Mercat lliure i responsabilitat.

Alan Greenspan
El anciano parecía demacrado y gris. Durante las casi dos décadas que había pasado supervisando el sistema financiero de Estados Unidos como presidente de la Reserva Federal, congresistas, ministros de gabinete e incluso presidentes le habían tratado con una deferencia rayana en lo obsequioso. Pero aquella mañana —23 de octubre de 2008— Alan Greenspan, que se retiró de la Reserva en enero de 2006, estaba de vuelta en Capitol Hill en unas circunstancias muy diferentes. Desde que se vino abajo el mercado de las hipotecas de alto riesgo en verano de 2007, dejando que numerosas instituciones financieras cargaran con decenas de miles de millones de dólares en activos que no podían venderse a ningún precio, el congresista demócrata Henry Waxman, presidente del Comité de Reforma y Supervisión del Gobierno, había celebrado una serie de sesiones televisadas en las que congregó ante él a consejeros delegados de Wall Street, directivos del sector hipotecario, directores de agencias de calificación y reguladores.Ahora había llegado el turno de Greenspan en el estrado. (…)

«Doctor Greenspan —dijo Waxman—. Ha sido usted la persona que ha ocupado durante más tiempo la presidencia de la Reserva Federal en toda su historia, y durante este período usted quizá fuera el principal promotor de la liberalización de nuestros mercados financieros... Ha sido usted un defensor a ultranza de la autorregulación de los mercados. Permítame recordarle algunas de las declaraciones que ha realizado en el pasado.» Waxman leyó de sus notas: «“No hay nada en la regulación federal que la haga superior a la regulación del mercado”, “No parece haber necesidad de regulación gubernamental en las transacciones de derivados extrabursátiles”, “No creemos que exista un argumento de política ciudadana que justifique esta intervención del gobierno”». Greenspan, ataviado, como de costumbre, con traje oscuro y corbata, escuchaba atentamente. Tenía el rostro surcado de arrugas y la barbilla flácida. Aparentaba hasta el último de sus ochenta y dos años. Cuando Waxman terminó de leer las palabras de Greenspan, se volvió hacia él y dijo: «Mi pregunta para usted es sencilla: ¿se equivocó?».

«En parte —repuso Greenspan, y agregó—: Cometí un error al suponer que los intereses propios de las organizaciones, en concreto los bancos y otros, eran tan grandes que serían sobradamente capaces de proteger a sus accionistas y su capital en las empresas... El problema aquí es que algo que parecía ser un edificio muy sólido y, sin duda, un pilar fundamental para la competencia del mercado y los mercados libres, se vino abajo. Y creo que eso, como he dicho, me conmocionó. Todavía no alcanzo a comprender por qué sucedió y, obviamente, en la medida en que averigüe qué ocurrió y por qué, cambiaré de opinión.»

Waxman (…) preguntó a Greenspan si sentía alguna responsabilidad personal por lo ocurrido. Greenspan no contestó directamente. Waxman volvió a sus notas y empezó a leer de nuevo: «Tengo una ideología. En mi opinión, los mercados libres y competitivos son un sistema para organizar las economías que no conoce rival. Hemos probado regulaciones. Ninguna ha funcionado de manera significativa». Waxman miró a Greenspan. «Son palabras textuales suyas —dijo—. Usted tenía autoridad para impedir unas prácticas de préstamo irresponsables que desembocaron en la crisis de los títulos hipotecarios de alto riesgo. Muchos otros le aconsejaron que lo hiciera. Ahora toda nuestra economía está pagando el precio. ¿Considera que su ideología le empujó a tomar decisiones que desearía no haber tomado?» (…)

Una ideología es tan sólo un marco conceptual para ocuparse de la realidad, dijo a Waxman. «Para existir, necesitas una ideología. La cuestión es si es acertada o no. Lo que vengo a decirle es que sí, encontré un defecto. No sé en qué medida es importante o permanente, pero ese hecho me ha generado mucha inquietud. » Waxman le interrumpió. «¿Ha encontrado usted un defecto?», preguntó. Greenspan asintió. «He encontrado un defecto en el modelo que yo percibía como la estructura de funcionamiento primordial que define el funcionamiento del mundo, por así decirlo», dijo.

Waxman ya había recabado suficiente información para ofrecer titulares para los periódicos del día siguiente —The Financial Times: «“Cometí un error”, reconoce Greenspan»— pero no había terminado. «En otras palabras, se dio cuenta de que su visión del mundo, su ideología, no era correcta —afirmó—. ¿No funcionaba?» «Exacto —respondió Greenspan—. Ése es exactamente el motivo por el que me sentí conmocionado. Porque había vivido durante cuarenta años o más con pruebas bastante considerables de que funcionaba excepcionalmente bien.»

John Cassidy, Por qué quiebran los mercados. La lógica de los desastres financieros, RBA Libros, Barna 2010

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