"La mateixa versió procedimental de la democràcia perilla" (Steven Forti)
Si por democracia entendemos no solo el respeto de una serie de normas, como las elecciones libres y la alternancia en el poder, sino la búsqueda de la justicia social –es decir, una democracia no solo procedimental, sino sustantiva–, no cabe duda ninguna de que el momento que marca un antes y un después es la segunda mitad de los setenta. El neoliberalismo vació desde dentro la democracia, si bien durante años se presentaba como democrático. Ahora ni eso. En 2005 Colin Crouch habló con acierto de posdemocracia para definir el sistema en el cual vivíamos. Hoy en día hay politólogos como David Runciman que explican que la democracia puede terminar sin que nos demos cuenta, acostumbrados ya a toda una serie de pérdidas de derechos que hemos ido asumiendo como “normal”. Sin embargo, ahora hasta se está negando la misma versión procedimental de la democracia: Trump no acepta su derrota en 2020, Bolsonaro intenta dar un golpe de Estado tras la victoria de Lula, Orbán no respeta la separación de poderes… Y los datos nos lo muestran desde hace años: estamos viviendo la primera ola desdemocratizadora después de 1945. Desde hace dos décadas cada vez más países dejan de ser democracias pluralistas para convertirse en autocracias: hoy en día, menos del 30% de la población mundial vive en sistemas democráticos. Hace dos décadas era más del 50%. El retroceso es evidente y dramático. No es descabellado, pues, preguntarse si la democracia es un arma cargada de futuro o si, dentro de unos años, será vista como una etapa más bien breve de la historia contemporánea.
Que alguien sea autoritario, antidemocrático, rancio y casposo no lo hace de por sí un fascista. Aquí seguimos pagando la factura de la banalización del concepto de fascismo; concepto que en el último medio siglo ha sufrido una verdadera inflación semántica. Aznar o Berlusconi, pero incluso el democristiano Fanfani en la Italia de los setenta, han sido tachados de fascistas, por poner solo unos ejemplos. Hace falta un poco más de precisión porque si todo es fascismo, al final nada es fascismo. Si concebimos el fascismo como una ideología, no veo muchos de sus elementos nucleares en la extrema derecha de hoy en día. Y, atención, no se trata solo de los debates académicos: esto tiene que ver también con la acción política. Quitémonos las gafas del fascismo de una vez y analicemos con seriedad lo que son estas fuerzas políticas. Es el paso necesario para saber cómo combatirlas.
Las extremas derechas son unos movimientos políticos que han ido conformando una gran familia global con unas referencias ideológicas comunes y unas estrategias políticas y comunicativas compartidas. Su objetivo, a largo plazo, es el vaciamiento de la democracia desde dentro y la construcción de un régimen de tipo autoritario. El autoritarismo es un concepto muy debatido por la ciencia política que ha ido proponiendo diferentes subtipos. Hay quien, como Levitsky y Wan, ha acuñado el concepto de autoritarismo competitivo para hablar de los regímenes que han surgido en los últimos treinta años: sistemas donde se mantiene una apariencia de democraticidad –por ejemplo, celebración de elecciones con la participación de partidos de la oposición–, pero que ya no son democracias plenas. De hecho, el pluralismo político e informativo brilla por su ausencia y la separación de poderes es una entelequia, ya que el Ejecutivo lo controla todo. Pero no son los regímenes totalitarios de hace un siglo y tienen algunas diferencias con los regímenes autoritarios del pasado. Al respecto, hay quien habla de autocracias electorales, término que puede ser concebido como un sinónimo de autoritarismo competitivo. El concepto de régimen híbrido, en cambio, puede ser aplicado a prácticamente todo tipo de sistema político en transformación: de un régimen autoritario a una democracia o, justamente, al revés. Para resumirlo con un ejemplo concreto, la Hungría de Orbán puede ser definida, pues, un régimen híbrido –porque no sabemos aún hasta dónde llegará la transformación– de autocracia electoral ultraderechista.
El objetivo es el de construir una autocracia electoral que, obviamente, se deberá adaptar al contexto nacional, sea el estadounidense o el argentino. En el caso del Trump 2.0, en cuanto a política interior me parece que no hay dudas al respecto. En la política exterior es más difícil ver un plan claro, excepto por la voluntad de destruir definitivamente lo que queda del orden liberal internacional post-1945. Otra cosa es que puedan tropezar, cometer errores o pelearse, como hemos visto en el choque entre Trump y Musk. De todos modos, inclusive el aparente desorden es una estrategia: es lo que Bannon, al fin y al cabo, llamó “inundar la zona de mierda” para dejar noqueados a los adversarios, abrumados de tantas declaraciones, órdenes ejecutivas e insultos.
Guillem Martinez, entrevista a Steven Forti: "Menos del 30% de la población mundial vive en sistemas democráticos. Hace décadas era más del 50%", ctxt 24/06/2025

Comentaris