Els tres models de polis a "La República" de Plató. (Llibre II)




 ... en la República, Platón no proyecta uno sino tres modelos diferentes de polis, de las cuales solo la última, kallípolis, la ciudad noble, se erige como ideal regulativo. Ella es resultado de una extensa argumentación que comienza en el Libro II con un experimento mental. Imaginemos cómo se pudo haber formado la primera comunidad. ¿Qué es lo que lleva a los seres humanos a asociarse? Sócrates y sus interlocutores principales, Glaucón y Adimanto, coinciden en que es por necesidad y utilidad: para proveerse de alimento, abrigo y refugio. Labradores, constructores, tejedores y zapateros conforman una primitiva unidad en la que cada uno pone su módica competencia técnica al servicio del conjunto para beneficio de todos. 

Básica, saludable y armónica: en la polis primitiva no hay disputas, ni estructura de poder, ni legislación, aunque muy pronto surge la necesidad de sumar algunos oficios. Carpinteros, herreros y artesanos que fabriquen las herramientas para la labranza, la construcción y la elaboración de indumentaria. Luego boyeros y pastores. Más tarde obreros asalariados, y moneda, para facilitar los intercambios. Finalmente comerciantes y transportistas. Así la primera polis está completa. Claro que la misma diversificación productiva que amplió esa primitiva unión impulsa ahora otros anhelos, necesidades nuevas, cada vez menos fundamentales. Aparecen ebanistas y peluqueros, bailarinas, rapsodas y pedagogos, decoradores y pasteleros. En esta segunda polis florecen el lujo y una avidez creciente, patológica, que malogra a la ciudad y la lleva a la guerra, porque la expansión territorial y económica se vuelve imperiosa. Este segundo modelo es el de la polis afiebrada, enferma, corrupta, que debe ser sanada. De las tres, la más parecida al presente. A ella sigue el tercer modelo: kallípolis, pensada como una organización en la que el mayor esfuerzo está puesto en la educación, sobre todo la de las élites, que tendrán como meta sanar al conjunto social de la injusticia reinante, tarea que en la República se proyecta al futuro, cuando el gobernante sea también filósofo. Algo difícil —se aclara— pero no imposible. 

Me detengo en la primera comunidad porque en los últimos años, en el ámbito académico, las miradas se han vuelto hacia la primera comunidad. Sócrates describe a sus habitantes llenos de pureza ingenua: a ninguno le falta su plato de comida, su abrigo, un lugar donde dormir. Trabajan descalzos en verano y arropados en invierno, y celebran junto con sus hijos, cantando himnos a los dioses, comiendo panes y tortas de harina de trigo o cebada, echados sobre colchones de hojas. En este punto Glaucón interrumpe la descripción: «Parece que les das festines con pan seco». Sócrates acepta la provocación y agrega condimentos: que coman también «oliva, queso, cebolla, legumbres hervidas, garbanzos y habas, bayas de mirto, bellotas tostadas». Tal vez la mención de las bellotas, alimento típico del ganado porcino, hace estallar a Glaucón: «¡Si organizaras una polis de cerdos no les darías de comer otra cosa!». «¿Qué hay que hacer entonces?», pregunta Sócrates. «¡Lo habitual! —protesta Glaucón—: Que la gente se recueste en camas, para no sufrir dolores, y que coman sobre mesas manjares y postres como los que se dispone hoy en día!».

La polis primitiva es tan radical en su austeridad que reniega del confort tecnológico y hasta de las reglas más básicas de la urbanidad: comer sobre la mesa, como los griegos cultos en los simposios, y no en el piso, como las bestias. Con su reacción, Glaucón desafía la mansedumbre de quienes, teniendo sus necesidades cubiertas, viven una vida de cerdos: satisfechos, no tienen conflictos, pero tampoco civilización (los pedagogos, de hecho, son un lujo que llega con la polis afiebrada). Ni motivación ni estímulo para reflexionar. Sin discusión con otros acerca de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Sin filosofía.

En estudios recientes, destacados especialistas afirmaron que esta comunidad primitiva —y no la regida por guardianes filósofos— es la auténtica polis ideal de la República. Donald R. Morrison argumentó que, si bien kallípolis es mejor que cualquiera de las organizaciones políticas existentes, ella no deja de ser un plan b, mientras que la polis de cerdos satisface el parámetro de justicia establecido en el diálogo: en ella, cada uno hace estrictamente lo que le corresponde, ni más ni menos. En una línea análoga, Christopher Rowe propuso distinguir aquí al autor del personaje narrador: si Sócrates entiende que la polis de cerdos es «verdadera» y «sana», esa debe ser la que él (narrador) prefiere, pero no necesariamente la que Platón (el autor) prefiere. En cualquier caso —según Rowe—, kallípolis sigue siendo «menos verdadera» que la polis de cerdos, ya que esta última no está dividida en partes como aquella, que distingue trabajadores, guerreros, gobernantes. 

Si bien no faltan aquí (me refiero al espacio acotado de los estudios especializados) las voces divergentes, el caso es interesante a la luz de las inclinaciones políticas del presente. Y de lo que esta zona del mundo ilustrado, guardián (¡!) de la tradición clásica, lee hoy en la República. Qué es lo que reivindica y qué es lo que permanece eclipsado. ¿El ideal de ciudad-Estado como «sociedad de socorros mutuos»? (La expresión es de Catherine McKeen). ¿La ilusión paternalista de un mundo feliz que va del trabajo al festival religioso, y del festival religioso al trabajo? ¿Una polis por fin sin grietas? En nota al pie en un trabajo de notable agudeza, Rachel Barney dice que fue Martha Nussbaum quien le llamó la atención sobre cierto paralelo entre la satisfacción garantizada de la polis de cerdos y las visiones cómicas de la glotonería del siglo de oro. Como las figuras pantagruélicas, los habitantes de la comunidad primitiva pueden saciar sus apetitos sin consecuencias negativas de ningún tipo. ¿Quién sería tan inoportuno de ponerse allí a disentir, o a filosofar? 

Ivana Costa, Una polis de cerdos, jotdown 01/2024


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