El concepte de llibertat originari (Hannah Arendt)
Ser libre significaba
originariamente poder ir adonde se quisiera, pero este significado tenía un
contenido mayor que lo que hoy entendemos por libertad de movimiento. No sólo
se refería a que no se estaba sometido a la coacción de ningún hombre sino
también a que uno podía alejarse del hogar y de su «familia» (concepto romano
que Mommsen tradujo sin más por
servitud). Esta libertad la tenía únicamente el señor de la casa y no consistía
en que él dominara sobre los restantes miembros de ésta, sino en que gracias a
este dominio podía dejar su hogar, su familia en el sentido antiguo. Es
evidente que esta libertad conllevaba el elemento del riesgo, del atrevimiento;
quedaba a la voluntad del hombre libre abandonar el hogar, que era no sólo el
lugar en que los hombres estaban dominados por la necesidad y la coacción, sino
también, y en estrecha conexión con ello, el lugar donde la vida era
garantizada, donde todo estaba listo para rendir satisfacción a las necesidades
vitales. Por lo tanto sólo era libre quien estaba dispuesto a arriesgar la
vida; no lo era y tenía un alma esclava quien se aferraba a la vida con un amor
demasiado grande (un vicio para el que la lengua griega tenía una palabra
específica: philopsychia).
Esta convicción de que sólo
puede ser libre quien esté dispuesto a arriesgar su vida jamás ha desaparecido
del todo de nuestra conciencia; y lo mismo hay que decir del vínculo de lo político
con el peligro y el atrevimiento en general. La valentía es la primera de todas
las virtudes políticas y todavía hoy forma parte de las pocas virtudes
cardinales de la política, ya que únicamente podemos acceder al mundo público
común a todos nosotros, que es el espacio propiamente político, si nos alejamos
de nuestra existencia privada y de la pertenencia a la familia a la que está
unida nuestra vida. De todos modos, el espacio que penetraban los que se
atrevían a cruzar el dintel de su casa dejó de ser ya en un tiempo muy temprano
un ámbito de grandes empresas y aventuras, de las que alguien sólo podía esperar
salir victorioso si se aliaba con otros iguales a él. Además, si bien en el
mundo que se abre a los valientes, los aventureros y los emprendedores, surge
ciertamente una especie de espacio público, éste no es todavía político en
sentido propio. Evidentemente, este ámbito en que irrumpen los emprendedores
surge porque están entre iguales y cada uno de ellos puede ver y oír y admirar
las gestas de todo el resto, gestas con cuyas leyendas el poeta y el narrador
de historias podrán después asegurarles la gloria para la posteridad.
Contrariamente a lo que sucede en la privacidad y en la familia, en el
recogimiento de las propias cuatro paredes, aquí todo aparece a aquella luz que
únicamente puede generar la publicidad, es decir, la presencia de los demás.
Pero esta luz, que es la condición previa de todo aparecer efectivo, es engañosa
mientras es sólo pública y no política. El espacio público de la aventura y la
gran empresa desaparece tan pronto todo ha acabado, el campamento se levanta y
los «héroes» —que en Homero no son otros que los hombres libres— regresan a
casa.
Este espacio público sólo llega a
ser político cuando se establece en una ciudad, cuando se vincula a un sitio
concreto que sobreviva tanto a las gestas memorables como a los nombres de sus
autores, y los transmita a la posteridad en la sucesión de las generaciones.
Esta ciudad, que ofrece un lugar permanente a
los mortales y a sus actos y palabras fugaces, es la polis, políticamente
distinta de otros asentamientos (para los que los griegos también tenían una
palabra: asté), en
que sólo ella se construye en torno al espacio público, la plaza del mercado,
donde en adelante los mortales libres e iguales pueden siempre encontrarse.
(El
sentit de la política, 150-184)
Hannah
Arendt, Introducción a la política, en La
promesa de la política, Paidós, Barna 2008
Comentaris