Per què són necessàries les enquestes?
Es sábado y las encuestas están prohibidas. Hoy, como ayer, como toda esta semana, y como mañana hasta que cierren los colegios electorales, es ilegal difundir sondeos. Si escribiésemos aquí los resultados de un sondeo estaríamos violando la ley. Pero los partidos, las empresas y los proverbiales mercados sí pueden conocer esos resultados. Porque no es ilegal pagar y hacer encuestas, solo es ilegal difundirlas.
Este embargo no tiene justificación, pero algunos lo justifican. Cabe pensar que quienes lo hacen sueñan con un mundo sin encuestas. Un mundo de votantes puros. Porque, suelen decir, las encuestas son perjudiciales: nos influyen, y hasta nos teledirigen. En un mundo sin sondeos la reflexión política sería transparente, virtuosa. En definitiva, mejor. ¿O no?
En un mundo sin encuestas todos los partidos irían ganando. Veríamos media docena de líderes diciendo que está clarísimo que van en cabeza: mirad, los mítines se llenan. Mirad, todos nos hacen retuits. Mirad, ¡nuestros videos son virales, salimos en todas las televisiones! ¿Cómo no vamos a ir primeros? Eso dirían todos. Los más sofisticados, quizás, dirían que van segundos, y que necesitan tu voto para evitar que gane el partido al que odiáis conjuntamente.
En un mundo sin encuestas los partidos nuevos lo tendrían más difícil. No podrían usar sus resultados en las encuestas para demostrarte que son fuertes aunque nadie, nunca, les ha votado todavía.
Sería, eso seguro, más difícil votar estratégicamente: Manuela Carmena quizás no sería alcaldesa porque los simpatizantes del PSOE no hubiesen sabido que ella era la alternativa más viable.
En un mundo sin encuestas, después de cada recuento habría enormes sorpresas y terribles decepciones. Proliferarían las teorías de la conspiración. Nos costaría aceptar que el conjunto de un país no vota como la gente a nuestro alrededor, o como dice nuestro periódico de cabecera. El debate público no sería más claro, sino al contrario, se volvería más enrevesado, más opaco, y seguramente tendría trincheras (aún) más profundas.
¿Pero no valdría todo la pena por recuperar, dirán los soñadores, el voto puro y expresivo? El racional —suponemos— pero no calculado. El que resulta de mirarnos dentro, reflexionar, y expresar nuestro voto sin dejarnos influir por nada más.
Y sin embargo, la verdad es que también votamos para ganar. La democracia consiste en agregar las preferencias de muchas personas —que no queremos lo mismo— y construir una suerte de compromiso. Es más fácil hacer eso teniendo una idea, aunque sea aproximada, de qué votarán los demás. Por eso es bueno votar sabiendo qué harán los demás porque ayuda a coordinarnos, agruparnos, converger y conciliar nuestras diferencias.
Elegir un partido que, aunque no represente exactamente lo que queremos, nos agrupa con miles de otras personas es un paso más en esa agregación de preferencias. Millones de personas se ordenan en una decena de partidos. Estos se agrupan para elegir gobiernos y tomar decisiones. Es incluso bonito.
El proceso de votar, por tanto, no consiste en expresar nuestra absoluta singularidad, sino en converger a una opción que nos gusta o al menos toleramos. Una opción que gusta, o tolera, además, un millón de otras personas junto a nosotros.
Si las encuestas nos ayudan a encontrarnos en la diferencia, bienvenidas sean.
Jorge Galindo y Kiko Llaneras, Un mundo sin encuestas, jot down 25/06/2016
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