En mans de l'algoritme.




... hoy sabemos que los ordenadores no son un elemento complementario pues han logrado sustituir la percepción natural de los hechos por la percepción de los algoritmos, como saben bien los expertos en informática, los agentes de ventas o los directivos de marketing.

El desafío de los ordenadores acaba de empezar y ya preocupa por la falta de distancia emancipadora en los ­productos directamente relacionados con el desarrollo de los algoritmos. Internet, que ha dejado de ser una red de intercambio de experiencias para convertirse en un entramado de centros proveedores; los big data , convertidos ya en una herramienta del conocimiento con un software capaz de ­leer mecánicamente miles de documentos, de clasificarlos en esce­narios temáticos y de extraer conclusiones de carácter estadístico sobre la conducta social; la inteligencia artificial que ha hecho irreversible la revolución digital al abrir la puerta a que el algoritmo aprenda por sí mismo en tiempo real con el uso de sus propias equivocaciones.

Esta encrucijada donde el algoritmo litiga con la cultura humanista –la realidad digital frente a la realidad ­humana– reclama un arbitraje vastamente crítico sobre el uso de los datos por parte de las empresas, lo que exige una voluntad política para considerar los datos como una de las riquezas de mayor potencialidad en el futuro y por supuesto también una conciencia del papel que deben ejercer las máquinas en el futuro de la humanidad. Para muchos de nosotros, el peligro inmediato lo hemos detectado en el hecho de que algunas empresas informáticas suministran servicios para un control de cada una de nuestras decisiones, sea la compra de un objeto, el destino de un viaje o la orientación del voto en unas elecciones. 

El patrón creado por los algoritmos convierte al ser humano en un miembro más de un coro incapaz de razonar. El mundo según el imperio del algoritmo: un juego de múltiples posibilidades. La elección humana no como un fenómeno surgido del espíritu crítico, sino como fundamento de una manipulación informática. En esto estriba la semejanza (semejanza curiosa a la vez que inesperada) entre distopías tipoTerminator o populismos.

Al igual que las máquinas que limitan el papel de los sujetos de carbono, el algoritmo que incide sobre la conducta social no es más que una inmensa máquina informática, un ejército digital en el que las virtudes huma­nísticas (creatividad, espíritu crítico, disidencia) ya no sirven para nada. Las decisiones tomadas por el algoritmo son necias, a pesar de ser una fuente de inmensos beneficios para quienes las controlan, sean empresas de datos, sean políticos sin escrúpulos morales: la lógica binaria de sus argumentos, basada en patrones matemáticos, carece de la prudencia y el arte del ingenio que es capaz de transformar el mundo. En las programaciones actuales, veladas por el manto del misterio de un lenguaje esotérico, la necedad se convierte en la metáfora absoluta de un mundo a la deriva. Pero el algoritmo intimida tanto como satura la codicia de los servidores del capital.

Una era definida por el desarrollo de cursos tipo big think , esos en los que internet programa actividades transversales con gente de todo el mundo, puede ser un momento oportuno para hacerse la pregunta que determinará el curso de la historia de las próximas décadas: ¿Pueden pensar las máquinas? Y si lo hacen, ¿en qué lugar de su sistema de valores sitúan a los seres humanos de la especie Homo sapiens , la única de momento exis­tente en la Tierra? 

Y eso nos conduce a tener presente la posibilidad de que en algún momento un algo­ritmo ­consiga destruir el espacio que separa al ser humano del robot, y pueda ­pasar por humano lo que es una ­respuesta automática. Hay que establecer complejidades paradójicas antes de que sea demasiado tarde, vencer a las máquinas allí donde ellas muestran su auténtico talón de Aquiles, en lugar de luchar en ese territorio donde los troyanos siempre ganan porque tienen la doble información, la suya y la del oponente humano que se afana por evitar relatos fáciles de asimilar, convertidos en meros datos ­para dar sentido al algoritmo que determina su función y su importancia social.

El desafío del algoritmo a la cultura humanística es el gran aconteci­miento de nuestro tiempo, se puede seguir evitándolo, sosteniendo ese tiempo retenido de la vida académica llena de individuos fáciles de ser sustituidos por ordenadores porque lo harían mejor. No hay que tener miedo a las máquinas, cuyos algoritmos piensan en una nueva era donde alcancen su plena hegemonía porque probablemente no estén nunca a la altura de la creatividad transformadora, es decir, a esa manera de ser tan humana de desarrollar ideas que cambian las ­reglas del juego. Pero, entonces, la pregunta de verdad de nuestra época, la época que nace con el coronavirus, es esta: ¿Quién teme a la creatividad transformadora? ¿Acaso los directivos y los políticos que han sido seleccionados ya por un algoritmo? 

José Enrique Ruiz-Doménec, Algoritmo y cultura humanística, La Vanguardia 25/12/2020

https://www.lavanguardia.com/cultura/culturas/20201225/6144599/algoritmo-cultura-humanistica-inteligencia-artificial.html

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