El col·lapse d'Occident.
El colapso del paradigma intelectual del liberalismo global —sus delirios junto con su estructura tecnocrática de gobierno asociada— trasciende la división entre rojos y azules en Occidente. La disfuncionalidad absoluta asociada a las guerras culturales occidentales ha puesto de relieve que debe cambiar todo el enfoque de la gobernanza económica.
Durante treinta años, Wall Street vendió una fantasía, y esa ilusión acaba de hacerse añicos. La guerra comercial de 2025 ha puesto al descubierto la verdad: la mayoría de las grandes empresas estadounidenses estaban unidas a duras penas por frágiles cadenas de suministro, energía barata y mano de obra extranjera. ¿Y ahora? Todo se está desmoronando.
Francamente, las élites liberales simplemente han demostrado que no son competentes ni profesionales en materia de gobernanza. Y no comprenden la gravedad de la situación a la que se enfrentan: que la arquitectura financiera que solía producir soluciones fáciles y prosperidad sin esfuerzo ha caducado hace tiempo.
Occidente está en crisis, pero no en el sentido en que lo creen los progresistas o los tecnócratas burocráticos. Su problema no es el populismo ni la polarización ni cualquier otro tema “de moda” que se trate esa semana en los programas de entrevistas de los medios de comunicación dominantes.
El mal más profundo es estructural: el poder está tan difuso y fracturado que no es posible ninguna reforma significativa. Todos los actores tienen poder de veto y ninguno puede imponer coherencia. El politólogo Francis Fukuyama acuñó el término para describir esta situación: “vetocracia”, una condición en la que todos pueden bloquear, pero nadie puede construir.
En parte, puede atribuirse al aclamado mensaje de Friedrich von Hayek en Camino de la servidumbre, según el cual la interferencia del Gobierno y la planificación económica conducen inevitablemente a la servidumbre. Su mensaje se difunde con regularidad cada vez que se plantea la necesidad de un cambio.
La segunda pauta (mientras Hayek luchaba contra los fantasmas de lo que él llamaba “socialismo”) era la de los estadounidenses que sellaban una “unión” con la Escuela Monetarista de Chicago, cuyo hijo sería Milton Friedman, que escribiría la “edición estadounidense” de El camino hacia la servidumbre, que (irónicamente) se tituló Capitalismo y libertad.
El economista Philip Pilkington escribe que la ilusión de Hayek de que los mercados equivalen a “libertad” se ha extendido hasta el punto de saturar por completo el discurso.
En compañía educada y en público, se puede ser de izquierdas o de derechas, pero siempre se será, de una forma u otra, neoliberal; de lo contrario, simplemente no se le permitirá participar en el discurso.Sin embargo, todo el paradigma (neo)liberal se basa en esta noción de maximización de la utilidad como pilar central (como si las motivaciones humanas se definieran de forma reduccionista en términos puramente materiales).
Postula que la motivación es utilitaria —y solo utilitaria— como su engaño fundamental. Como han señalado filósofos de la ciencia como Hans Albert, la teoría de la maximización de la utilidad descarta a priori la representación del mundo real, lo que hace que la teoría sea imposible de probar.
Su engaño radica en subordinar el bienestar del hombre y de la comunidad a los mercados y en suponer que el ‘consumo’ excesivo es una recompensa suficiente por la vasallaje inherente.
Esto se llevó al extremo con Tony Blair, quien afirmó que, en su época, no existía la política. Como primer ministro, presidió un gabinete de expertos técnicos, oligarcas y banqueros, cuya competencia les permitía dirigir el Estado con precisión. La política había terminado; dejémosla en manos de los tecnócratas.La lección que se desprende de todo ello es que, cuando un Estado se vuelve incompetente, acaba surgiendo alguien para gobernarlo. No por consenso, sino por coacción. Un remedio histórico para esta esclerosis política no es el diálogo ni el compromiso, sino lo que los romanos llamaban proscripción, una purga formalizada.
Sila lo sabía. César lo perfeccionó. Augusto lo institucionalizó. Quitarles los intereses a las élites, negarles los recursos, despojarlas de sus propiedades y obligarlas a obedecer… ¡o si no!
Con muchas familias en Estados Unidos y Europa al borde de la quiebra y la posible expropiación a medida que la economía real se derrumba, este segmento de la población —que ahora incluye una proporción cada vez mayor de la clase media— desprecia tanto a los oligarcas como al establishment, y se acerca cada vez más a una respuesta posiblemente violenta.
Alastair Crooke, Una tormenta en Occidente: El paradigma intelectual liberal se ha roto, Browstone España 09/06/2025
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