L'ètica i les màquines.



El pasado 30 de junio, en el programa La Ventana, de la Cadena Ser (dirigido por Carles Francino), se destapó un curioso debate filosófico: con la llegada de los coches sin conductor, que probablemente aparecerán en muchas carreteras del mundo en los próximos años, surgía la duda: en un caso de dilema moral, cómo responderá el coche? ¿Quién será el responsable? ¿Es posible crear un algoritmo que sustituya a una ética? Muchas grandes compañías que están desarrollando estos prototipos ya han empezado a contar con el asesoramiento de filósofos, con el fin de buscar una ‘clave ética’ que incorporar después en estos elementos de inteligencia artificial que deberán velar por la conducta de los coches en las carreteras.

Para abordar estas respuestas contaban con la opinión del filósofo Gregorio Luri, quien dio la que, en su opinión, es una respuesta clara: la moral no se puede programar. Surge de la concepción de nobleza de cada uno de nosotros y conlleva emociones que difícilmente puedan ser reproducidas por una máquina. Además de que la cuestión, apasionante por otra parte, generaba otra duda: ¿quién será el responsable en caso de algún tipo de accidente o trastorno? No es posible culpar a la máquina, obviamente; ¿deberían recaer entonces las culpas en el programador de la misma? Ciertamente, el coche no tiene más valores que aquellos que haya decidido por él su programador, por tanto, ¿será utilitarista y optará por el mayor beneficio para el mayor número (sacrificando, por ejemplo, a un viandante de la acera en lugar de arrollar a otro coche familiar)? ¿Seguirá un imperativo categórico y, en caso de duda, se lanzará contra un muro para no provocar la muerte de terceros?

El tema de la responsabilidad puede parecer baladí, pero no lo es. Tal y como advertía Luri, muchas veces la tecnología actúa como una prótesis antropológica, pero si desviamos la responsabilidad de dichos actos entonces no somos libres. Vivimos en función de nuestros valores, del sentido que nosotros le damos a nuestra vida. Y los mismos conllevan que nos hagamos responsables de ella. Si estos conceptos son impuestos de antemano, o negados, significa que no tenemos libre albedrío. ¿Acaso no estábamos ‘condenados a ser libres’?

Lo más curioso de este caso es que lo vamos a saber porque se trata de una realidad imparable. Antes o después la experiencia nos dirá lo que puede –o no– pasar. Lo malo es que es una llama que alumbra quemando... Esperemos que a lo sumo solo nos churrusque un poco la yema del dedo.

Filosofía Hoy, ¿Ética artificial?

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