El movimentisme.


El movimentismo explota un terreno preparado en el 68, cuando en los movimientos se congregaban personas de ideas afines, que rechazaban cualquier organización y, al menos en apariencia, cualquier organización y, al menos en apariencia, cualquier liderazgo, sobre todo si era profesional. Los movimientos actuales son aún más fluidos. Se manifiestan mediante marchas y sentadas, dando la idea de “una sociedad protestataria en movimiento, que se muestra en la escena de la calle” (Georges Balandier, El poder en escenas, Paidós, 1994). No se preguntan si quien participa tiene ideas políticas homogéneas; para formar parte de ellos basta compartir las motivaciones de protesta global que practica cada grupo (Indignados, Occupy Wall Street …) (…)

En su conjunto, los movimientos tienen algunas propiedades comunes interesantes, que proporcionan también cierta orientación acerca del sello de la política venidera.

Tenue caracterización

No tienen programas de acción positivos, sino sólo actitudes de rechazo, eslóganes adversos y prevenciones generales (consignas: “¡Que se vayan todos!, “Somos el 99 por ciento”, “No nos representan”, “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros” …)

Rechazo de la política y ambición de “hacerlo uno mismo”.

En el impulso general de rechazo que caracteriza a los movimientos quedan anulados todo tipo de intermediarios (partidos, sindicatos, etcétera) y en general de la política, lo político y los políticos en su conjunto. Es lo que se llama antipolítica (Alfio Mastropaolo, Antipolítica, L’Ancora del Mediterraneo, Nápoles  2005). Su elemento primario es una desconfianza total de la esfera política, de sus personas, sus instituciones, sus usos y sus rituales, pero sobre todo de sus privilegios, sus corruptelas, su distanciamiento de las necesidades de los ciudadanos. (…) Parlamento, partidos, grupos de poder y élites, notables de todas las direcciones son igualmente señalados, en base a frases poco elaboradas y de fuerte efecto, que tanto pueden ser consideradas anárquicas como ultrademocráticas, como las siguientes: “Nos encargamos nosotros” o “Son todos iguales”.

Extrema volatilidad

A pesar de su efervescencia, los movimientos se disuelven con la misma velocidad con la que nacen. Esa volatilidad es debida sobre todo al carácter genérico en el que están inspirados, a la inconsistencia política de sus reivindicaciones y a la falta de cualquier estructura estable. (…)

En ciertos casos, los movimientos intentan dar el salto desde la calle al parlamento transformándose en partido (a eces sin reconocerlo explícitamente) (exemp: Movimiento 5 Estrellas italiano, Podemos, Syriza) Hay que hacer notar que estas formaciones rehúyen el nombre de partido, no sólo para guardar distancias con las organizaciones políticas convencionales, sino también para poner de manifiesto su ambición de conservar una naturaleza fluida, horizontal e inclusiva. (…)

En la práctica, han hecho aflorar una potente energía desordenada y magmática, que los partidos no conseguían capturar y que se expresa bajo la forma de un antagonismo sistemático. (pàgs. 32-37)

Pienso que el movimentismo en el que se expresa la actual impaciencia con la democracia es premonitorio de una auténtica crisis histórica, es decir de un cambio radical de formas y paradigmas, incluidos los políticos. O, para ser más claros, es señal de paso de la fase plena de la democracia a una fase posdemocrática de la que nadie es aún capaz de reconocer el signo. (pàg. 38)
  

Raffaele Simone, El Hada Democrática. Cómo la democracia fracasa, Taurus, Barna 2016

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