Les nacions oprimides i el negatiu fotogràfic.
Casi nunca es ajena la experiencia personal a la capacidad de imaginar nuevas teorías o nuevos enfoques críticos, ideológicos o historiográficos. Y no debe de ser casual que la experiencia de países como la exYugoslavia hayan estimulado un giro importante en el modo de releer la experiencia del conjunto de Europa. Entre la vocación histórica y el azar de un enamoramiento fulminante, Tony Judt es uno de los principales responsables de habernos explicado la Europa integral desde un libro tan formidable como Postguerra. Pero algunas de las reflexiones más independientes e incómodas en torno a los efectos nocivos del culto a la memoria histórica proceden también de otro experto en Yugoslavia como David Rieff, en su ensayo Contra la mentira, traducido por Debate. Y lo fue en gran medida también la analogía que propuso Juan Goytisolo hace ya muchos años entre la guerra española y el cerco de Sarajevo en una novela titulada El sitio de los sitios.
Ahora llega otra traducción tentadoramente afín, gracias a una sutil e
inteligente editorial de Logroño que se llama Pepitas de Calabaza y
cuyo lema publicitario es, para la gente ya un tanto atrotinada,
todo un programa adictivo: “Una editorial con menos proyección que un
cinexín”. Acaban de editar en un librito manejable y pulquérrimo tres
ensayos de Fredy Perlman bajo el título de uno de ellos, El persistente atractivo del nacionalismo
y otros escritos, traducidos por Federico Corriente y bien prologados
por David Watson. No es una matraca más contra el nacionalismo como
toxina reductora ni tiene el tono del alegato o el panfleto contra los
nacionalismos. Es un análisis histórico sobre el uso del nacionalismo
por parte de ideologías potentes y líderes carismáticos y, precisamente
por eso, permite ver el frente de lejos, como si no viviésemos todavía
en una Europa fuertemente dominada por propensiones nacionalistas (y al
mismo tiempo protegida estructuralmente contra los mismos
nacionalismos).
En Santander hace unos días el frente lluvioso estaba verdaderamente
lejos de la costa, parecía inmóvil, aunque los expertos del lugar
aseguraban que se movía sin cesar, que escondía una lluvia torrencial y
densa y que solo las horas dirían si de veras se deslizaba hacia otra
parte o acabaría descargando sobre la costa cantábrica. Me sentí igual
leyendo el ensayo de Perlman que contemplando las evoluciones quietas
del frente de nubes bajo un sol esplendoroso. Lo que estaba pasando era
que la reflexión de Perlman data de 1984 y la realidad actual en
Cataluña pasaba por un estadio inmenso lleno de gente reclamando
literalmente libertad. Y desde luego, con lluvia, sol o sombra, en
Santander era muy difícil explicar que Cataluña hubiese vivido sometida
en democracia a una opresiva falta de libertad o a condiciones de abuso o
de robo que explicasen la exigencia de esa reclamación liberadora,
avalada por la presencia de Francesc Homs y su arranque bailarín en la
grada del Camp Nou.
Leer a Perlman no pone los pelos de punta ni dispara las alarmas ante
otro cambio de tornas entre nacionalismos. Es más simple: permite
seguir comprendiendo los mecanismos individuales y colectivos que
estimulan el enfrentamiento insoluble entre ciudadanos. Y cuando el
ensayo va llegando al final, las hipótesis se hacen más glaciales porque
retoman y actualizan el pensamiento de Carlos Marx en estos términos:
“el nacionalismo no procede del exterior; es fruto del proceso de
producción capitalista, igual que los productos químicos que envenenan
los lagos, el aire, a los animales y a las personas”.
La cosa empeora cuando se ha leído en la página anterior otro aviso
desasosegante que podrían compartir juntos Tony Judt, David Rieff o Juan
Goytisolo: “Toda población oprimida puede convertirse en nación, en un
negativo fotográfico de la nación opresora, en un lugar donde el antiguo
empaquetador sea el encargado del supermercado y donde el antiguo
guardia de seguridad sea el jefe de policía”.
El frente lluvioso sigue delante de la costa, como si estuviese
inmóvil, pero los colegas historiadores de Santander que comparten el
vermut conmigo aseguran que no, que el frente se mueve.
Jordi Gràcia, Frente lluvioso, El País, 03/07/2013
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