Llibertat, política i diàleg (Hannah Arendt).
El Roto |
Llibertat,
l’inici de l’acció.
Esta libertad consiste en lo que
nosotros llamamos espontaneidad, que desde Kant
se basa en que cualquiera es capaz de comenzar por sí mismo una nueva serie.
Que la libertad de acción signifique lo mismo que establecer un comienzo y
empezar algo, nada lo ilustra mejor en el ámbito político griego que el hecho
de que la palabra archein se
refiera tanto a comenzar como a dominar. Este doble significado pone de
manifiesto que se denominaba dirigente [Führer] a quien comenzaba algo y buscaba los compañeros para
poder realizarlo; y este realizar y llevar a fin lo empezado era el significado
originario de la palabra «actuar» prattein.
El mismo emparejamiento entre ser-libre y empezar lo hallamos en
la convicción romana de que la grandeza de sus antepasados culminó en la
fundación de Roma y de que la libertad de los romanos siempre debe remontarse —ab urbe condita— a esta fundación
en que se sentó un comienzo. San Agustín
fundamentó ontológicamente esta libertad romana al afirmar que el hombre mismo
es un comienzo, un inicio, ya que no existe desde siempre sino que viene al
mundo al nacer. A pesar de la filosofía política de Kant —que, a partir de la experiencia de la Revolución Francesa, se
ha convertido en una filosofía de la libertad porque se centra esencialmente en
el concepto de espontaneidad— sólo nos hemos dado cuenta del extraordinario
significado político de esta libertad —que reside en el poder comenzar— hoy,
cuando los totalitarismos, lejos de contentarse con poner fin a la libertad de
expresión, han querido también aniquilar fundamentalmente la espontaneidad del
hombre en todos los terrenos. Cosa que por otra parte es inevitable si el
proceso histórico-político se define de un modo determinista como algo en
que todo es reconocible porque está decidido a priori, siguiendo sus propias leyes. Pues frente a la
fijación y cognoscibilidad del futuro es un hecho que el mundo se renueva a
diario mediante el nacimiento y que a través de la espontaneidad del recién
llegado se ve arrastrado a algo imprevisiblemente nuevo. Únicamente cuando se
le hurta su espontaneidad al neonato, su derecho a empezar algo nuevo, puede
decidirse el curso del mundo de un modo determinista y predecirse. La libertad
de expresión, que fue determinante para la organización de la polis, se
diferencia de la libertad de sentar un nuevo comienzo, propia de la acción, en que
aquélla necesita en mucho mayor medida de la presencia de otros. Ciertamente
tampoco la acción puede jamás tener lugar en el aislamiento, ya que aquel que empieza
algo sólo puede acabarlo cuando consigue
que otros le ayuden. En este sentido, toda acción es una acción in concert, como Burke solía decir; «es imposible actuar
sin amigos y camaradas de confianza » (Platón,
Carta VII, 325 d),
es decir, imposible en el sentido del griego prattein, a saber, realizar, completar. Pero incluso éste
es sólo un estadio de la acción misma, si bien el políticamente más importante,
o sea, el que determina en última instancia qué será de los asuntos humanos y
cuál será su aspecto. A este estadio le precede el comienzo, el archein, y la iniciativa
que decide quién será el dirigente o archon,
el primus inter pares,
queda en manos del individuo y su valor de aventurarse en una nueva empresa.
Finalmente, alguien completamente solo, si los dioses le ayudan, puede realizar
grandes gestas, como Heracles, que únicamente necesitó a los hombres para que
conservaran su recuerdo. Por mucho que sin ella toda libertad política perdería
su mejor y más profundo sentido, la libertad de la espontaneidad es todavía
prepolítica; únicamente depende de las formas de organización de la convivencia
en la medida en que también ella, al fin y al cabo, sólo puede darse en un
mundo. Pero puesto que emana de los individuos, puede salvarse bajo circunstancias
muy desfavorables incluso del alcance de, por ejemplo, una tiranía; en la
productividad del artista así como en general de todos los que producen
cualquier cosa mundana aislados de los demás, se presenta también la
espontaneidad y puede decirse que todo producir es imposible si no procede
primeramente de la capacidad de actuar en la vida. Pero muchas actividades
humanas pueden tener lugar lejos de la esfera política y esta lejanía es
incluso, como veremos más adelante, una condición esencial para determinadas
productividades humanas.
Llibertat
i diàleg.
Algo bien distinto ocurre con la
libertad de hablar los unos con los otros, que en definitiva sólo es posible en
el trato con los demás. Su significado ha sido siempre múltiple y equívoco, y ya
en la Edad Antigua encerraba aquella dudosa ambigüedad que tiene todavía para
nosotros. Sin embargo, lo decisivo entonces como hoy no es de ninguna manera
que cada cual pueda decir lo que quiera, o que cada hombre tenga el derecho
inherente a expresarse tal como sea. Aquí de lo que se trata más bien es de
darse cuenta de que nadie comprende adecuadamente por sí mismo y sin sus
iguales lo que es objetivo en su plena realidad porque se le muestra y
manifiesta siempre en una perspectiva que se ajusta a su posición en el mundo y
le es inherente. Sólo puede ver y experimentar el mundo tal como éste es
«realmente» al entenderlo como algo que es común a muchos, que yace entre
ellos, que los separa y los une, que se muestra distinto a cada uno de ellos y
que, por este motivo, únicamente es comprensible en la medida en que muchos,
hablando entre sí sobre él,
intercambian sus perspectivas. Solamente en la libertad del conversar surge en
su objetividad visible desde todos lados el mundo del que se habla. Vivir en un
mundo real y hablar sobre él con otros son en el fondo lo mismo, y a los
griegos la vida privada les parecía «idiota» porque le faltaba esta diversidad
del hablar sobre algo y, consiguientemente, la experiencia de cómo van verdaderamente
las cosas en el mundo.
Llibertat
i política.
Ahora bien, esta libertad de
movimiento, sea la de ejercer la libertad y comenzar algo nuevo e inaudito sea
la libertad de hablar con muchos y así darse cuenta de que el mundo es la
totalidad de estos muchos, no era ni es de ninguna manera el fin de la política
(aquello que podría conseguirse por medios políticos); es más bien el contenido
auténtico y el sentido de lo político mismo. En este sentido política y
libertad son idénticas y donde no hay esta última tampoco hay espacio propiamente
político. Por otro lado los medios con que se funda este espacio político y se
protege su existencia no son siempre ni necesariamente medios políticos. Así,
los griegos, por ejemplo, no consideran a estos medios que conforman y
mantienen el espacio político actividades políticas legítimas ni admiten que
sean ningún tipo de acción que pertenezca esencialmente a la polis. Pensaban
que para la fundación de una polis es necesario en primer lugar un acto
legislativo, pero el legislador en cuestión no era ningún miembro de la polis y
lo que hacía no era de ningún modo «político». Además, pensaban que en el trato
con otros Estados la polis ya no debía comportarse políticamente sino que podía
utilizar la violencia (fuera porque su subsistencia estuviera amenazada por el
poder de otras comunidades, fuera porque ella misma quisiese someter a otros).
En otras palabras, lo que hoy llamamos política exterior no era para los
griegos política en sentido propio. (…). Aquí lo importante para nosotros es
que entendamos la libertad misma como algo político y no como el fin supremo de
los medios políticos y que comprendamos que coacción y violencia eran
ciertamente medios para proteger, fundar o ampliar el espacio político pero
como tales no eran precisamente políticos ellos mismos. Se trata de fenómenos que
pertenecen sólo marginalmente a lo político.
(El
sentit de la política, 150-184)
Hannah
Arendt, Introducción a la política, en La
promesa de la política, Paidós, Barna 2008
Comentaris