Idees i creences (Ortega y Gasset)






En 1940 se publicó Ideas y creencias, un texto en el que el ya maduro Ortega y Gasset analizó el modo en que construimos nuestras ideas y cómo heredamos las de nuestros antepasados en la forma de creencias, cuáles son sus funciones y cómo se articulan frente a la realidad. En las épocas de crisis ideológicas, el espejo del filósofo español más reconocido nos puede servir para buscar vías de reflexión dentro de la circunstancia.

En el primer capítulo de Ideas y creencias, titulado Creer y pensar, Ortega nos expone cuál es la diferencia radical entre estas dos realidades. Para el pensador español, la distinción entre ambas no consiste en su forma o en su carácter, ya que, tanto ideas como creencias «sean pensamientos vulgares, sean rigorosas ‘teorías científicas’, siempre se tratará de ocurrencias que en un hombre surgen, originales suyas o insufladas por el prójimo». Es decir, las ideas y las creencias son aquello que a un hombre se le «pasa por la cabeza», toda actividad mental que identifica como tal y distingue de la realidad inmediata con que se enfrenta. Por lo tanto, como esencialmente son idénticas, las ideas y las creencias no se distinguen sino por la relación que el hombre establece con ellas. Efectivamente, el hombre tiene ideas, que son pensamientos, imaginaciones… que identifica como tales, pero también tiene creencias, que son pensamientos que ha heredado y tiene de tal modo asumidos que no repara siquiera en ellos. Por ejemplo, cuando caminamos por la calle, creemos que el suelo va a mantenerse firme a nuestros pies y que el cielo no se nos va a caer encima, y creemos en ello porque siquiera pensamos en eso cuando caminamos. Simplemente, lo damos por sentado. Como dice Ortega, «precisamente porque son creencias radicalísimas se confunde para nosotros con la realidad misma —son nuestro mundo y nuestro ser—, pierden, por tanto, el carácter de ideas, de pensamientos nuestros que podían muy bien no habérsenos ocurrido».

Así pues, las creencias, como toda idea, han sido pensadas en algún momento por algún ser humano, pero han ido instalándose de tal modo en el imaginario colectivo que son apenas discernibles del mundo inmediato, ya que «creer una idea significa creer que es la realidad, por tanto, dejar de verla como mera idea». La firmeza de la tierra no es un absoluto con el que nos encontremos: existen los terremotos, por ejemplo, y muchas otras circunstancias en las que esta creencia no se corresponde al mundo con que nos enfrentamos. La certeza en el mundo con que nos las habemos proviene de nuestro ideario o ideología asumida, más que realmente del propio mundo, que es un cúmulo constante e infinito de cambios. Incluso la propia concepción de un mundo, como el conjunto de experiencias, es una ocurrencia humana, tal vez la más antigua de todas. Por lo tanto, «no hay vida humana que no esté desde luego constituida por ciertas creencias básicas y, por decirlo así, montada sobre ellas». La propia vida humana se enfrenta al mundo construyendo esas ideas, que van arraigándose y convirtiéndose en creencias.

Pero ¿por qué el hombre produce ideas? Al contrario de lo que creían los clásicos, que pensaban que las ideas provenían del Logos o de Dios y que el hombre únicamente las descubría, Ortega, que piensa en el hombre como en un productor de ideas, defiende que estas aparecen cuando el ser humano se enfrenta a la duda, entendida como esencia radical de su vida. «La duda, en suma, es estar en lo inestable como tal: es la vida en el instante del terremoto, de un terremoto permanente y definitivo». Es decir, Ortega, desde su teoría de la existencia inmediata, entiende la duda como esa inseguridad vital que se instala a veces en el hombre, cuando no «sabe a qué atenerse». Desde esta inseguridad esencial, el hombre se ensimisma, se encierra en sí mismo, y comienza a producir ideas, que son una suerte de parches en las grietas que las dudas han producido en su mundo. Por lo que le son dadas las penalidades y alegrías de su vida. Orientado por ellas, tiene que inventar el mundo». Cuando su mundo se rompe, se quiebran sus creencias, y se ve obligado a remodelarlas mediante nuevas ideas.

Por lo tanto, las ideas son propias del ser humano, pero no meramente entendido como individuo, sino como especie, porque «la realidad en que creemos vivir, con que contamos y a la que referimos últimamente todas nuestras esperanzas y temores, es obra y faena de otros hombres y no la auténtica y primaria realidad». Es decir, el hombre hereda las creencias de sus ancestros y de sus congéneres, quienes, a su vez, las heredaron de los suyos, y así sucesivamente. Esta necesidad de emplear ideas y creencias acaece porque «nos encontramos siempre forzados a hacer algo, pero no nos encontramos nunca estrictamente forzados a hacer algo determinado (…). Antes que hacer algo, tiene cada hombre que decidir, por su cuenta y riesgo, lo que va a hacer. Pero esta decisión es imposible si el hombre no posee algunas convicciones sobre lo que son las cosas en su derredor, los otros hombres, él mismo. Solo en vista de ellas puede preferir una acción a otra, puede, en suma, vivir».

Alberto Wagner, Ideas y creencias según Ortega, filco.es 20/07/2020

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