La inactualitat de la teoria de les passions de Leopardi.
No hace mucho leí que, para finales del presente siglo, los sentimientos
habrán desaparecido de nuestra conciencia. Tuve que volver a leer
aquello. Sin duda no se quería decir que dejaríamos de sentir, sin más,
sino que pronto nos habremos liberado de estar a merced de las pasiones,
por obra y gracia de la química, la neurociencia y la “psicología
cognitiva”. Cuesta imaginar un individuo indiferente a su experiencia
sentimental y satisfecho con una vida sin apasionamientos, pero todo
indica que hacia allí nos encaminamos. Si ya casi no hay conciencia del
hambre en nuestras sociedades opulentas, ¿por qué no pensar que llegará
un momento en que las conductas serán inmunes a la experiencia de las
pasiones?
Giacomo Leopardi |
La lectura del extracto del Zibaldone de Leopardi —compilación de sus
pensamientos heterogéneos escritos entre 1817 y 1832— que acaba de
publicar Siruela y que reúne sus anotaciones sobre algunas pasiones,
muestra hasta qué punto han cambiado las cosas desde comienzos del siglo
XIX; y cuanto más pueden aún cambiar.
Leopardi repasa unas cuantas pasiones muy conocidas, pero se
centra en tres: el amor propio, la esperanza y la compasión, aunque ya
con relación a la primera de ellas se nota la primera anomalía, porque
lo que para los antiguos era una virtud —aprender a ocuparse de uno
mismo como paso previo a saber ocuparse de los demás— en Leopardi se
reconoce poco más que un sentimiento, lo cual coloca el amor propio en
términos próximos al narcisismo freudiano. Lo mismo sucede con la
esperanza como extensión de la voluntad de autoconservación; y la
compasión, mero reconocer el dolor del otro “en carne propia”, que son
examinadas solo desde una perspectiva sentimental. Y lo mismo con los
antónimos de esas tres pasiones leopardianas mayores: el egoísmo, el
temor y la indiferencia. Nuestra ética utilitaria no nos enseña a
rechazarlas sino a instrumentarlas para beneficio propio. Los
innumerables coaches de los manuales de autoayuda enseñan a fortalecer
nuestra autoestima, a no alimentar las esperanzas y a no sentir miedo, y
a confiar en nuestras propias fuerzas, que la sociedad de la autonomía
individual garantiza por la difusión mediática de costumbres libérrimas y
por leyes concebidas a la medida de todos los intereses; y dejan que la
compasión y la indiferencia se administren convenientemente en una
empresa o en una ONG.
Como Leopardi piensa desde su condición —“el hombre perfectamente
moderno”— ¿por qué no imitarlo y leerlo desde el tiempo y el lugar
propios, que también son “perfectamente modernos”? Así, nuestra actual
idea de las pasiones no nos remitirá a Séneca o a Marco Aurelio sino al
mundo desalmado y cada vez menos apasionado en que vivimos, que admira
al psicópata liberado de los sentimientos (Hannibal Lecter), reverencia
una máquina de matar (Terminator), hace apología de la mujer pantera
(Sex and the City) o la ambición sin escrúpulos (el personaje de Kevin
Spacey en la serie The House of Cards) y se solaza con la exquisita
crueldad de los narcos. Nuestra cultura de masas da una medida de
nuestro progresivo desapasionamiento y de la enorme distancia que nos
separa de Leopardi. ¿Esperanza? ¿Tiene algún sentido esta palabra para
los centenares de miles de desahuciados? ¿Compasión? ¿Puede hablarse de
ella como una virtud moderna en la época en que casi a diario asistimos a
las “gestas” del terrorismo islámico y a los “asesinatos selectivos”
inventados por los israelíes? En nuestro mundo las pasiones leopardianas
parecen cuando menos anacrónicas o, si se me permite, inconsistentes.
El texto de Leopardi ha envejecido. Nada dice acerca de la soledad
en las grandes urbes, ni sobre la angustia o sobre el tedio, y de
tantas otras pasiones que los individuos de hoy mitigan con las drogas y
de las que seguramente se emanciparán con la ayuda de unas pocas
moléculas milagrosas dentro de unos años. No hay una sola observación
relevante acerca de la sexualidad quizá porque Leopardi no conoció a
Sade, ni a Baudelaire ni a Nietzsche. (Que no leyera a Houellebecq es lo
de menos, pero también serviría para medir su inactualidad). A veces,
sorprende con un comentario inesperado, como cuando escribe —con razón—
que “el camino de la literatura conduce a la ruina del cuerpo”, pero,
lamentablemente, no es suficiente.
Enrique Lynch, Viejas pasiones, Babelia. El País, 06/07/2013
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