Richard Sennet: "s'arriba a crear equips de treball que competeixen entre ells dintre de la mateixa empresa".

Es doloroso, pero en el fondo es evidente que sólo puede ser así: somos “trabajadores volátiles” inmersos en formas de trabajo temporales con multitud de proyectos a la vez, externalizaciones y competitividad extrema, ya saben. El resultado es una alienación que provoca la pérdida de sentido de pertenencia a una empresa o lugar; en ese contexto, que no espere nadie que la gente coopere unos con otros, impera el sálvese quien pueda, especialmente si los otros son diferentes a nosotros. Y eso explica el auge de las relaciones sociales superficiales, el escaso compromiso con y de las instituciones y la cada vez mayor distancia entre personas… Esa es la tesis, liofilizada, que sustenta el sociólogo Richard Sennett en su último ensayo, Juntos (Anagrama), donde defiende precisamente el ritual, el placer y la política de la cooperación, algo que analizó ayer en Barcelona en el marco de las Converses a la Pedrera de la Fundació Catalunya-La Pedrera.
Aunque ladee afablemente la cabeza y hable con voz pausada y suave, lo que dice este sociólogo norteamericano (Chicago, 1943), autor de algunas de las radiografías más penetrantes de los últimos años (El declive del hombre público, La corrosión del carácter…), son torpedos. “Hablo de la cooperación que nos empuja a colaborar con otros que piensan diferente, no de la que tiene como objetivo la solidaridad, y esa destreza es un arte”, subraya. Sin embargo, esas destrezas sociales no son exclusivas de un entorno social: “Todos tenemos capacidad de cooperar con la diferencia”.

La primera incapacidad de cooperación está, para mayor preocupación, en la mismísima clase política. “En EEUU, lo hemos visto entre republicanos y demócratas para abordar unos presupuestos que acaban afectando muchísimo a la gente; en Europa, aquí mismo puede verse la incapacidad para negociar las diferencias culturales y políticas entre Cataluña y España o entre Escocia e Inglaterra, en un contexto en que yo creía que la Unión Europea podría debatir esas cuestiones y unir las naciones del XIX, pero, no, tampoco sabe ser un foro de debate”.

Hablar de cooperación en pleno auge del individualismo parece un desafío masoquista. “La situación es fruto, básicamente, de un mundo caótico en lo laboral, que llega a crear equipos de trabajo que acaban compitiendo con la gente de dentro de las mismas empresas… Sí, hay una contradicción en términos hoy entre el capitalismo del siglo XXI y la cooperación”.

Radical en los años 60; apolítico en los 70-80, su discurso ha vuelto al compromiso y a la izquierda en los 80-90 tras tratar, admite, a los gestores del neoliberalismo. Quizá por ello es durísimo, rozando el apocalipsis, con la situación: “El sistema es insostenible, especialmente en Europa: hay demasiado trabajador para tan poca capacidad de generar trabajo; los responsables económicos y políticos deberían saber que ahora no estamos gestionando una crisis de paro; la crisis es estructural, del sistema, es una ruptura permanente y sin arreglo posible; es como una esponja que de tan estrujada no da más; ya no tenemos esponja, luego no tenemos estructura y hay que crear una de nueva”, sentencia.

A Sennett le preocupa que Europa no vea la gravedad de la situación y actúe ya con contundencia. Él propone una profunda reforma de instituciones sociales como la educativa, un sistema que “sólo hace que juzgar a los niños, potenciar quién despunta e incentivar competitivamente con becas, pero no promueve la labor social, colectiva”. Viene esa reflexión tras su reciente estancia en la herida Grecia, donde conversó con un grupo de adolescentes sobre cómo veían su futuro. “Fue muy preocupante: no sabían qué hacer. Tenían muy claro quién era el enemigo, pero nada más; no tienen ni idea de lo que es la soberanía popular, de que ellos son sus agentes y de que la mala cooperación genera, precisamente, pérdida de soberanía popular". Contra ello, el autor de El artesano (sobre la habilidad manual, primera entrega de la trilogía Homo faber cuya segunda parte es Juntos y que cerrará uno sobre la vida en la ciudad) propone que las instituciones trabajen “de abajo a arriba, quizá en pequeños proyectos cooperativos, como cuidar jardines públicos; cosas que puedan calibrar y tengan sentido aunque parezcan insignificantes”. Y eso, cree, les hará crecer y cooperar por más distintos que sean: “Los jóvenes cristianos y musulmanes no trabajan nunca juntos en Inglaterra y es absurdo”, ejemplifica.

El profesor emérito de la London School of Economics no duda en zarandear dos tótems tan sagrados como la izquierda misma y las redes sociales. “El universo moral de los partidos políticos y los sindicatos de izquierda debe cambiar: está muy bien criticar y señalar lo que no funciona del capitalismo; sí, marcamos las contradicciones económicas ¿y qué?; hay que ir más allá de protestar, hay que implicarse o pasaremos por cómplices de este secuestro global”. Internet no sale mejor parada: “El problema ahí también es profundo porque en la Red individualizamos aún más; Facebook mismo no deja de ser un escaparate de un individuo frente a un grupo, no interactuamos cara a cara… La Red es como un potente Rolls Royce, pero a saber qué se hace con un vehículo así”. Si el conductor fuera un cooperante como Sennett

Carles Geli, Richard Sennet, el 'cooperante', El País, 09/03/2013

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