La melangia i el dol (Laura Llevadot)
Yo he seguido mucho en este punto a Julia Kristeva y su libro Sol Negro: depresión y melancolía en el que habla en términos de melancolía, porque llamarle depresión es aceptar una terminología de salud mental cuestionable. La melancolía -o la depresión- permiten un distanciamiento respecto a la realidad. Lo que le pasa al depresivo es que ve que eso a lo que llaman realidad en realidad es una ficción. Hay como un sentirse distanciado de la articulación lingüística que se le da a la realidad. De hecho, hay hasta una desconfianza respecto al lenguaje mismo. Es muy típico en las terapias de los depresivos que se queden callados, que no se hable, cuando lo normal es que el neurótico esté todo el rato hablando de sus cosas. El deprimido ve la fantasía que estas cosas son. Esos supuestos problemas que tienes en la cotidianidad, hasta eso que forma parte de ti, ya no tienen sentido. El “este me ha hecho esto”, “el otro me ha hecho aquello”, todo eso se desrealiza. Me parece de una sabiduría increíble. La gente normalmente neurótica está atada a las pequeñas cosas de cada día, paranoicos, en sus luchas cotidianas, en sus pequeñas luchas con los amigos, con la pareja, con los trabajos. En cambio un depresivo no, el depresivo tiene una mirada fuera.
Esto es como la caída del velo de Maya: ¿Cómo se vive cuando ha caído el velo de Maya? Nietzsche decía que cuando el funambulista despierta este se cae, y que por lo tanto tiene que seguir soñando para no perecer. Una vez sabemos que todo es ficción: ¿Cómo hacemos para seguir por la cuerda floja? Yo creo que se sueña diferente a partir de una experiencia de depresión. Ya no se sueña con el mismo nivel de credibilidad.
Yo critico el ideal modernista de futuro, teleológico. Es este el que nos ha llevado al momento en el que estamos. Este momento apocalíptico, en el que parece que el mundo se va a acabar y en que todo es un desastre, es consecuencia de haber entendido la historia de manera lineal, poniendo ahí una promesa de realización que obviamente no se cumple.
El fracaso se da por supuesto. Vamos a fracasar, tenemos que saberlo. Hay una frase de Fitzgerald que dice “toda vida es evidentemente un proceso de demolición”. Me parece interesante. Lo que digo sobre la posición del melancólico es que este sabe que la catástrofe ya ha tenido lugar. Venimos de catástrofes y vamos hacia catástrofes. ¿Y qué? No pasa nada. Ahora estás aquí. Y mientras estás aquí, haces lo que tienes que hacer. Tienes que construir tu orden mental para poder hacerlo, para no quedarte absolutamente en la inacción. Vivir sin Dios es asumir esto.
El deseo se entiende como la tensión que activa a alguien hacia un objeto. El deseo está, como siempre, bastante vinculado a la objetualización. Objetualización, sobre todo, del otro, tanto en términos eróticos o sexuales como amorosos. Y el capitalismo se organiza a través de esta tensión hacia los objetos. Propone mercancías, que son objetos hacia los cuales tú tienes que tender. También pueden ser objetos ideales: como la vida perfecta, esa que se tiene con pareja, hijos, perro, casa; o si somos más contemporáneos, esa que se tiene con muchísima actividad social, cultural y con muchos viajes. Pero lo que te moviliza sigue siendo, en lo fundamental, un objeto. El capitalismo opera a través de la movilización del deseo. Esto lo supieron ver Nick Land, Mark Fisher o Jean Baudrillard.
A este deseo capitalista le opongo una melancolía que sería no-económica. ¿Por qué planteo que la melancolía sea aneconómica? Para poder decir esto tengo hago una crítica de la definición de melancolía que da Freud, según la cuál el melancólico sería aquel que se queda pegado al objeto perdido y que, por lo tanto, es incapaz de hacer el duelo. El duelo es saber que has perdido el objeto y vincularte con un nuevo objeto. El duelo de Freud se asemeja a la lógica de la substitución del capital: si pierdo un objeto voy a por otro. Cree que los objetos son biodegradables: tú lo pierdes, desaparece, y vas a por otro. El melancólico sabe que lo que se pierde no desaparece. El melancólico hace una interiorización de lo perdido. En términos psicoanalíticos Abraham y Torok lo llamaron incorporación. Es decir: llevamos al otro o lo perdido en una cripta dentro de nosotros mismos. La cripta, en términos analíticos, es constitutiva del sujeto. Es porque al otro lo hemos interiorizado que somos sujeto. El sujeto no es un sujeto prístino, completo en sí mismo, que se vincula, pierde y va por otra cosa. El sujeto está atravesado por la alteridad. Eso es lo que nos hace sujetos: que tengamos incorporado al otro.
El propio Lacan no entiende el duelo como lo entiende Freud. De hecho, Lacan dice que es un agujero en lo Real, la pérdida del objeto. Es algo que atraviesa al sujeto. Esto de la melancolía no es engancharse al objeto perdido, sino que es la conciencia de la pérdida, que es lo que el duelo no quiere aceptar. El melancólico sabe que somos perdedores por adelantado. Es aceptar esa pérdida, incluso en las nuevas relaciones que vamos a tener con nuevos objetos. Podríamos decir que todo amor es melancólico. Todo amor y toda amistad sabe que en algún momento va a perder al otro y eso es lo que da consistencia a su relación. Interiorizar que la pérdida está por adelantado. Si no pensáramos así dejaríamos de valorar las cosas, porque bueno, ya vendrá otro objeto. Ya podré reemplazarlo por esto otro.
Nicolás Filgueiras y Raúl García Amoedo, entrevista a Laura Llevadot: "En este retorno al fascismo hay una nostalgia de la ley", El Salto Diario 09/06/2025

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