Els miracles i la política (Hannah Arendt).
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El Roto |
Els miracles i els assumptes humans.
Ahora bien, para considerar con
toda seriedad qué significaría este milagro y eliminar la sospecha de que
esperar milagros o contar con ellos es una mera frivolidad o una ligereza necia
debemos olvidar en primer lugar el rol que el milagro ha representado desde
siempre en la fe y en la superstición, es decir, en la religión y en la
pseudorreligión. Para liberarnos del prejuicio de que el milagro es un fenómeno
genuina y exclusivamente religioso, en el que algo ultraterrenal y sobrehumano irrumpe
en la marcha de los asuntos humanos o de los cursos naturales, quizá convenga
tener presente que el marco completo de nuestra existencia real, la existencia
de la Tierra, de la vida orgánica sobre ella, del género humano, se basa en una
especie de milagro. Pues desde el punto de vista de los procesos universales y
de la probabilidad que los rige, la cual puede reflejarse estadísticamente, ya
el solo nacimiento de la Tierra es una «improbabilidad infinita». Lo mismo
ocurre con el nacimiento de la vida orgánica a partir del desarrollo de la
naturaleza inorgánica o con el nacimiento de la especie humana a partir de la
evolución de la vida orgánica. En estos ejemplos se ve claramente que siempre
que ocurre algo nuevo se da algo inesperado, imprevisible y, en último término,
inexplicable causalmente, es decir, algo así como un milagro en el nexo de las
secuencias calculables. Con otras palabras, cada nuevo comienzo [Anfang]
es por naturaleza un milagro —contemplado y experimentado desde el punto de
vista de los procesos que necesariamente interrumpe. En este sentido, a la
transcendencia religiosa de la fe en los milagros corresponde la transcendencia
comprobable en la realidad de todo comienzo con relación a la conexión interna
de los procesos en que irrumpe.
Naturalmente éste es sólo un
ejemplo para aclarar que lo que llamamos efectivamente real ya es un plexo de
realidad mundanal, orgánica y humana, que precisamente como tal realidad nace
con la marca de las «improbabilidades infinitas». Pero si tomamos este ejemplo
como una metáfora de lo que pasa realmente en el terreno de los asuntos
humanos, entonces empieza a fallar. Pues por lo que respecta a éstos, de lo que
se trata, como decimos, es de procesos de naturaleza histórica, esto es, de
procesos que no transcurren en forma de desarrollos naturales, sino en la de cadenas
de acontecimientos en cuyos engarces este milagro de «improbabilidades
infinitas» acontece con tanta frecuencia que nos parece extraño hablar de
milagros (debido a que consideramos que el proceso de la historia resulta de
las iniciativas humanas y está continuamente atravesado por nuevas
iniciativas). En cambio, si este proceso se contempla en su puro carácter
procesal —y naturalmente esto es lo que ocurre en todas las filosofías de la
historia para las que el proceso histórico no es el resultado de la acción
conjunta de los hombres, sino del desarrollo y confluencia de fuerzas extra,
sobre o infrahumanas, esto es, en las que el hombre que actúa es excluido de la
historia— cualquier nuevo inicio en él, sea para bien o para mal, es tan
improbable que todos los grandes acontecimientos se toman como milagros.
Visto objetivamente y desde
fuera, las posibilidades de que mañana el día transcurra exactamente como hoy
son aplastantes —seguramente esto no es del todo así, pero para las dimensiones
humanas son tan aplastantes como las posibilidades de que a partir de los
acontecimientos cósmicos, los procesos inorgánicos y la evolución de los
géneros animales surgieran la Tierra, la vida o la humanidad no animal.
Els
miracles, la llibertat i l’acció humana.
La diferencia decisiva entre las
«improbabilidades infinitas» en que consiste la vida humana terrena y los
acontecimientos milagro [Ereignis-Wunder] en el ámbito de los
asuntos humanos mismos es naturalmente que en éste hay un taumaturgo y que es
el propio hombre quien, de un modo maravilloso y misterioso, está dotado para
hacer milagros. Este don es lo que en el habla habitual llamamos la acción [das
Handeln], A la acción le es peculiar poner en marcha procesos cuyo
automatismo parece muy similar al de los procesos naturales, y le es peculiar sentar
un nuevo comienzo, empezar algo nuevo, tomar la iniciativa o, hablando
kantianamente, comenzar por sí mismo una cadena. El milagro de la libertad yace
en este poder comenzar [Anfangen-Kónnen] que a su vez estriba en
el factum de que todo hombre, en cuanto que por nacimiento viene
al mundo —que ya estaba antes y continuará después—, es él mismo un nuevo
comienzo.
Esta idea de que la libertad es
idéntica a comienzo o, hablando otra vez kantianamente, a espontaneidad nos
resulta muy extraña porque es un rasgo característico de nuestra tradición de pensamiento conceptual y sus
categorías identificar libertad con libre albedrío y entender por libre
albedrío la libertad de elección entre dos alternativas ya dadas —dicho toscamente: entre el bien y el mal— y no
simplemente la libertad de querer que esto o aquello sea así o asá. Esta
tradición tiene naturalmente sus buenos motivos, en los que aquí no podemos entrar,
y fue extraordinariamente fortalecida por la convicción, extendida ya desde la
Antigüedad, de que la libertad no sólo no reside en la acción y en lo político,
sino que, al contrario, únicamente es posible si el hombre renuncia a actuar,
se retrae sobre sí mismo retirándose del mundo y evita lo político. Frente a esta
tradición conceptual y categorial se levanta no sólo la experiencia, sea de
tipo privado o público, de todo hombre; frente a ella también se alza sobre
todo el testimonio nunca completamente olvidado de las lenguas antiguas, en que
el griego archein significa comenzar y dominar, es decir, ser
libre, y el latino agere poner algo en marcha, es decir,
desencadenar un proceso.
Política,
miracles i llibertat.
Por lo tanto, si esperar
milagros es un rasgo del callejón sin salida al que ha ido a parar nuestro
mundo, de ninguna manera esta esperanza nos saca del ámbito político
originario. Si el sentido de la política es la libertad, es en este espacio —y
no en ningún otro— donde tenemos el derecho a esperar milagros. No porque
creamos en ellos sino porque los hombres, en la medida en que pueden actuar,
son capaces de llevar a cabo lo improbable e imprevisible y de llevarlo a cabo
continuamente, lo sepan o no. La pregunta de si la política tiene todavía algún
sentido, aun cuando acabe en la fe en los milagros —y ¿dónde debería acabar, si
no?—, nos conduce inevitablemente de nuevo a la pregunta por el sentido de la
política.
(¿Té
la política algun sentit?, 144-150)
Hannah
Arendt, Introducción a la política, en La
promesa de la política, Paidós, Barna 2008
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