La democràcia piratejada.



Aunque el libre albedrío siempre ha sido un mito, en siglos anteriores fue útil. Infundió valor a quienes lucharon contra la Inquisición, el derecho divino de los reyes, el KGB y el Ku Klux Klan. Y era un mito que tenía pocos costes. En 1776 y en 1939 no era muy grave creer que nuestras convicciones y decisiones eran producto del libre albedrío, y no de la bioquímica y la neurología. Porque en 1776 y en 1939 nadie entendía muy bien la bioquímica, ni la neurología. Ahora, sin embargo, tener fe en el libre albedrío es peligroso. Si los Gobiernos y las empresas logran hackear o piratear el sistema operativo humano, las personas más fáciles de manipular serán aquellas que creen en el libre albedrío. 

Quien crea en el relato liberal tradicional tendrá la tentación de restar importancia a este problema. “No, nunca va a pasar eso. Nadie conseguirá jamás piratear el espíritu humano porque contiene algo que va más allá de los genes, las neuronas y los algoritmos. Nadie puede predecir ni manipular mis decisiones porque mis decisiones son el reflejo de mi libre albedrío”. Por desgracia, ignorar el problema no va a hacer que desaparezca. Solo sirve para que seamos más vulnerables. 

Una fe ingenua en el libre albedrío nos ciega. Cuando una persona escoge algo —un producto, una carrera, una pareja, un político—, se dice que está escogiéndolo por su libre albedrío. Y ya no hay más que hablar. No hay ningún motivo para sentir curiosidad por lo que ocurre en su interior, por las fuerzas que verdaderamente le han conducido a tomar esa decisión. 
La propaganda y la manipulación no son ninguna novedad, desde luego. Antes actuaban mediante bombardeos masivos; hoy, son, cada vez más, munición de alta precisión contra objetivos escogidos. Cuando Hitler pronunciaba un discurso en la radio, apuntaba al mínimo común denominador porque no podía construir un mensaje a medida para cada una de las debilidades concretas de cada cerebro. Ahora sí es posible hacerlo. Un algoritmo puede decir si alguien ya está predispuesto contra los inmigrantes, y si su vecina ya detesta a Trump, de tal forma que el primero ve un titular y la segunda, en cambio, otro completamente distinto. Algunas de las mentes más brillantes del mundo llevan años investigando cómo piratear el cerebro humano para hacer que pinchemos en determinados anuncios y así vendernos cosas. El mejor método es pulsar los botones del miedo, el odio o la codicia que llevamos dentro. Y ese método ha empezado a utilizarse ahora para vendernos políticos e ideologías
El liberalismo ha desarrollado un impresionante arsenal de argumentos e instituciones para defender las libertades individuales contra ataques externos de Gobiernos represores y religiones intolerantes, pero no está preparado para una situación en la que la libertad individual se socava desde dentro y en la que, de hecho, los conceptos “libertad” e “individual” ya no tienen mucho sentido. Para sobrevivir y prosperar en el siglo XXI, necesitamos dejar atrás la ingenua visión de los seres humanos como individuos libres —una concepción herencia a partes iguales de la teología cristiana y de la Ilustración— y aceptar lo que, en realidad, somos los seres humanos: unos animales pirateables. Necesitamos conocernos mejor a nosotros mismos. 

A veces la gente piensa que, si renunciamos al libre albedrío, nos volveremos completamente apáticos, nos acurrucaremos en un rincón y nos dejaremos morir de hambre. La verdad es que renunciar a este engaño puede despertar una profunda curiosidad. Mientras nos identifiquemos firmemente con cualquier pensamiento y deseo que surja en nuestra mente, no necesitamos hacer grandes esfuerzos para conocernos. Pensamos que ya sabemos de sobra quiénes somos. Sin embargo, cuando uno se da cuenta de que “estos pensamientos no son míos, no son más que ciertas vibraciones bioquímicas”, comprende también que no tiene ni idea de quién ni de qué es. Y ese puede ser el principio de la aventura de exploración más apasionante que uno pueda emprender. 

¿Cómo funciona la democracia liberal en una era en la que los Gobiernos y las empresas pueden piratear a los seres humanos? ¿Dónde quedan afirmaciones como que “el votante sabe lo que conviene” y “el cliente siempre tiene razón”? ¿Cómo vivir cuando comprendemos que somos animales pirateables, que nuestro corazón puede ser un agente del Gobierno, que nuestra amígdala puede estar trabajando para Putin y la próxima idea que se nos ocurra perfectamente puede no ser consecuencia del libre albedrío sino de un algoritmo que nos conoce mejor que nosotros mismos? Estas son las preguntas más interesantes que debe afrontar la humanidad. 

¿Qué hacer? Supongo que necesitamos luchar en dos frentes simultáneos. Debemos defender la democracia liberal no solo porque ha demostrado que es una forma de gobierno más benigna que cualquier otra alternativa, sino también porque es lo que menos restringe el debate sobre el futuro de la humanidad. Pero, al mismo tiempo, debemos poner en tela de juicio las hipótesis tradicionales del liberalismo y desarrollar un nuevo proyecto político más acorde con las realidades científicas y las capacidades tecnológicas del siglo XXI. 

Yuval Noah Harari, Los cerebros 'hackeados' votan, El País 06/01/2019 

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