Raó instrumental i nazisme.






Fueron dos filósofos alemanes desde el exilio de Frankfurt en EEUU, Adorno y Horkheimer, quienes escribieron durante la guerra la enorme Dialéctica de la Ilustración (1947). Aunque resumir sea siempre truncar, su mensaje central es que adorar a la razón instrumental, queriendo someter a la naturaleza, habría acabado por someter al propio ser humano. A convertirlo en una cosa, a reificarlo, a hacerlo mero ganado trasladado a los tecnomataderos. La Ilustración que prometía progreso habría llevado en su seno la semilla de la barbarie. El Holocausto no habría sido un acontecimiento casual sino una consecuencia ideológica y material de la forma en la que occidente imperó. Alemania se subió a su lomo de forma impetuosa, combatiendo con ardor primero en la Gran Guerra del 14, donde fue herida y humillada, y después, con la emergencia nazi, quiso aprovechar aquel poder para resarcirse.

La razón instrumental tecnocientífica brindó a Hitler y a sus secuaces la potencia para proyectar su ambición por la unificación perfecta, por la eliminación de toda alteridad, de toda disidencia, de todo desorden e imperfección. Nada que escapara a su control. Hasta el punto de que en esta órbita algunos, provocadoramente, llegaron a afirmar que Auschwitz fue Platón a rienda suelta. Una consecuencia de ese idealismo industrial que, además, en los años veinte y treinta experimentó una espectacular ola de Kondratiev basada en la disrupción de los automóviles y los petroquímicos. La crisis del crack del 29 agudizó el malestar alemán tras la derrota y avivó el caldo de cultivo para la emergencia nazi; pero la innovación disruptiva de esta ola generó un momento poderoso para su rearme industrial. Una revolución que requirió del control tecnificado de la complejidad creciente, como ejemplifica el que consideran algunos como el primer semáforo de Europa, en la Postdamer Platz de Berlín, y que hubo de ser repuesto con una réplica tras su destrucción en la guerra.

No puede ignorarse que la optimización del capitalismo industrial se amalgamó bien con el totalitarismo nazi. Sus campos de concentración, dedicados al exterminio, también generaron importantes incentivos económicos para las empresas alemanas y los mandatarios nazis que se aprovecharon mientras resistió de su mano de obra esclava. Auschwitz y Dachau, entre otros, fueron surtidores económicos criminalmente beneficiosos para el Estado, para los jerarcas nazis y para empresas aún existentes como Siemens o BMW.

El sorprendente desarrollo tecnológico alemán se manchó de sangre. Los cohetes V-2, diseñados por Wernher von Braun, marcaron un hito en la historia de la ingeniería: fue el primer artefacto humano en alcanzar el espacio y sentó las bases de la futura exploración espacial y en particular del programa Apolo estadounidense. Sin embargo, su producción se llevó a cabo en las instalaciones subterráneas de Mittelwerk, utilizando mano de obra esclava procedente del campo de concentración de Mittelbau-Dora, donde murieron más prisioneros de los que fallecieron por los impactos del propio misil. Un brutal avance técnico acompañado de un abismo moral. La reflexión ética de los ingenieros en su contribución a la arquitectura del poder es siempre urgente. Hoy, también.

Javier Jurado, Ecos germanos (I), Ingeniero de Letras 19/04/2025

Comentaris

Entrades populars d'aquest blog

Percepció i selecció natural 2.

Gonçal, un cafè sisplau

Què faria Martha Nussbaum davant una plaga de porcs senglars?