No hi ha éssers, hi ha processos (Juan Arnau)
No hay seres (aunque lo parezca), no hay cosas ni objetos. No hay identidades. La lógica es una farsa. Sólo hay experiencias, experiencias que son procesos en movimiento y transformación. Los elementos de lo real no son pasi- vos o inertes, sino elementos de experiencia: percepción y deseo. Quedémonos con esta pareja: percepción y deseo. Con ella puede dibujarse una cosmología
A esa pareja puede unirse otra, que implícitamente la contiene. La experiencia es percepción y deseo, pero también memoria y lenguaje. Sin la memoria no habría de- seos, sin el lenguaje no se podría identificar el objeto del deseo. Tenemos pues, cuatro elementos de lo mental: percepción, memoria, intención (deseo) y lenguaje. Los cuatro construyen una «mente extendida», que no se encuentra confinada en el cerebro, que no es un producto del cerebro, pero con la que el cerebro juega y sintoniza.
¿Qué hay entonces de la materia? La materia es una experiencia de la percepción y un objeto del deseo. El cuerpo y su alimentación, el refugio, todas esas materias son objeto de nuestros intereses y son fundamentales para nuestra supervivencia. Si llamamos «mente» a esa pareja (percepción y deseo), podemos dar el siguiente paso y decir que la materia es una experiencia mental. Este plantea- miento es lo que llamo, «empirismo radical». Se descarta cualquier tipo de explicación o justificación de lo que ocurrió. Se descartan todos los neolíticos y todas las teorías sobre el origen de la vida, el origen del universo, el origen de la materia y el origen de la condición humana. Se descarta la indagación sobre el origen. Quién produce a quién. ¿La materia crea la mente o es la mente la que crea la materia? Todas esas cuestiones no interesan al empirista radical. Lo que interesa es saber qué hacer. En el ahora está todo. Y ahora me veo percibiendo y deseando. A partir de esa percepción y ese deseo empezamos a construir una cultura mental.
Este nuevo mapa del mundo se sostiene sobre la premisa de que todo el universo, de alguna manera, percibe y siente. Desde el átomo, capaz de absorber y emitir luz, hasta el cometa o la galaxia, que gira sobre sí misma y se ovilla como el embrión o la oruga. Se difumina la línea que separa lo inerte de lo vivo. Toda realidad promueve la sensación y es sentida. Ser es percibir. La diferencia es sólo de velocidades, el mineral es más lento que la tortuga. En esta visión todo son organismos, guiados por la sensación y la aspiración. Ellas guían las transformaciones del mundo.
El empirismo radical considera que la percepción no sólo es la consciente. Debemos incluir también aquello que vemos sin ver, ese resto fugaz que retenemos inconscientemente, esos procesos de apropiación y entrega que acaban aflorando en sueños o en decisiones que no sabemos a qué obedecen.
Al ser la materia una experiencia mental, se la percibe viva, respirando luz. Los átomos absorben y emiten partículas de luz. Un universo pulsante que recupera el primer motivo de la filoso- fía: «Todo está lleno de dioses», dicen que dijo Tales de Mileto. La materia, que durante parte de la época na fue mecánica, inerte e impenetrable, vuelve a ser sensible a la luz, creativa y espontánea. La materia deja entonces de carecer de valor o propósito, deja de ser algo a merced de las relaciones externas, deja de ser inerte o exterior al yo que percibe y siente. La materia se incorpora a la experiencia de la mente, a la experiencia del deseo y la per- cepción. Un planteamiento que supone una verdadera revolución para la Física. Una revolución que se inició a principios del siglo xx y que todavía no ha sido asimilada.
La realidad es mutante, un conjunto de experiencias en transformación, un proceso continuo de ser otra cosa. Lo que la filosofía ha llamado Ser es, en realidad, un proceso. Un metabolismo incesante de ideas, deseos, alimentos y percepciones. Una comunión universal que ningún puritanismo y ninguna dieta podrá evitar. Nuestro lugar natural no es el hogar de la identidad (que sirve para cargos, premios y fiscalidades), sino el polvo de los caminos y la incertidumbre de la navegación. En ese itinerario, la acción conjunta del deseo y la percepción tiene como resultado un vector creativo. Lo real es un proceso de fusión de pluralidades y esa mezcla es innovadora. La flora que reside en un organismo sería un buen ejemplo, también la respiración, los afectos o la atención. Un diálogo perpetuo y fecundo con otros seres y cosas, de cuyo fondo creativo surge una segunda categoría: lo explicativo. Nuestro modo de entender esa naturaleza mutante, proteica. Esa explicación toma la forma de un determinado lenguaje, mediante el cual en- tendemos y nos entendemos. No nos interesa, como empiristas radicales, si el lenguaje es un destilado del deseo y la percepción o a la inversa. Simplemente observamos que van juntos, que se acompañan, que se explican mutuamente. Sin lenguaje difícilmente habría deseo o percepción (no podríamos identificar al objeto del deseo), y sin deseo y percepción difícilmente podría haber lengua- je. Ambos se encuentran entrelazados.
Juan Arnau, La meditación soleada, Barcelona, Galaxia Gutenberg 2024
Comentaris