Tecnologia, política i responsabilitat.







Con mirada lechosa, patidifusa, pelo recortado de niño bueno y traje de primera entrevista con corbata clara y nudo Windsor, Mark Zuckerberg se disculpó un 31 de enero de 2024 ante los familiares de las víctimas de acoso infantil por el uso de las redes sociales de Meta. Fue la disculpa de un replicante tristón en pleno cortocircuito. Su boca tiritó inquieta instantes antes de descargar lo que pareció más una coartada para salir del atolladero, que un arrepentimiento honesto. El Senado de Estados Unidos lo puso contra las cuerdas de la indecencia, y Zuckerberg aguantó el chaparrón para respirar un día más.

El pasado 7 de enero, solo un año después de su correctivo popular, vimos a otro Zuckerberg delante de las cámaras. Desvestido de su mohína expresión anterior, este nuevo Mark parecía un tío seguro de sí mismo. Subidito. Adinerado líder de una fraternidad chachi, con una permanente fardona y un reloj de casi 1 millón de dólares. En el video subido a Instagram de unos 5 minutos, el CEO de Meta explica los inminentes cambios que habrá en el sistema de verificación de datos en sus redes. Que, básicamente, consisten en deshacerse de cualquier verificación.

Zuckerberg es la encarnación del veleta. Del tecnofeudalista que esperaba su oportunidad para untar la tostada a su gusto, y avanzar hacia ese estado de competencia salvaje libertaria por el que babea. Así lo ven los periodistas del New York Times: Sheera Frenkel y Mike Isaac, quienes han hecho una cronología de la evolución de Zuckerberg en lo que se refiere al control de la información en sus redes sociales.

Según ambos periodistas, entre los hitos que han marcado su posicionamiento hacia la cordura y el control de los discursos de odio, están, claro, los acontecimientos alrededor de Cambridge Analytica y la ya citada candidatura de Donald Trump, o las acusaciones por falta de vigilancia en lo relativo a los menores. Pero es que Zuckerberg también ha tenido que hacer frente a casos como el genocidio Rohingya en Myanmar, muy nutrido de Facebook, convirtiendo la red, indirectamente, en algo así como la Radio de las Mil Colinas ruandesa que difundió vomitonas de odio racial durante años, hasta el culmen del genocidio de los Tutsis por los Hutus.

No obstante, parece que el problema con la «censura» es de base. Esencial. Algorítmico. Como señaló en un artículo de la MIT Technology Review la periodista especializada Karen Hao, la desorientación ética de Facebook e Instagram no es sólo consecuencia de una mala gestión interna, tal y como declaró en 2018 Zuckerberg. O como se nos pretendió hacer creer al mundo cuando la directora de Operaciones, Sheryl Sandberg, inició una auditoría de derechos civiles de dos años para recomendar formas en las que la empresa podría evitar el uso de su plataforma para socavar la democracia. Según Hao, el problema es la matriz misma del algoritmo, y de la IA que lo cabalga.

Concretamente, la periodista descarga gran parte de las responsabilidades en el valenciano: Joaquín Quiñonero Candela, director de IA en Facebook. Al hablar de los anteriores escándalos, a los que debemos añadir el asalto al Capitolio y el rosario de teorías de la conspiración que han salpicado las redes de Meta todos estos años, Karen Hao lo tiene claro: «Todas estas peligrosas mentiras proliferaban gracias a las capacidades de la inteligencia artificial que Quiñonero había ayudado a construir. Los algoritmos que sustentan el negocio de Facebook no fueron creados para filtrar el contenido falso o incendiario; sino para que las personas compartan y se involucren con la mayor cantidad de contenido posible mostrándoles cosas que probablemente les escandalizarían o las estimularían». El caso es, ¿puede esa osamenta algorítmica ser intervenida?

Galo Abrain, Mark Zuckerberg y la banalidad del mal, Retina 2025

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