L'intel.lectual i el polític.
Sartre |
No es infrecuente encontrarse con ciertas idealizaciones del intelectual en las referencias mediáticas, sobre todo cuando se contrapone al político o a la persona de acción. Fray Luis de León quizá no fue el primero que inició la loa de la vida del pensador, pero sí el más socorrido: "Qué descansada vida/la del que huye del mundanal ruïdo, /y sigue la escondida /senda, por donde han ido/ los pocos sabios que en el mundo han sido;/Que no le enturbia el pecho/ de los soberbios grandes el estado,/ni del dorado techo/ se admira, fabricado/ del sabio Moro, en jaspe sustentado!". Max Weber teorízó las dos vocaciones, la del científico frente a la del político como dos formas de vida y de inserción en el mundo, como si el capital social del político y el capital cultural del intelectual definiesen identidades diferentes.
No es tampoco infrecuente el uso de autojustificaciones en cada una de las partes acusándose de "estar fuera de la realidad" (el político al intelectual) o "ceder los ideales demasiado deprisa ante las demandas del poder" (el intelectual al político). No diré que yo no haya empleado nunca estas expresiones u otras similares, pero si lo he hecho ha sido imprudentemente. Porque estos argumentos, tengo que decirlo, me parecen cuando menos idioteces. No hay "identidades" y "vocaciones" esenciales sino circunstancias a las que nos abocan las contingencias que ocurren y constriñen nuestros planes de vida. Y lo mismo cabe arguir contra los supuestos "ethos" o caracteres que definirían una y otra forma de vida. La psicología experimental nos enseña que detrás de tales "ethos" no hay sino estereotipos, prejuicios y caricaturas. Que desgraciadamente tienen efectos desastrosos sobre los comportamientos reales pues, al modo del camarero que describía Sartre en el capítulo sobre la "mala fe" de El ser y la nada, intelectuales y políticos sin distinción intentan formarse una imagen de intelectuales y políticos: construyen sus ademanes, levantan las cejas y caminan como patos intentando imitarse a sí mismos como si la pintura que han internalizado les ayudase a sostener su identidad.
Intelectuales y políticos son tan diferentes entre sí como los fontaneros y los mecánicos de electricidad del automóvil. Pura contingencia, puro habitus necesario para sobrevivir cada día. Se comienza por el "ethos" para pasar a la moral y de ahí al insulto, como si la supuesta identidad inmunizase contra los defectos del otro. No diré que la vida del activista, del gestor y del político estratega no esté llena de peligros y corruptelas, pero por dios que no son mayores que las tentaciones en las que caen tantas veces intelectuales y gente afín. Venderse por un par de halagos, por un premio aquí o allá, por el articulillo de la página deseada en el periódico de referencia, Ser humanos es ser gente que patalea en medio del barro para seguir adelante un día más.
Aníbal Núñez, el delicado poeta muerto en los albores de la Cultura de la Transición,-cuya vida dañada (tan bellamente narrada por Fernando Rodríguez de la Flor) testimonia la fractura de una generación cuyos hijos más sensibles quedaron en el camino-, escribió este corrosivo poema que responde a Fray Luis de León y a todas las idealizaciones del intelectual:
Una vez el paisaje y los dulces vecinos
cultivaron un cerco de boj para el filósofo
y su interlocutor. Cuando salieron
por la espiral del pensamiento,
hambrientos encontraron la mesa puesta: hubo
en ellos aún palabras de alabanza a las fresas
Hermoso cuento mientras cae de nuevo
la rosada cortina de la tarde
y duerme el valle y en el valle duermen
los signos en las piedras y la razón idílica.
Armonía delicada sólo rota
por el creciente frío y por la duda
que plantea la retama lozana y abundante
frente a lo desusado de la flor de acónito.
(Aníbal Núñez, Alzado de la ruina)
Armonías delicadas que son rotas por el creciente frío y la amenaza de la flor de acónito. Una bella flor que esconde un poderoso veneno. Matalobos se llama en ciertos sitios a la planta. Belleza mortal del sotobosque que se opone a la retama lozana y abundante del matorral y el carrascal por donde discurre la dura senda de la vida.
No hay "ethos", hay formas de trabajo y maneras de organizar el tiempo. Quizá el intelectual no tenga contacto con "la realidad" (vaya cuento chino, como si viviese en Andrómeda y su vida no fuese parte de la realidad), pero tal vez lo que no tiene es tiempo para dedicarlo a la "gestión". Quizá el político no maneje bien el lenguaje y esté ayuno de ideas, pero lo que probablemente no tiene es tiempo de leer.
No hay "ethos", Lo único que hay son sociedades más o menos permisivas con la corrupción, Reglas de juego que tienen trampas escondidas y admiten que la corrupción salga gratis y la decencia pague un precio alto.
Fernando Broncano, El intelectual y el acónito, El laberinto de la identidad, 03/05/2015
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