Els perills de ser una persona normal.
La adaptación a las normas socialmente establecidas es el criterio
fundamental por el que la psiquiatría actual define qué es la salud
mental. Esta es la filosofía en la que se basa la clasificación
norteamericana de los trastornos mentales, el famoso DSM (del que
justamente acaba de salir ahora la quinta edición) que se pretende
convertir, tal como se ha dicho con frecuencia, en la biblia de la
psiquiatría y la psicología clínica. Al definir de este modo la salud
mental, se entroniza la figura del normópata, la persona perfectamente
adaptada a su sociedad, como ideal, como modelo a seguir.
Sin embargo, si se plantea este criterio de que la salud mental se
basa en el cumplimiento de las normas sociales, surgen inmediatamente
toda una serie de preguntas. ¿Cuáles son esas normas? ¿Cómo podemos
conocer cuáles son las apropiadas? ¿Quién tiene la potestad de
dictarlas? La respuesta es que en el DSM, la delimitación de esas normas
se realiza a través del consenso, del acuerdo entre los profesionales
que hacen la clasificación. Dicho esto, se nos plantean de entrada al
menos dos cuestiones inquietantes:
-¿Cómo se escoge de modo apropiado a los profesionales que dictaminan
las normas a seguir, en un área como la de la salud mental, inmersa en
un gran debate, con multitud de enfoques? La respuesta es que los
profesionales que redactan el DSM están lejos de ser una representación
del saber de los psiquiatras y psicólogos clínicos. Más bien son
profesionales escogidos de modo sesgado, entre los que además no son
infrecuentes, por ejemplo, los conflictos de intereses con la industria
farmacéutica, las multinacionales de la sanidad, las aseguradoras, etc.
-¿Qué validez puede tener una clasificación psiquiátrica que se
fundamenta en el consenso entre profesionales pero que no se basa en
sólidos principios conceptuales y teóricos? Obviamente una validez
limitada. Pero lo más inquietante es que se considera que tener en
cuenta lo conceptual es algo que por lo visto, hoy en día, resulta
demasiado complicado, poco práctico, anticuado, por no decir una
soberana pérdida de tiempo. Así, el DSM hace gala de ser ateórico.
Se ha de señalar, de todos modos, que en el área de la salud mental
existe un serio problema de fondo para hacer clasificaciones, sean del
tipo que sean. La realidad es que no poseemos definiciones válidas de lo
que son la salud mental o el trastorno mental, porque en ellas inciden
numerosos aspectos sociales, culturales, biológicos… muy difíciles de
delimitar. Pero ante este hándicap, en vez de asumirlo e intentar
resolverlo, o por lo menos plantearlo, se rehúye el análisis y se
considera que sano es el que cumple las normas sociales, el normópata, y
asunto arreglado.
Ni que decir tiene que un individuo así, el normópata, el ciudadano
que traga con buena cara lo que le echen, que no da problemas, hace las
delicias de cualquier sistema de poder, ya que nunca lo cuestionará.
Pero además, este modelo de conducta se presenta ahora supuestamente
avalado por la ciencia y por lo tanto como irrefutable. Todo el mundo
debe callar.
Sin embargo, este planeamiento de considerar que la persona sana es
la que funciona “con normalidad” en la sociedad, contraviene una ley
básica de la evolución: la diversidad, una estrategia que ha sido
escogida por la selección natural porque constituye una garantía de
supervivencia del grupo ante los continuos cambios que van teniendo
lugar en la naturaleza y en la sociedad. Si todo el mundo funcionara
igual, si todos fuéramos normópatas, nos extinguiríamos al tener un
repertorio de conductas muy limitado. Así pues la evolución selecciona
la psicodiversidad, lega, de generación en generación, un enorme número
de posibilidades de conducta.
En la psiquiatría standard, si el sujeto cumple las normas, está
sano, si no las cumple, está enfermo, y todos tan contentos. Así si un
niño es movido, da guerra, lógicamente se le considera problemático y
por lo tanto enfermo. (Recuerdo el caso de un niño que nos llegó al
SAPPIR por el motivo de “se porta mal en clase”). O si un señor está
triste y no cumple la norma social de producir y consumir se le
considera enfermo. No se puede negar que el procedimiento es sencillo y
fácil de aplicar, que simplifica muchísimo las cosas. La vieja
psiquiatría europea, llena de disquisiciones y matices, de debates
conceptuales, se ve hoy como algo pesadísimo, estéril, una etapa
felizmente ya superada.
Obviamente esta definición de la salud como cumplimiento de las
normas deja fuera a muchísima gente, dado que existe una gran
psicodiversidad, y tal como se va viendo, cuanto más se profundiza y
desarrolla este criterio de la normopatía para definir la salud mental,
cada vez hay más enfermos, cada vez hay más patologías. Lo cual,
obviamente, no es difícil deducir que hay a quien le va que ni pintado.
Joseba Achotegui, El normópata ¿Modelo a seguir o peligro público?, Público, 28/07/2013
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