El criminals massius són compatibles amb les democràcies actuals.
Preguntas de Pablo Chacón para el periódico argentino Télam.
1. El cincuentenario del juicio a Eichmann, una biografía nueva y una película de Margerethe von Trotta han hecho "retornar" a la esfera mediática a Hannah Arendt. ¿Cuál crees que es la importancia política de sus ideas en esta era llamada postpolítica?
No estoy muy seguro, más allá de la órbita política liberal en la que
Arendt ha sido normalmente asumida. Por una parte, causa una completa
simpatía su estudio “humanista” de las formas modernas de poder y de
totalitarismo (aunque haya sido abusivo, a mi juicio, el uso que se ha
hecho de su concepto de totalitarismo, unificando el régimen soviético
con el nacionalsocialista). En este sentido positivo, hay páginas
enteras de La condición humana que resultan
de una actualidad impecable. Por ejemplo, ya en ese texto inicial es muy
pertinente su análisis de la extensión del poder moderno al horizonte
total de la vida biológica humana. El prólogo a este libro monumental es
de los análisis más certeros que se han hecho, en la segunda parte del
siglo XX, acerca de la planetaria voluntad de “despegue” del poder, en
el Este y en el Oeste, sobre la común condición mortal. Es como si se
necesitase, en el lenguaje de Heidegger, un punto de apoyo
“extraterrestre” para lograr un poder planetario sobre los hombres.
Arendt habla de una “doble huida” (de la Tierra al Espacio, del Mundo al
Yo) que parece todavía muy pertinente para diagnosticar algunos de los
resortes de la metafísica del poder occidental moderno. Junto con esto,
Arendt también ensaya un certero análisis del vuelo “espacial” de una
nueva elite que, para gobernar a los hombres en democracia, no habla
ningún idioma conocido, sino un metalenguaje técnico. La otra cara de la
moneda es que, desgraciadamente, la perspectiva de Arendt se queda por
detrás de la que Heidegger pone en pie en los años cuarenta, y más tarde
Debord y Foucault, analizando el ascenso de la biopolítica, un poder anclando en las venas mismas de la existencia humana.
2. Este tiempo, ¿puede pensarse bajo las condiciones de una articulación entre pensamiento y vida activa?
No veo cómo. La “vida activa” subsiste fuera de las fronteras
europeas y norteamericanas, en las naciones latinoamericanas y en
islotes de las democracias occidentales. En conjunto, en lo que se llama
“primer mundo”, la vida activa se subscribe íntegramente al dictado de
la macroeconomía, una biopolítica que gobierna las vidas con ayuda de la
medicina y la psiquiatría. Aparte del espectáculo deportivo y sexual,
la vida activa está entre nosotros casi totalmente devorada por el
régimen móvil de la interactividad, una ruidosa comunicación que esconde
un profunda interpasividad (Baudrillard) del hombre contemporáneo. Pasividad precisamente ante lo común,
el reto de la existencia mortal, ese registro ontológico que tanto
preocupaba a Heidegger, a Arendt y a Foucault a la hora de pensar de
otro modo nuestra vida pública. Entre nosotros, consumidores
privilegiados de la democracia espectacular, la “libertad de expresión”
ha maniatado casi por completo a la acción, cuyas derivas se dejan para
sectores especiales de nuestras horas clandestinas. Funciona un
conductismo masivo, articulado entre mayorías atronadoras y minorías de
culto, que más bien ha coaligado el pensamiento con la vida pasiva,
expectante de la circulación social. No está claro que de esta prisión
de paredes abiertas se libre un fenómeno como el de los “indignados” en
España, que en buena medida puebla hoy las redes alternativas. Creo más
bien que la vida realmente activa va a venir de fuera, de esas naciones y
culturas que rodean al bastión europeo y estadounidense. Naciones que
las democracias occidentales desprecian con un racismo indisimulable,
pues las ven más como una amenaza a su hegemonía que como una promesa de
otro humanismo.
3. En La condición humana, Arendt sospecha que el humano es un animal hobbessiano, y a su vez en Eichmann en Jerusalén
desmitifica al mal como categoría ontológica. ¿Se trata de una
contradicción o de una figura para pensar, como ella dice, a un nuevo
tipo de criminal?
Creo que, a pesar de sus límites biopolíticos, los estudios de Arendt son muy actuales en la perspectiva de pensar un poder impersonal,
que gradualmente se libera de la concentración de poder en una
instancia estatal o personal determinada. El poder moderno, en la medida
en que reduce su núcleo a una estructura metafísica de elevación
que busca el cuerpo a cuerpo (Arendt nunca pierde de vista los análisis
de Heidegger), tiende a una expansión inmanente, sin centro de gravedad
ni espacio localizado de encierro. En la perspectiva complementaria de
Heidegger y Arendt, el nuestro es un “apartheid” masivo y, a la vez,
personalizado. En este sentido, es de temer que Arendt tenga buena parte
de razón en su diagnóstico de un mal difuso, donde el individuo
(Eichmann y muchos otros que no tienen tanta mala fama) cumple un papel
vicario, subsidiario. El nuevo tipo de criminal, en el mundo
contemporáneo posterior a la Segunda Guerra, es de alguna manera un
funcionario público, un sujeto que no mantiene ninguna distancia con la
obediencia al universo mitificado de la ley y las normas. De alguna
manera, el mal y el bien tienden al grado cero de la banalidad, puesto
que están ejecutados por personas que sólo le ponen faz a una eficacia
pública impersonal. Y esto tanto en democracia como en los regímenes
totalitarios, aunque en este punto tal vez Hannah Arendt no llevó su
análisis hasta sus últimas consecuencias.
4. Por lo demás, ese tipo de criminales tuvieron cobijo en
varios de los países aliados, entrenaron tropas que ejercieron con ese
grado de barbarie en Afganistán, Vietnam, etcétera. ¿Cuál es tu opinión
al respecto?
La carrera espacial ruso-norteamericana se hace, en buena medida, con
científicos de formación nacionalsocialista. Y esta sombra siniestra la
podemos rastrear en mucho avances científicos occidentales posteriores a
la Segunda Guerra, particularmente, en la biogenética que hoy causa
tanta sensación en las democracias espectaculares. Y causa sensación
porque extiende la ilusión política de un poder global que se arraigue
en el cuerpo mismo de la vida biológica, superando las dualidades de
antaño (individuo/Estado, etc.). Por lo demás, es evidente que el nuevo
tipo de criminal acéfalo, que ha sido tan eficaz en las
“guerras justas” que Occidente libra en distintas partes del mundo, de
los territorios ocupados de Palestina a Irak, tiene en la eficacia
técnica del nacionalsocialismo uno de sus modelos clave. Cuando un alto
mando estadounidense defiende sin pestañear que las “ratas” iraquíes no
merecían arriesgar la vida de una sólo soldado estadounidense, y por eso
estaba justificado enterrar vivas a las tropas enemigas en sus
trincheras, estamos situados ante la ferocidad de un racismo técnico que
otra vez tiene sus precedentes en el nazismo. El nuevo tipo de criminal
masivo no está primeramente donde solemos situarlo, en las naciones más
o menos despóticas del exterior, sino en nuestro universo transparente.
Los nuevos criminales masivos son compatibles con una vida ciudadana
ejemplar, la sonrisa de la democracia y la obediencia a las leyes, los
trajes caros y también la mentalidad humanitaria impecable. En este
punto, quizás la desmitificación del mal que realiza Arendt en sus
estudios sobre el nazismo sigue siendo inquietantemente vigente.
5. ¿Cómo imaginas que pensaba Arendt la actitud de Heidegger
de no renunciar jamás públicamente a su carnet nacionalsocialista? Yo
creo que no existe una relación axiomática entre la filosofía de
Heidegger y la política nazi.
El “carnet” nazi de Heidegger es un tema desorbitado y manipulado que
creo que jamás angustió a Arendt. Hay que leer otra vez, con calma, la
interesantísima entrevista de Der Spiegel. Creo que Heidegger, a
pesar de ser un intelectual “ario” muy atractivo para los nazis, hizo
lo que pudo por permanecer al margen y no participar en la barbarie.
Media Europa y parte del mundo occidental exterior colaboró con el
régimen nacionalsocialista. En la época en la que Heidegger se deja
tentar y arrastrar por la ilusión del III Reich, todos los gobiernos
extranjeros se apresuraban a reconocer a Hitler y a prestarle la
habitual reverencia diplomática. Lo que realmente incomoda, bajo la
ideología del nazismo y bajo la ideología liberal, es la analítica
existenciaria de Martín Heidegger, con la que precisamente Arendt no
tiene ningún punto frontal de choque ni fricción. Más bien se podía
decir lo contrario, pues Arendt y otros pensadores (Sartre, Beaufret,
Lévinas) serían inconcebibles sin el autor de El ser y el tiempo.
Es significativo que, en gran medida, los que sacan a Heidegger del
olvido, de la doble proscripción a la que se le condena, primero por los
nazis y después por los aliados, sean pensadores judíos europeos como
Steiner o Derrida.
Ignacio Castro Rey, Los regresos de Hanah Arendt, fronteraD, 06/07/2013
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