La naturalització dels dispositius de control.
Toda ideología es una naturalización gradual, sigilosa e inadvertida.
Las declaraciones de Barack Obama justificando la necesidad del
programa PRISM en lugar de presentar lo que cabe esperar ante tales
hechos, es decir, una cascada de dimisiones, no han hecho más que poner
de manifiesto la consolidación paulatina de un cierto discurso sobre
seguridad que ya es a la vez argumento político e imaginario social, que
está calando profundamente en la población y que recaba cada vez más
apoyos silenciosos en vez de una saludable inquietud. En todos los
niveles de la vida social, los ciudadanos venimos consintiendo la
implantación progresiva e imparable de una pléyade de dispositivos
cotidianos de control, desde el supermercado al aeropuerto, hasta un
punto en el que la tolerancia a la intrusión y las garantías de diversos
derechos constitucionalmente establecidos han descendido a niveles
alarmantes.
Habiendo leído ya diversas reacciones, he llegado a la conclusión de
que personalizar lo sucedido en la figura de héroes o villanos que
probablemente ni siquiera querían serlo, o bien reducir la cuestión a
una vulneración de derechos individuales supone un malentendido
interesado sobre lo que está pasando. Si se “privatiza” el abordaje del
problema, si su alcance e implicaciones se reducen a gestos o agresiones
particulares, entonces se pierde de vista la perspectiva más necesaria,
a saber, identificar qué tipo de sociedades son el marco donde estos
fenómenos in statu nascendi se están estableciendo y, sobre
todo, con qué posibles funciones. No he encontrado esta reflexión en
ninguno de los artículos que he leído, y eso sí que me sorprende y me
preocupa.
La naturalización de los dispositivos de control es una inquietante
realidad. Silenciosa e implacablemente se está transformando en materia
de consenso la idea de que es preciso un rosario creciente de
sacrificios de derechos y libertades en nombre de un nuevo derecho: el
derecho a la seguridad. En las democracias liberales se está produciendo
una potente tensión interna entre libertad y seguridad; antinomia que,
de no hacer nada al respecto, las irá corroyendo desde su interior. Es
necesario abrir un verdadero debate público sobre el significado social
del término “seguridad”. Porque el control y la seguridad están
transformándose hoy en los dos polos semánticos de un continuo de
dinámicas sociales sustentadas en el miedo y que se ejercen
fundamentalmente en dos direcciones: el miedo a los otros y el miedo a
uno mismo.
En las últimas décadas se ha consolidado la que podemos denominar una
gobernanza del miedo. Esta gobernanza es el marco de rentabilización
política de un clima social de temor artificialmente inducido. Se trata
de un conjunto de prácticas institucionales y sociales, en muchas
ocasiones con carácter paralegal, que se viene fraguando lenta e
insidiosamente, pero con una gran efectividad. Nos encontramos en el día
después del festín de desenfreno financiero cuyos costes sociales han
recaído sobre las clases más vulnerables y la explosión social de su
sentimiento de agravio está a la vuelta de la esquina. Es solo una
cuestión de tiempo que la ideología de la seguridad y la criminalización
de la pobreza se vuelvan a dar la mano en la historia. Casos como el
del adolescente afroamericano Trayvon Martin, disparado por un
“vigilante voluntario”, saltan al ámbito mediático, pero son solo la
punta del iceberg. Este tipo de prejuicios se repiten cada día con
distintas intensidades, en el marco del Warfare State o estado de guerra social en el que estamos penetrando sin apenas darnos cuenta. Dispara primero y pregunta después.
Una sociedad débil, en la que el vínculo social se encuentra cada vez
más deteriorado y la acción política se intenta reducir al silencio
opresivo y al consentimiento, es el sustrato ideal para que se implanten
progresivamente, sin oposiciones internas, medidas políticas (tal vez
sería mejor llamarlas antipolíticas) que excluyan estructuralmente a una
parte de la población, eliminando posibles cortafuegos al ansia
arrolladora de acumulación de los grandes entramados financieros. La
militarización naturalizada de la vida social podría convertirse en un
instrumento ideal para sostener a largo plazo esta hegemonía de los
intereses privados que están fagocitando los bienes y servicios
públicos. Un formidable aparato, ya no solo estatal sino crecientemente
en manos de compañías privadas, capaz de reprimir la oposición a estos
procesos metiendo en un mismo saco todas las formas de disidencia. Y
esto, los Gobiernos actuales no lo ignoran. No será preciso poner
ejemplos obvios y recientes de este tipo de mescolanzas interesadas,
todos las tenemos en mente, por parte de representantes de los partidos
políticos en el poder. El control institucional sobre el control no es
un juego de palabras, es una necesidad real. Los griegos tenían la
figura mitológica llamada Argos Panoptes: un gigante de mil ojos que
vigilaba la morada de los dioses. El sueño de la ideología de la
seguridad es el de monitorizar a la población en una miríada de espacios
y tiempos. Para ello no solo hará falta llenar las ciudades de cámaras
de vigilancia. La creación de sujetos temerosos hará que cada cual sea
su vigilante íntimo y el de los demás.
En su curso Hay que defender la sociedad, el filósofo Michel
Foucault entrecomillaba irónicamente esta expresión. Al investigar el
discurso histórico sobre la figura del “enemigo interior”, adivinó en él
las líneas maestras de la actual agresión de la sociedad contra sí
misma, bajo el pretexto de defenderse. La hobbesianización de la
sociedad, la guerra de todos contra todos, es un peligro real. Si la
divisa ilustrada emancipatoria fue la de sapere aude —atrévete a
saber— hoy esta debería ser modificada con un nuevo giro: “Atrévete a
saber... qué se sabe de ti”. En otras palabras: reivindica tu derecho a
saberlo frente a quienes, sin permiso, se apropian el derecho a saber de
todos.
Alicia García Ruiz, Un gigante de mil ojos, El País, 23/07/2013
Alicia García Ruiz es investigadora de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona y autora del libro La gobernanza del miedo.
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