Els punts cecs del liberalisme de Berlin.

Resultat d'imatges de los puntos ciegos del liberalismo

El problema, en el ensayo de Berlin lo mismo que en la tradición liberal en su conjunto, es que, dejado a sí mismo, sin diálogo con otras tradiciones o inquietudes fuera de la pura “libertad negativa”, el liberalismo padece de limitaciones fundamentales, puntos ciegos que lo vuelven incapaz de pensar o de pensar con profundidad zonas enteras de la realidad política. El liberalismo, por sí mismo, es, por ejemplo, incapaz de pensar lo público. Un ejemplo elocuente, tomado de la propia tradición liberal, es el pensamiento de Alexis de Tocqueville. Uno de los objetos de la crítica tocquevilliana es la tendencia de los individuos en las democracias a abandonar la vida pública y retirarse a la esfera privada de los negocios y la familia. Esta apatía individual conduce a un debilitamiento de la política y, tarde o temprano, al despotismo. Para evitar esta recaída en la opresión, la libertad debía de ser sacada de la esfera privada y encontrar un significado político activo en la colectividad. Es imposible entender la crítica de Tocqueville a los peligros del “despotismo democrático” sin recurrir a los contenidos de la libertad positiva. Más aún: es difícil no entender esa crítica precisamente como un cuestionamiento de las consecuencias despóticas latentes en una idea de la libertad centrada exclusivamente en la negatividad. La perspectiva de Berlin, y con ella la de la tradición liberal “negativa”, es insuficiente para darse cuenta de que la libertad positiva, en su encarnación como libertad pública, es una de las garantías de la propia libertad negativa.

Una ceguera más: al concentrarse en el tema del individuo frente al poder público, el liberalismo ha sido indiferente a las desigualdades entre individuos y a los problemas que el individuo enfrenta ante el poder privado. La tradición liberal ha tendido a olvidar que las interferencias a la libertad individual se pueden originar no solo en el gobierno, sino también en otros individuos, y que el poder estatal no es el único poder susceptible de ser limitado. Para el liberalismo, la opresión de parte de corporaciones y otros agentes económicos simplemente no existe, no puede existir, porque no encajan en su esquema preestablecido. Y una ceguera más: al inquietarse solamente por los obstáculos al ejercicio de la libertad, el liberalismo ha abandonado la pregunta por las condiciones bajo las cuales la libertad puede ser usada efectivamente. Este es un aspecto en el que el pensamiento socialista (por ejemplo: la crítica de Marx a la libertad como consentimiento formal) sigue siendo vigente.

Frente a los despotismos antiguos y modernos, siempre hay que recordar, con Berlin, que el libre espacio para la acción es una dimensión esencial de la libertad. Al mismo tiempo, nunca hay que olvidar, con Arendt y contra Berlin, que la libertad no es solo el asunto de un ego solitario sino que necesita de los demás, y que requiere de un espacio compartido para encontrarse con los otros en un mundo común. 

Humberto Beck, Isaiah Berlin, la Guerra Fría y la libertad, Letras Libres 07/04/2013

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