Temps durs, homes forts.
“Los tiempos duros crean hombres fuertes; los hombres fuertes crean buenos tiempos; los buenos tiempos crean hombres débiles; los hombres débiles crean tiempos duros”. La cita no es de Confucio ni de ningún economista prestigioso, sino de una novela postapocalíptica de ciencia ficción y fantasía escrita por G. Michael Hopf en 2016 que se convirtió en best seller.
Desde entonces, el aforismo se ha hecho muy popular y se ha hecho valer para apañar a golpe de meme facilón todo tipo de sobremesas y debates. Pero la realidad no es nunca ni fácil ni sencilla, y esa frase resultona no resume ninguna teoría rigurosa ni se pronuncia en círculos académicos serios.
Aun así, lleva tiempo siendo la cantinela favorita de un sector de la gastronomía española, gremio que nunca falla en suministrar periódicamente ejemplares magníficos de la especie “viejo que grazna blandiendo un bastón al aire”. La invocan como guarnición perfecta de ese sempiterno “¡Los jóvenes de hoy son débiles y no quieren trabajar!”.
La idea de que las condiciones difíciles crean individuos moralmente superiores y física y mentalmente fuertes, mientras que la riqueza y el bienestar crean sociedades decadentes y caracteres endebles es falsa. El relato del esclavo que supera peligros inimaginables y se convierte en emperador, o el de los dos chavales de barrio que crean una empresa de cien millones de dólares en un garaje son la excepción, no la norma, y precisamente por eso son reseñables. Pero el meme de los tiempos duros y el relato del héroe sirven a los directivos que fallan en la creación de sistemas de trabajo eficientes para justificar la imposición de condiciones laborales penosas (e ilegales) a base de usar la cantidad de horas trabajadas como vara de medir la categoría moral del trabajador, dibujando una pirueta discursiva falaz tan admirable como vergonzosa.
María Nicolau, La gran estafa de la cultura del esfuerzo, El País 23/08/2024
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