejor manera, se asemejan a
cosas infantiles, o a las diversiones de los locos. Antes de terminar,
sólo voy a comentar que, el deseo que tiene la mayor parte de los
hombres de narrar las cosas, no como son realmente, sino como quieren
que éstas sean, es muy reconocible en las historias de fantasmas y de
espectros. Igual que la esperanza que ellos tienen de hacerse conocer,
ya que por medio de estas narraciones de espectros y fantasmas resulta
ser más fácil que haciéndolo con historias serias. La razón principal de
esto es, creo yo, por la ausencia de más testigos que los mismos
narradores, con lo que pueden inventar a su discreción, añadir o
eliminar las circunstancias que les plazca, sin temor a un rival que les
contradiga. Así, inventarán esas historias para justificar, a sus ojos,
el terror que tienen de sueños y visiones, y algún otro para
incrementar su valentía, para consolidar su autoridad y valor de su
opinión. Otras razones me hacen dudar si las historias en sí mismas, al
menos las de estas circunstancias narradas, y que más contribuyen, deben
ser consideradas para tratar de inferir algo de estas historias. Me
detendré aquí, hasta que conozca cuáles son las historias que lo tienen
convencido a tal punto, que considera que dudar de ellas es algo
absurdo, etc.
Carta LIII
Al agudísimo filósofo
B. d. S.
Hugo Boxel
(Respuesta a la precedente)
Agudísimo señor,
No esperaba otra respuesta que la que usted me ha enviado, de un amigo
que sostiene una opinión adversa a la mía. No me preocupa lo que venga:
siempre es permitido que en materias indiferentes los amigos estén en
desacuerdo de opinión, mientras quede a salvo su amistad.
Quiere usted saber, antes de dar su opinión, qué le digo yo que son esos
espectros o espíritus, si niños, tontos o locos, y agrega que todo eso
que ha oído de ellos parece más provenir de seres privados de razón que
de seres con sentido común. Pero es verdadero el proverbio que dice que
una opinión preconcebida impide indagar en la verdad.
Aquí entonces por qué yo creo en los espectros. Primero, porque importa a
la belleza y a la perfección del universo que existan. Segundo, porque
es verosímil que el Creador los haya creado, porque estos seres se
parecen más a Él que las criaturas corpóreas. Tercero, porque así como
existe el cuerpo sin alma, también existe el alma sin cuerpo. Cuarto, en
fin, porque creo que en los lugares superiores del aire, región o
espacio, no hay ningún cuerpo oscuro que no tenga sus propios
habitantes; y por consiguiente, que el inconmensurable espacio, que se
encuentra entre nosotros y los astros, no está vacío, sino repleto de
habitantes espirituales; tal vez aquellos que están más lejanos son los
verdaderos espíritus, aquellos que está más abajo, en la región inferior
del aire, son criaturas de una sustancia sutilísima y tenuísima, y
además invisibles. Opino, entonces, que existen espíritus de todo
género, excepto, quizás, de género femenino.
Este racionamiento de ningún modo convencerá a aquellos que creen
fácilmente que el mundo ha sido creado por azar. La experiencia
cotidiana muestra, además de las razones precedentes, que existen
espectros sobre los cuales tenemos muchas historias tanto modernas como
antiguas. Se pueden encontrar historias de espectros en Plutarco, en su
libro De viris illustribus, además de otras obras suyas; en las Vidas de los Césares
de Suetonio y también en Weyer y en Lavater, que en sus libros sobre
los espectros han tratado prolíficamente esta materia, recogiendo los
relatos de toda clase de escritores. También Cardano, que es célebre por
su erudición, habla de los espectros en sus libros De Subtilitate, De Varietate,
y en aquel que escribe sobre su propia vida, que relata las apariciones
con que fue favorecido de sus familiares y amigos. Melanchthon, hombre
prudente y amante de la verdad, entre otros, rinden testimonio de las
experiencias que tuvieron ellos mismos. Cierto cónsul, hombre docto y
sabio, que todavía vive, me contó una vez que en la cervecería de su
madre, se oía trabajar tanto de noche como de día, de manera similar a
cuando se cocinaba y decantaba la cerveza; y declaraba que esto se había
reproducido en muchas ocasiones. Este relato me ha obligado a creer en
la existencia de los espectros; además de las experiencias y por las
razones que he dicho más arriba.
En cuanto a espíritus malvados que atormentan a los hombres desdichados
en y después de esta vida, y que practican magia, pienso que esas
historias contadas son fábulas. Encontrará usted en los tratados que se
ocupan de los espíritus una serie de circunstancias detalladas. Además
de los que he citado, puedes usted consultar, si lo ve conveniente, a
Plinio el Joven, libro VII, en carta a Sura, Suetonio, en el capítulo
XXXII de su Vida de Julio César, Valerio Máximo, capítulo VIII del libro I, parágrafos VII y VIII, y Alejandro de Alejandro en su obra Dies Geniales:
estoy seguro de que estos libros te serán accesibles. No hablaré de los
monjes y clérigos que reportan apariciones y visiones de ánimas,
espíritus y espíritus malignos, y tantos cuentos o, por decirlo mejor,
fábulas de espectros, que uno se avergüenza de leerlos, y que, por su
abundancia, causan tedio al lector. Un jesuita, Tiraseo, en su libro
sobre apariciones de espíritus, también trata estas cosas. Pero esta
gente trata estos temas más movida por un deseo de lucro y para hacer
creer en el purgatorio, que es para ellos una mina de la que extraen
tantísimo oro y plata. Pero éste no es el caso para los escritores
citados más arriba y los otros escritores modernos, que son imparciales y
ameritan, por lo tanto, mayor confianza.
A manera de respuesta a su carta donde habla de los tontos y locos, doy
aquí la conclusión del erudito Lavater con la que finaliza así su primer
libro sobre Los espectros y fantasmas con estas palabras: "Quien
ose desafiar la palabra de tantos unánimes testimonios, tanto antiguos
como actuales, lo considero indigno de mi confianza. Si, en efecto, es
un signo de ligereza dar crédito a todos esos que pretenden haber visto
algunos espectros, será una imprudencia distintiva el negar infundada e
imprudentemente lo que es afirmado en tantas historias dignas de fe, de
Padres de la Iglesia, y de otras grandes autoridades."
21 de septiembre de 1674.
Carta LIV
Al eminentísimo y prudentísimo señor
Hugo Boxel
B. de S.
(Respuesta a la precedente)
Eminentísimo señor,
Me basaré en lo que usted dice en su carta del 21 del mes pasado en
relación al tema de los desacuerdos de opinión que, cuando tratan sobre
un punto indiferente, no pueden perjudicar a la amistad, y le diré sin
rodeos mi sentimiento sobre las razones y los relatos de donde ha sacado
la conclusión de que existen fantasmas de todo género, excepto quizás de género femenino.
Si no le había respondido antes, se debe a que no tenía a la mano los
libros que usted ha citado y que además de Plinio y Suetonio no había
podido conseguir. Esos dos autores, no obstante, me salvaron del
problema de consultar otros, porque estoy convencido de que todos ellos
se equivocan al razonar de una misma manera y aman las historias
extraordinarias que dejan atónitos a los hombres y les deleitan en
admiración. Confieso mi asombro, no tanto ante las historias, sino ante
los narradores. Me admiro de que hombres dotados de inteligencia y de
juicio usen su talento en escribir para persuadir con tonterías de ese
estilo.
Pero dejemos a los autores a un lado para considerar el tema por sí
mismo: en primer lugar razonaré un poco sobre su conclusión. Vamos a ver
si soy yo, quien niega que existan espectros o espíritus, comprendiendo
mal a estos autores, que han escrito sobre el tema; o si es usted,
quien admite que tales seres existen, dando importancia a las
narraciones hechas por esos escritores más de lo que ameritan. Que por
una parte usted no ponga en duda la existencia de espíritus del género
masculino y, por otra parte, dude que existan del género femenino, me
parece más bien una fantasía que una duda razonada. Si tal fuese
verdaderamente su opinión, parecería más bien estar de acuerdo con la
imaginación del vulgo, que afirma que Dios es de género masculino y no
femenino. Y me sorprende que los que han visto a los espectros desnudos,
no hayan postrado sus ojos sobre sus partes genitales, lo cual habría
removido toda duda; quizás habrá sido por temor, o porque ignoran la
diferencia. Contestará usted que esto es burlarse, no un razonamiento; y
así comprendo que sus razones le parezcan tan sólidas y tan bien
fundadas, que nadie (al menos a su juicio) podría contradecirlas; sino
alguien perverso, que crea que el mundo es un producto del azar. Esto
mismo me urge, antes de examinar sus razones precedentes, a exponer
brevemente mi opinión respecto a la afirmación de que el mundo ha sido
creado por azar. Pero respondo que, así como es cierto que lo fortuito y lo necesario
son dos cosas contrarias, también es evidente que quien afirme que el
mundo es un efecto necesario de la Naturaleza Divina, niega también
enteramente que el mundo sea un resultado del azar: en cambio, si afirma
que Dios pudo haber omitido la creación del mundo, confirma, si bien en
otros términos, que éste ha sido hecho por azar; puesto que proviene de
una voluntad que pudo no ser. Pero como esta opinión o sentencia es
básicamente absurdo, por lo general se acuerda unánimemente que la
voluntad de Dios es eterna y que nunca ha sido indiferente. Por lo tanto
se debe también reconocer (téngalo bien en cuenta) que el mundo es un
efecto necesario de la Naturaleza Divina. Llamen a esto voluntad,
entendimiento, o con cualquier otro nombre que les agrade, con todo,
llegan finalmente a la conclusión de que expresan una sola y misma idea
con nombres diversos. Pues, si se les pregunta si la Voluntad Divina no
difiere de la voluntad humana, responderán que la primera no tiene de
común con la segunda sino el nombre. Aunque la mayoría estará de acuerdo
en que la Voluntad, el Entendimiento, la Esencia o la Naturaleza de
Dios son una sola y misma cosa; así como yo también, para no crear
confusión entre la Naturaleza Divina y la naturaleza humana, no asigno
atributos humanos a Dios, tales como Voluntad, Entendimiento, atención,
audición, etc. Repito entonces que el mundo es un efecto necesario de la
Naturaleza Divina y que no ha sido creado por azar.
Considero que con esto será suficiente para convencerle de que la
opinión de esos que hablan (si es verdad que los hay) es de un mundo
obra del azar en todo caso contraria a la mía, y así basado sobre esta
hipótesis, paso ahora a examinar las razones de donde usted concluye que
existen espectros de todo género. Lo que puedo decir de una manera
general de lo que dice, es que parecen ser conjeturas que razones, y me
es difícil creer que usted las tenga por razonamientos demostrativos.
Pero veamos si, conjeturas o razones, se les puede estimar por bien
fundadas.
Su primera razón es que la existencia de espectros importa a la belleza y
a la perfección del universo. La belleza, eminentísimo señor, no es
tanto una cualidad del objeto que se contempla, sino un efecto producido
en el que lo contempla. Si nuestros ojos fuesen más largos o más cortos
de vista, o si nuestro temperamento fuese otro, las cosas que ahora nos
parecen bellas nos parecerían feas, y las que ahora nos parecen feas se
volverían bellas. La mano más bella vista al microscopio, parecerá
terrible. Ciertos objetos que vemos bellos de lejos, son feos cuando se
los ve de cerca; de forma que las cosas consideradas en sí mismas, o
referidas a Dios no son bellas ni feas. Por lo tanto, quien afirme que
Dios ha creado el mundo para que fuese bello, debe necesariamente
admitir o bien que Dios ha hecho el mundo adaptado al apetito y los ojos
del hombre, o bien que ha hecho el apetito y los ojos del hombre
adaptados al mundo. Pero lo que se admita por una u otra parte, no veo
por qué Dios habría de crear los espectros y espíritus, a fin de
conseguir uno u otro de esos objetivos. La perfección y la imperfección
son denominaciones que no difieren mucho de las de la belleza y de la
fealdad. Para no ser demasiado prolijo, preguntaré solamente: ¿En qué
contribuye más al ornato y a la perfección del mundo el que existan
espectros o multiplicidad de monstruos tales como centauros, hidras,
arpías, sátiras, grifos, argos y otras muchas locuras semejantes?
¡Ciertamente el mundo estaría bien adornado, si Dios lo hubiera ordenado
de acuerdo al capricho de nuestra fantasía y decorado con seres que
cualquiera, sin pena alguna, fácilmente inventa con una imaginación en
delirio, pero que el entendimiento no puede concebir jamás!
Su segunda razón es que, como los espíritus, más que las otras criaturas
corporales, expresan una imagen de Dios, resulta entonces verosímil que
Dios los haya creado. En primer lugar confieso que hasta ahora ignoro
por qué los espíritus expresan a Dios mejor que las otras criaturas. Lo
que sé es que entre el finito y el infinito no existe ninguna
proporción: de tal suerte que la diferencia entre la criatura más grande
y la más eminente y Dios no es otra que la que hay entre Dios y la
criatura más pequeña. Esto entonces no tiene ninguna relevancia. Si de
los espectros tuviera una idea tan clara como aquella que tengo del
triángulo o del círculo, no tendría duda alguna de que fueron creados
por Dios. Pero como por el contrario la idea que tengo de ellos es de la
misma naturaleza que las ideas que tengo de las arpías, los grifos, las
hidras, etc., que surgen de mi imaginación, no puedo considerar a los
espectros de otro modo sino como sueños, que difieren tanto de Dios como
el ser del no-ser.
Su tercera razón (que sostiene que así como existe el cuerpo sin alma,
así también debe existir el alma sin cuerpo) no me parece menos absurda.
Dígame, se lo ruego, ¿no es acaso igualmente verosímil que existan la
memoria, la audición, la visión, etc., sin cuerpos, puesto que
encontramos cuerpos sin memoria, sin audición, sin visión? ¿O lo mismo
la esfera sin el círculo, dado que existe el círculo sin la esfera?
Su cuarta, y última razón, es idéntica a la primera, y me remito a la
respuesta que he hecho. Aquí señalaré solamente que ignoro cuáles puedan
ser esos lugares superiores e inferiores que usted concibe en el
espacio infinito, a no ser que usted no piense que la Tierra es el
centro del universo. En efecto, si el Sol o Saturno fuesen el centro del
universo, el Sol o Saturno, y no la Tierra, serían el inferior.
Haciendo caso omiso de esto, entonces, infiero que estas y otras razones
semejantes no convencen a nadie de que existan espectros o fantasmas de
todo género, excepto a aquellos que, cerrando los oídos del
entendimiento, se dejan seducir por la superstición; la cual es tan
enemiga de la recta razón que, para menoscabar el prestigio de los
filósofos, tiene más bien fe en las vejezuelas.
En cuanto atañe a las historias, he dicho ya, en mi primera carta, que
no son los hechos en sí mismos los que niego por completo, sino la
conclusión que de ellas infieren. A esto agrego que no les considero tan
dignos de fe como para no dudar de las muchas circunstancias que muy a
menudo suelen agregar, más a manera de ornamento que para hacer más
eficaz la verdad de la historia o para establecer más sólidamente eso
que quieren concluir de su relato. Había esperado que, entre tantas
historias que usted me mencionara, al menos hubiera uno que no
permitiese la menor duda y que demostrase clarísimamente la existencia
de espectros o fantasmas. Lo que cuenta el cónsul que usted menciona,
que en la cervecería de su madre escuchara espectros trabajar en la
noche, como solía escuchar trabajar de día, y que quiera inferir que
éstos existen, me parece digno de risa. Del mismo modo, me parecería
demasiado largo examinar aquí todas las historias que sobre estas
tonterías se han contado. Para ser breve, me remito a Julio César que,
de acuerdo al testimonio de Suetonio, se reía de todas estas cosas, y
sin embargo era feliz, conforme lo que cuenta Suetonio en el capítulo 59
de la vida de este príncipe. Y del mismo modo, todos aquellos que
examinen la imaginación de los mortales y el efecto de las pasiones,
deben reírse de tales cosas; o de lo que sea que Lavater y otros, que
con él soñaron sobre este asunto, produzcan en contra.
Carta LV
Al agudísimo filósofo
B. d. S.
Hugo Boxel
(Respuesta a la precedente)
Agudísimo señor,
Respondo algo tarde a la exposición de sus opiniones, porque una pequeña
enfermedad me había privado del placer de mis estudios y meditaciones y
me había impedido escribirle. Ahora, gracias a Dios, estoy
completamente restablecido. En mi respuesta seguiré paso a paso su
carta, pero no me detendré en las dificultades que usted ha dado a
aquellos que han escrito sobre los espectros.
Así entonces, decía que a mi juicio no existen espectros de género
femenino porque niego que exista procreación entre ellos. En cuanto a su
forma exterior y composición no digo nada, porque realmente no me
concierne. Se dice que algo ha sucedido por azar cuando ha tenido lugar
independientemente de la intención del autor. Cuando se remueve la
tierra para plantar una vid o al cavar un hoyo para hacer una sepultura,
y se encuentra un tesoro sin haberlo nunca pensado, decimos que esto ha
sucedido por azar. Pero de alguien que obra por su libre albedrío,
siendo que pudo igualmente no haber obrado, no se dirá jamás que obra
por azar, porque, si se dice así, todas las acciones humanas tendrían un
carácter fortuito, lo cual sería absurdo. Es lo necesario y lo libre,
no lo necesario y lo fortuito, los que son contrarios. Y aunque la
voluntad de Dios sea eterna, no se sigue de esto que el mundo sea
eterno, porque Dios ha podido decidir desde la eternidad que crearía el
mundo en un momento definido.
Niega usted, luego, que la voluntad de Dios haya sido alguna vez
indiferente. Yo también, y no es necesario, como usted lo cree,
considerar este punto con tanta atención. No es cierto que todos
atribuyan a la voluntad de Dios un carácter de necesidad; esto, en
efecto, involucra la necesidad. Porque atribuir a alguien una voluntad,
es reconocer que éste puede, de acuerdo a su voluntad, actuar o no
actuar. Si otorgamos a alguien la necesidad, deberá actuar
necesariamente.
Por último, usted dice que no afirma de Dios ningún atributo que
pertenezca al hombre, con el fin de no crear confusión entre la
naturaleza Divina y la humana; hasta aquí apruebo este lenguaje: no
podemos percibir de qué manera Dios obra, de qué manera desea, conoce,
examina, ve, oye, etc. Pero si usted le niega todo poder de efectuar
estas operaciones y declara falsas las ideas más altas que nos podemos
hacer de él, si usted pretende que estas operaciones no son
eminentemente y metafísicamente en Dios, entonces no puedo concebir más
su Dios, y no sé más lo que usted entiende por esta palabra. Lo que no
se percibe no debe por lo tanto ser negado. El alma, que es un espíritu y
una cosa inmaterial, sólo puede intervenir con la ayuda de cuerpos muy
sutiles, operando a través de fluidos. ¿Y cuál es la relación que hay
entre el alma y el cuerpo? ¿De qué manera el alma obra con la ayuda de
los cuerpos? Sin ellos es pasiva y, si ellos es problemática y el alma
hace lo contrario de lo que cabría esperar. Muéstrame cómo se hace.
Usted no puede, y yo tampoco puedo. Sin embargo, vemos y sentimos que el
alma opera, y esto sigue siendo verdad a pesar de que no racionemos de
qué manera se produce esta acción. De la misma manera, aunque no
comprendamos cómo es que Dios obra y que no queremos atribuirle un modo
de acción humana, no debemos por lo tanto negar de él que posea los
modos de acción que se conceden eminentemente y de manera incomprensible
a nosotros, tales como la voluntad, el conocer, el ver y el oír, no por
los ojos o las orejas sino por el entendimiento. Del mismo modo que el
viento y el aire pueden sin manos ni instrumentos destruir, alterar las
regiones terrestres y las montañas , lo que es imposible al hombre sin
el socorro de manos y máquinas. Si usted atribuye a Dios la necesidad,
privándole de la voluntad y libre elección, se puede dudar si usted no
exhibe ni representa al Ser infinitamente perfecto como un monstruo. Si
usted quiere lograr su objetivo, habría que fundar su demostración de
una manera totalmente diferente porque, a base de las razones que usted
da, no encuentro nada sólido. Y si usted tiene éxito, hay otras que
quizás tengan un peso igual a los suyos. Dicho esto, continuemos.
Exige usted, para probar que en el mundo existen espíritus, pruebas
demostrativas, pero en el mundo hay muy pocas, y a excepción de las
matemáticas, no se encuentra ninguna tan segura como deseemos; por lo
que nos contentamos con conjeturas probables y verosímiles. Si las
razones con las cuales se prueban las cosas fuesen demostraciones, sólo
encontraríamos a los tontos y a los tercos para contradecirlos. Pero,
querido amigo, no somos tan bendecidos. En el mundo no somos tan
precisos, pues hacemos, hasta cierto grado, conjeturas, y en los
razonamientos, a falta de demostración, asumimos lo probable. Esto es
evidente en todas las ciencias, tanto divinas como humanas, que están
llenas de controversias y de discusiones; su multiplicidad es la causa
de que se encuentren en todas sentencias diversas. A causa de esto, hubo
antiguamente, usted lo sabe, unos filósofos, llamados escépticos, que
dudaban de todo. Discutían en pro y en contra para conseguir, a falta de
razones verdaderas, solamente lo probable, y cada uno de ellos creía
eso que les parecía más probable. La Luna se encuentra justo debajo del
Sol, y, por lo tanto, el Sol se oscurecerá en algún lugar de la Tierra, y
si el Sol no se oscurece, mientras es de día, la Luna no está situada
directamente debajo del Sol. Aquí tenemos una prueba demostrativa, que
va de la causa al efecto y del efecto a la causa. Existen algunas
demostraciones de este género, pero muy pocas, a las cuales nadie puede
contradecir, con tal que las haya comprendido.
En cuanto atañe a la belleza, existen ciertas cosas cuyas partes son
proporcionales respecto a las otras y están mejor compuestas que otras. Y
Dios ha otorgado al entendimiento y al juicio humano una concordancia y
armonía con la que lo que está bien proporcionado, y no con lo que está
privado de toda proporción. Asimismo con los sonidos que estén de
acuerdo o en desacuerdo: el oído sabe bien distinguir las consonancias y
las disonancias, porque las unas procuran placer, las otras molestia.
La perfección de una cosa también es bella en tanto que nada le falta.
De ello existen numerosos ejemplos que omito para no ser demasiado
prolijo. Consideremos solamente el mundo, que nombramos el Todo o el
Universo. Si esto es verdad, como en efecto lo es, no es desfigurado o
menoscabado por las cosas incorpóreas. Lo que usted dice de los
centauros, hidras, arpías, etc., no tiene cabida aquí, pues nosotros
hablamos de los géneros más universales de las cosas y de sus primeros
grados, los cuales abarcan diversas e innumerables especies; a saber, de
lo eterno y de lo temporal, de la causa y del efecto, de lo finito y de
lo infinito , de lo animado y de lo inanimado, de la sustancia y del
accidente, de lo corporal y de lo espiritual, etc. Digo que los
espíritus se parecen a Dios porque Él también es espíritu. Usted exige
una idea de los espíritus tan clara como aquella del triángulo, pero eso
es imposible. Dígame, se lo ruego, qué idea tiene usted de Dios, y si
acaso ella es para su entendimiento tan clara como la idea del
triángulo. Sé que usted no tiene esta idea clara de Dios, y he dicho que
no estamos tan bendecidos como para conocer las cosas mediante pruebas
demostrativas y que, la mayor parte de las veces, en este mundo,
prevalece lo probable. En absoluto afirmo que si existe un cuerpo sin
memoria, etc., existe una memoria sin cuerpo, etc., y que si existe un
círculo sin esfera existe también una esfera sin círculo. Esto es
descender de los géneros universales a las especies particulares, y este
razonamiento no es inteligible. Digo que el Sol es el centro del mundo,
y que las estrellas fijas están más distantes de la Tierra que Saturno y
éste más que Júpiter, y éste más que Marte; de modo que en el aire
ilimitado existen cosas más próximas a nosotros, otras mas lejanas y
esto es lo que podemos decir cuando hablamos de cosas más altas o más
bajas.
Los que defienden la existencia de los espíritus no desacreditan a los
filósofos, sino los que la niegan, porque todos los filósofos, tanto
antiguos como modernos, han estado convencidos de que existen espíritus.
Plutarco lo atestigua en su Tratado de las opiniones de los filósofos y en su Tratado del demonio de Sócrates;
igualmente lo atestiguan todos los estoicos, los pitagóricos, los
platónicos, los peripatéticos, Empédocles, Máximo de Tiro, Apuleyo y
otros. Entre los modernos ninguno niega a los espectros. Por lo tanto,
rechazar tanto a sabios testigos oculares y auriculares, tanto a
filósofos e historiadores,que narran todo esto, afirma que todos los
hombres son tontos e insensatos al nivel del vulgo. Esto no hace que sus
respuestas no persuadan, ni evita que ellas no sean absurdas y no
toquen el objeto propio de nuestra discusión, sin que diera alguna
prueba que fortaleciera su opinión. César, igual que Cicerón y Catón, no
se reía de los espectros, pero sí de los presagios y las premoniciones,
y si él no hubiera hecho de Espurina una burla, sus enemigos no lo
hubieran atravesado a puñaladas. Pero es suficiente por esta ocasión,
etc.
Carta LVI
Al eminentísimo y prudentísimo señor
Hugo Boxel
B. de S.
(Respuesta a la precedente)
Eminentísimo señor,
Espero poder responder a su carta que me han entregado ayer porque, si
esperara más, estaría obligado a posponer por mucho tiempo mi respuesta.
El estado de su salud me habría angustiado, si no supiera que usted ha
mejorado; espero que todo esté bien ahora.
Las dificultades que tienen dos personas, cuando ellas parten de
principios diferentes, intentando llegar a un acuerdo sobre un tema, que
depende mucho de otros y sus opiniones, podría mostrarse evidente en
esta discusión sola como ejemplo, si no pudiéramos demostrarla por el
razonamiento. Dígame, le ruego, si usted ha visto o leído a filósofos
que hayan sostenido la opinión de que el mundo fue creado por azar,
entendiéndolo en el mismo sentido que usted ha dicho, es decir, que Dios
al crearlo se habría propuesto un objetivo y no hubiera producido eso
que había decretado. No conozco que tal sea jamás haya entrado al
pensamiento de ninguna mente y se me oculta igualmente con qué razones
se empeña usted en persuadirme de que crea que lo fortuito y lo necesario
no son contrarios. Tan pronto caigo en la cuenta de que los tres
ángulos de un triángulo son iguales a dos rectos, niego en el acto que
ello suceda por azar. De manera similar, tan pronto comprendo que el
calor es efecto necesario del fuego, también niego que así sea por
accidente. Que lo necesario y lo libre sean dos términos
contrarios no es menos absurdo y repugnante a la razón: pues nadie puede
negar que Dios se conoce a sí mismo y todas las cosas libremente y, sin
embargo, todos conceden unánimemente que Dios se conoce necesariamente.
De ahí que me da usted la impresión de que no establece diferencia
alguna entre la coacción o violencia y la necesidad. Que el hombre
quiere vivir, amar, etc., no están bajo una acción violenta, pero sí
necesaria; y mucho más, que Dios quiera existir, conocer y obrar. Si,
aparte de lo dicho, piensa usted que la indiferencia es sólo otro nombre
para la ignorancia o la duda, y que una voluntad siempre constante y en
todo determinada es una virtud y una propiedad necesaria del
entendimiento, comprenderá que mis palabras están en completa armonía
con la verdad. Si afirmamos que Dios pudo no desear un acontecimiento
dado, o que no pudo adquirir su conocimiento, atribuimos a Dios dos
libertades diferentes en naturaleza la una de la otra, la una necesaria,
la otra indiferente; y consecuentemente concebimos la voluntad de Dios
como diferente de su esencia y entendimiento, y caemos así de un absurdo
a otro.
La atención, por la cual había alegado en mi carta precedente, parece no
haberle sido necesaria. Esto ha sido la razón por la cual usted no ha
dirigido sus pensamientos al punto principal, y ha dejado de lado lo que
más importaba.
Usted dice enseguida que si rechazo admitir que la acción de ver, de
oír, de ser atento, de voluntad, etc., están en Dios eminentemente,
usted no sabe más qué tipo de Dios es el mío; lo que me conduce a
sospechar que para usted no hay un punto de perfección más grande que
aquel que se manifiesta por atributos de tal tipo. Eso no me sorprende,
pues considero que el triángulo, si estuviera dotado de lenguaje, diría
de la misma manera que Dios es eminentemente triangular, mientras que el
círculo diría que la Naturaleza Divina es eminentemente circular. De
este modo, cada uno daría a Dios sus atributos y se haría semejante a
Dios, y toda otra manera de que fuera le parecería fea.
El espacio reducido de un carta y la falta de tiempo no me permiten
explicarle a fondo mi opinión sobre la Naturaleza Divina, ni tampoco
sobre las preguntas realizadas por usted, además que, contrastando las
dificultades del objeto, no se pueden dar para eso razones. Es verdad
que en el mundo actuamos frecuentemente por conjeturas, pero es falso
que obtengamos nuestras meditaciones a base de conjeturas. En la vida
cotidiana estamos obligados a seguir lo que es más verosímil, pero en
nuestras especulaciones es a la verdad que nos acercamos. El hombre
perecería de sed y de hambre si él no bebiera ni comiera después de
haber sido perfectamente demostrado que los alimentos y la bebida le
serán provechosos. Pero esto en la contemplación no ocurre así. Por el
contrario, debemos tener cuidado de no admitir como verdadero algo que
sea solamente verosímil, porque de una sola proposición falsa admitida,
una infinidad seguirá.
De que las ciencias divinas y humanas estás llenas de disputas y
controversias, no se puede inferir que todos los puntos que se traten
sean inciertos. Para eso ha habido muchos que estuvieron dominados por
el amor de la contradicción que incluso se burlaron de las
demostraciones geométricas. Sexto Empírico y otros escépticos que usted
cita, dicen que es falso que el todo sea mayor que la parte, y toman el
mismo juicio sobre los demás axiomas.
Pero, dejando de lado esto y concediendo que nosotros, a falta de
demostraciones, debemos contentarnos con verosimilitudes, digo que una
demostración verosímil debe ser tal que, aunque podamos dudar de ella,
no podamos, sin embargo, contradecirla; pues lo que se puede contradecir
no es semejante a lo verdadero, sino a lo falso. Si digo, por ejemplo,
que Pedro está vivo, porque lo vi ayer con buena salud, esto parece,
ciertamente, verdad, en tanto que nadie pueda contradecirme. Pero si
alguien más dice que vio un día antes al mismo Pedro en estado de
síncope y cree que ha muerto, esto hace que mi afirmación parezca falsa.
He mostrado muy claramente que su conjetura relativa a los espectros y
fantasmas parece falsa, y ni siquiera probable, que no he encontrado
nada que amerite consideración en su respuesta.
A su pregunta, de si acaso tengo de Dios una idea tan clara como del
triángulo, le respondo afirmativamente; pero, si me pregunta si tengo de
Dios una imagen tan clara como del triángulo, le contestaré
negativamente: pues no podemos imaginar a Dios, pero sí entenderlo.
Señalaré además, que yo no digo que conozco totalmente a Dios, sino que
entiendo algunos atributos suyos, pero no todos ni la mayor parte, y es
cierto que el ignorar la mayor parte no impide conocer algunos de ellos.
Y lo cierto es que esta ignorancia de la mayor parte no me impide
conocer algunos. Cuando estudié los Elementos de Euclides, conocí
en primer lugar que la suma de los tres ángulos de un triángulo era
igual a dos rectos, y percibí claramente esta propiedad del triángulo,
aunque por el momento ignoraba muchas otras.
En cuanto a los espectros o fantasmas, aún no la llegado a mis oídos
ninguna propiedad inteligible suya, pero sí características que les
atribuyen por la imaginación y que nadie puede comprender. Cuando usted
dice que los espectros y fantasmas se componen aquí, en las regiones
inferiores (siguiendo su estilo, pues todavía ignoro por qué la materia
de abajo sea menor que la materia de arriba), de una sustancia
tenuísima, rarísima y sutilísima, me parece que usted habla de
telarañas, aire o de vapores. Decir que son invisibles equivale para mí a
decir lo que no son, pero no lo que son; excepto tal vez que usted
quiera decir que se vuelven ahora invisibles, ahora visibles, y que la
imaginación, como en todas las imposibilidades, encontrará una
dificultad.
La autoridad de Platón, Aristóteles y Sócrates no vale mucho para mí. Me
hubiera admirado que usted hubiera aducido a Epicuro, Demócrito,
Lucrecio o a alguno de los atomistas y defensores de los átomos: no es
de extrañar que aquellos que han inventado las cualidades ocultas, las
especies intencionales, las formas sustanciales y otras mil tonterías,
hayan excogitado los espectros y fantasmas y hayan creído las historias
de las vejezuelas a fin de disminuir así la autoridad de Demócrito, cuya
buena fama envidiaron tanto que llegaron a quemar todos los libros que
él había editado con tanto encomio. Si usted está dispuesto a prestar fe
a todas estas cosas, ¿cómo podría luego usted negar los milagros de la
Virgen Divina y de todos los Santos, referidos por tantos celebérrimos
filósofos, teólogos e historiadores, que por cada mil de éstos, no
podría mostrarle un ejemplo en favor de los espectros? En resumen,
distinguido Señor, porque me he extendido más de lo que quería; no deseo
molestarlo más tiempo con estas cosas, que usted (lo sé) no me
concederá, puesto que sigue principios muy diferentes de los míos, etc.
Baruch Spinoza, correspondencia con Hugo Boxel en torno a los espectros, http://artilleriainmanente.blogspot.com.es/2012/04/correspondencia-de-baruch-spinoza-con.html