Dilatheia.
El dialeteismo sostiene que algunas contradicciones no solo existen, sino que son verdaderas: hay proposiciones cuya negación también lo es.
Su principal defensor actual es Graham Priest, de la Universidad de Melbourne, quien justifica esta postura desde tres frentes: los dilemas formales de la lógica (como la paradoja del mentiroso), las tensiones internas de la teoría de conjuntos (como la paradoja de Russell) y las contradicciones del mundo real (leyes, movimiento, cambio). Según Priest, los intentos clásicos por evitar estas paradojas acaban traicionando el sentido común sin lograr resolverlas del todo.
Priest toma inspiración tanto del budismo mahayana —donde las paradojas son vías hacia la iluminación— como de los límites impuestos por los teoremas de incompletitud de Gödel, que insinúan que todo sistema lo bastante complejo carga, como un cáncer genético, su propia imposibilidad de cerrarse sobre sí mismo sin sangrar verdad o falsedad desde las costuras. Priest no intenta suturar esas heridas: las convierte en una topografía habitable.
En este paisaje también aparece JC Beall, otro filósofo que defiende las dialetheias, pero desde una postura más contenida. Para Beall, hay algunas situaciones —como el paradoja del mentiroso («esta frase es falsa»)— donde la contradicción es inevitable, y negarla no la resuelve, solo la desplaza. Su propuesta: aceptar que ciertos enunciados son verdaderos y falsos, sin que eso nos condene al nihilismo lógico.
Así, una dilateia recuerda a un un dragón heráldico de doble cabeza, pero más siniestro aún: no dos cabezas que rugen al unísono, sino dos bocas enfrentadas en un mismo cráneo, una afirmando con furia y la otra negando con idéntico ardor. Ambas exhalando llamas lógicas que se entrecruzan sin anularse.
Que semejante engendro haya sido no solo concebido, sino defendido por ciertos filósofos —con Graham Priest, como su domador más célebre— dice mucho de la audacia, o acaso de la temeridad, de la especulación humana. ¿Es un gesto de lucidez extrema, una exploración del límite donde el logos se agrieta? ¿O es, por el contrario, la expresión última de un pensamiento que, fascinado por su propia capacidad de invención, ha comenzado a cortejar lo absurdo con un aire de dignidad académica?
La dilateia representa, en última instancia, una tentativa de reconciliar lo irreconciliable, una rendija por donde se cuela la sombra del abismo. Aceptar que una proposición pueda ser verdadera y falsa a la vez —no por error, sino por necesidad— es mirar a los ojos de la contradicción y no pestañear. Es el equivalente intelectual de encontrar simetría en lo grotesco, armonía en el ruido, sentido en la paradoja. Quien sostiene tal posibilidad se asemeja al pensador que, tras contemplar durante demasiado tiempo el caos, comienza a discernir en él una forma superior de orden.
Así, la dilateia no es solo una noción lógica: es un desafío estético, una provocación epistemológica y, quizás, un síntoma de que el pensamiento humano, llevado hasta sus extremos, no teme conjurar monstruos, sino que a veces les pone nombre y los invita a la mesa.
Hasta ahora, así ha sido siempre la filosofía: un mundo de ideas que van y vienen, en una espiral cada vez más profunda sin consenso, porque las herramientas de los filósofos no son como las de los matemáticos o los científicos: no hay una prueba de la realidad, ni un método claro para revelar la verdad. Y, oh, hay tan, tan pocas cosas que pueden someterse al escrutinio matemático o científico. Apenas una porciúncula parte de nuestra realidad. Apenas dos o tres trazos que prestan servicio en laboratorios, hospitales, industrias, aeronáutica, astronomía, física, química… poco más. Y, a menudo, incluso así cometemos errores flagrantes.
Quizá no haya salida. Quizá nunca la hubo. O perderla del modo correcto. Porque en esta ciudad, toda verdad necesita a su mentira como el cuerpo necesita a su sombra. Y toda lógica —si quiere sobrevivir— debe atreverse, al menos una vez, a dialogar con los demonios que la niegan.
Sergio Parra, Las cosas son y no son (a menudo) y eso está bien, Sapienciología 21/04/2025
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